Aparece como una receta personalizada. Se acerca con su efecto estabilizador de latidos. Se comporta como un todo donde sólo formo parte en su mirada. Un pestañeo de aleteo ligero, de colibrí sediento de pulpa dulce.

Hay noches en que se duerme junto a mis susurros fríos, noches en que me completa el día. Va y viene cual ola clara, y nada puede envidiarle el mar a su esencia intacta. A ese paraíso de sueños rosas.

Me reconvierte en esa niña perdida, rescata mi pelo trenzado y lo acaricia mientras dejo caer el agua tibia del despertar matutino.

Responde desconociendo que lo llamo con gritos de mi piel erizada. Me entrega un alivio insano a esta alergia primaveral delatora. Camina por mi pensamiento de transeúnte ilusionado, riega de palabras finas las flores secas de algún viento arrasador de antaño.

Desaparece como quien olvida una promesa. Se mimetiza con las imágenes alborotadas de recuerdos inventados. Se confunde entre conversaciones de diástole-almohada. Y se va cuando el vaivén acaba. Cuando el caminar sordo de los otros también calla.

Desde el rincón de mi silencio adivino sus pasos. Como si su piel respirara por los mismos poros cálidos de mis intentos. Como si me perteneciera antes de tatuar su nombre en el vaho de mi aliento.

Su presencia se alza en colores, como quien iza la bandera de novela terminada. Referente del cielo azulado, símbolo de pupilas de pradera serena.

Ha seguido alterando el equilibrio empaquetado de compostura seca. Sigue rasgando mis labios con sus palabras húmedas.

Entonces amanece...y bebo de mi receta personalizada.