Estabas algo ebrio cuando la tomaste de la mano y la condujiste hasta la pieza, esquivando los muebles que apenas se veian en la oscuridad. Ella sonreia, desnuda, y a pesar de todo te parecia que su belleza era inmaculada. Habrá sido por sus rizos moviéndose con gracia sobre su frente, o su mirada luminosa de niña traviesa, inocente. Sabías que el tiempo con ella dentro de la pieza sería corto y que no tenías más dinero para prolongar el encuentro, por lo que deberías actuar con rapidez y certeza. La tumbaste sobre la cama, con suavidad, y te quedaste mirando su piel, su vientre. Un tenue sentimiento te nubló la vista, por un instante, pero luego te dijiste: "es sólo una puta". Entonces comenzaste a sacarte la ropa, dispuesto a usar ese cuerpo que se te ofrecía en arriendo. Sexo, mierda, sexo, nada más. Un buen polvo, llenarse las manos ávidas de carne voluptuosa, de nalgas, de tetas. Nada más que sexo. Te inclinaste sobre ella, tus dedos se perdieron entre sus piernas, tu boca hizo desaparecer sus pezones. Ella fingía, estaba claro, pero no te importaba. Era una puta, era su negocio y hasta ese momento lo estaba haciendo bien, qué importaba lo demás. Qué importaba que todo fuera una farsa, un engaño. No te ibas a poner sensible por eso ahora. Por lo menos este engaño no dolía. Este engaño podía hacerte disfrutar. Esto era sexo, mierda, nada más, debías recordarlo. Olor a sexo, transpiración ajena, aliento desconocido. No era el momento para nostalgias ni recuerdos, sólo para meterla, acabar y sacarla, vestirse y olvidar. Menos para consideraciones ni delicadezas. Si le gustaba o no daba lo mismo. Tú pagas, tú mandas. Abriste sus piernas y te pusiste sobre ella, sintiéndote como un animal sin escrúpulos, y la penetraste con fuerza. Su gemido logró convencerte por unos segundos. Luego recordaste que era su trabajo y tú, tan sólo, uno más. Pero al menos uno más que sabía que esto era una ilusión a la que te prestabas concientemente. Mientras te movías sobre ella mirabas sus ojos cerrados y, sin poder evitarlo, te preguntaste qué podía significar para ella el amor. Pero luego sacudiste la cabeza y volviste a concentrarte en acabar de una vez. Tus ojos recorrieron la habitación hasta que se posaron en tus pantalones arrojados sobre el suelo. De uno de sus bolsillos asomaba la carta. Te quedaste mirándola un rato, recordando cada una de sus frases. Un leve temblor te estremeció, tu respiración se hizo más rápida. Entonces tus embestidas se hicieron más violentas y sus gemidos más reales. O al menos eso quisiste creer. La miraste a los ojos, ella ahora los tenía abiertos y observaba los tuyos con un brillo especial. Casi sin darte cuenta repetiste movimientos y caricias que antes destinabas a otra. Tuviste el impulso de besarla en la frente y acariciar sus cabellos. Pero recordaste que era una puta y que ésto, sólo sexo. Esto no se trataba de un asunto de sentimientos. O quizás sí. Tu mente se llenó de imágenes, te sentiste algo mareado, cada vez con menos fuerzas. Hiciste tu último intento, eras un hombre y no podías ser débil ahora. No otra derrota. Alzaste sus caderas acercándolas completamente a tí, buscando en este esfuerzo final tu recompensa. Ella te sonrió y comprendiste que ya no valía la pena seguir. Entonces te recostaste junto a ella mirando el techo. Vergüenza, rabia, tristeza. Dolor. Tu desnudez nunca fue tan absoluta como entonces. Quisiste vestirte y huir, pero algo te mantenía inmóvil. Qué podía importar, pensaste, si a esa mujer no la volverías a ver más en tu vida. Podías quedarte así mismo durante una semana o un mes, el tiempo no tenía sentido. Había quedado detenido dentro de esa habitación. Todo parecía desaparecer ahora. Las paredes. La ropa en el suelo. El olor en el aire. La mujer. Todo. Un estado de anestesia, de no sentir nada durante un rato, sólo el silencio.
De pronto sus dedos comenzaron a acariciar tu pelo, suavemente. Y lloraste con tu mejilla estremeciendo su regazo, hasta el ultimo suspiro, hasta quedarte dormido.
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