No podía creer que todo lo ocurrido fuese producto de su mente. Era consciente de que su capacidad de invención no llegaba a la alteración real de todos los sentidos y lo cierto era que no sentía nada relacionado con el tacto y el olfato asociado a ese recuerdo. La hubiese gustado ser como esa niña que sólo en ocasiones ponía a funcionar su cabecita, cosa que, aunque provocaba una intensa felicidad en la pequeña, no ocurría a menudo, afortunadamente el hecho de no activarla tampoco producía infelicidad, simplemente no tenía efectos.
Volviendo a la historia, no estaba mal que todo aquello que recordaba fuese producto de su imaginación, señal de que su capacidad creativa no tenía límites. Lo cierto es que abrió cajones y armarios, buscó por debajo de las camas, en el interior de las tazas e incluso en las grietas de las paredes. Todo era inutil, sólo el recuerdo permanecía. Desesperada pensó que al igual que las evidencias físicas de su existencia habían desaparecido de la noche a la mañana, también terminaría por desaparecer ese recuerdo que coronaba su mente como una obsesión. Es decir, la única prueba de su existencia era una recuerdo carente de aromas, pero estaba repleto de musicalidad y alegría, componentes que se mezclaban formando sorprendentes imágenes. Un recuerdo relleno de elementos surrealistas y un puñado de libros que jamás habían sido abiertos.
Buscó de nuevo, entre los cuadritos de su cuaderno, en el circulo vacio de sus discos de vinilo, una a una revisó las notas musicales, buscó desesperada entre el pelo de sus muñecas, debajo de cojines y alfombras, en el tarro del azucar, pero nada, ni una sola evidencia de que algo era real.
Ahora si entendía perfectamente a ese pequeño que veía remolinos en sus sueños. eso le ponía nervioso, siempre que cerraba los ojos aparecían para no dejarle dormir, los doctores y su mamá hablaban de una extraña alteración del sueño cuyo nombre el pequeño no podía ni pronunciar. Pero la dijo que él no mentía, que veía remolinos. Al acordarse de eso, entendió y apretó fuertemente su mano como tratando de guardar para siempre la llave que demostraba que no era producto de su imaginación, y que su creatividad encontró el límite en su propia realidad. |