Es evidente, sólo la muerte marca un corte con la hoz que hasta duele y deja una horrenda cicatriz, que en los días en los que encontramos esa cierta humedad abre y nos desahogamos en hemorragia bermellón. Sólo el arquetipo más prejuiciado tiene la forma en que es antroporfisado ese dolor, no hay carne tibia, no hay órganos fatídicos, no hay más que la prístina dureza de sus huesos, el blanco, ese blanco que es casi obscena su pureza, es como una hoja, en la cual escribimos y escribimos, pero a la hora de releer y corregir, lo abollamos con rabia de lo estúpido que suena lo escrito, o lo poco sesudo e ignorante que suena por falta de experiencia, entonces sacamos otra, y allí estamos una ves más parados, con el lápiz pendiendo sobre la hoja, como nosotros sobre la Nada y el confidente Vacío, el Cilencio. Pero cómo nos gusta escribir, cómo nos gusta equivocarnos y seguir haciéndolo luego de eso, es casi como un acto masturbatorio y desviado, pero es tan sutil que hasta da satisfacción a la corta.
Sólo la negrura de su guadaña me recuerda que duele, que te punza tanto que el esmalte de los dientes estalla de lo fuerte que me los hace presionar, que los párpados exprimen de los ojos el poco fluido que queda de lo fuerte que los aprieto, que me orino y defeco por que no lo soporto.
Pero cuando estoy colgando lastimosamente de mis extremidades, contorsionado y babeando como un niño idiota, muevo la frente a lo alto, al mirarla aparentemente por ultima ves, observo por piedad a su guadaña, pero el reflejo de la luna le pega morbosamente en el lomo de su hoja platinada que me corta la vista de tanto fulgor, caigo convulsionado. Al tiempo ya estoy mejor, abro los ojos, me compadezco de mi y me levanto, amnésico miro al frente y veo una carta que me aborda, me viola y de la nada me comienza a hacer doler, y en el momento en que empiezo a sufrir veo su rotulación, sin un nombre pero con un número, el número es Trece.
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