En esa mañana, tranquila, con un sol resplandeciente y pajarillos cantando alegres en las ramas de los árboles, despertó con la absoluta certeza de que, tarde o temprano, a cualquier hora y en cualquier día en algún año desconocido, iba a morir e irse a la mierda para siempre. Fue un descubrimiento impresionante, tanto, que le dio un beso a su esposa, un beso de despedida, el último beso, y le supo a gloria. Se dirigió al trabajo. En el camino analizó los porqués y lo contras que lo obligaban a soportar la cara de culo de su jefe y las idioteces monótonas de sus compañeros. Los pros le demostraban que él era también un idiota y por eso no le quedaba de otra que cancelar su juventud en esa oficina de tercera hasta la pensión; los contras lo convencían de que vida sólo hay una y mujeres muchas, igual que los caminos que ofrece la aventura diaria. Si de todas formas me voy a morir, por lo menos que sea en busca de la muerte. Lo primero que hizo fue mandar a toda la oficina a joder a su puta madre y romperle la cara a su jefe de un puñetazo. El sentimiento fue de lo mejor.
Cuando llegó a su casa hizo la maleta y se fue sin despedirse de su mujer, mejor dicho, su ya exmujer… ella comprenderá mi actitud, así que vámonos a la mierda.
Así pasó los años, desgastándose con las experiencias vividas y las añoranzas desconsoladas. Así la llevó, y la muerte, bien hija de puta como siempre, lo dejó vivir largo, lo suficiente para que Andrés descubriera el sentido de la vida: ninguno.
|