En un pueblo lejano, en la otra ladera de la montaña, con un nombre extraño, el cual no recuerdo, existía una comunidad que el progreso y la civilización organizó a la perfección.

Las jerarquías estaban muy bien logradas y verticalismo era seudo-absoluto. Los más aptos hacían los trabajos más elaborados, y los no tanto, hacían los trabajos más sencillos. Y en reparto de recursos, no era tan importante el esfuerzo realizado en pos de la sociedad, sino en el escalón en el que cada uno esta sentado en la escalera social.

Esta escalera era fácil de organizar, a los diez años de edad, cada ciudadano debí de realizar un test en el que se reflejara su I.Q. (su coeficiente intelectual), y luego le era informada la cifra que esta disparó y se le señalaba en que escalón estaba.



Un buen día de febrero, que solo despierta en años bisiestos, hubo elecciones en nuestro afamado pueblo. Se presentaban dos listas que movían multitudes casi por igual. Este pueblo se decía ferviente partidario de la democracia, y a pesar de las diferencias sociales, dejaba que todos sus habitantes, mayores de diez años, puedan votar.

Para una mejor organización de estas elecciones, y para no hacer colas inútiles y hacer perder tiempo a los votantes, se organizó un sistema en el cual, el primero en votar era la persona que se encontraba en la base de la escalera social, cuando este terminaba, y salía del cuarto oscura, una señal satelital se activaba y avisaba al segundo ciudadano, (contando de abajo hacia arriba de la escalera) para que vaya a votar, y así sucesivamente.



Así sucedió que el primer votante no terminó de cerrar la puerta del cuarto oscuro, que ya estaba saliendo, con el voto en la mano y depositado en la urna. Desde el cuarto votante, todos lograban cerrar la puerta, pero le tomaba segundo l elección del voto. Así fue que la demora de cada votante se iba alargando, multiplicando, casi potenciando; el trigésimo segundo estuvo más de 5 minutos y el votante número cien se colgó una hora y media allí dentro.

Llegando por fin el turno del último votante, después que su predecesor estuvo una semana adentro, todo el pueblo se amontonó en la puerta, escuchando cada movimiento del principal del pueblo.



Silencio semanales, movimiento pendulares de pasos, una silla que no quería dejarse quieta, ronquidos, desesperación y por último, dos minutos mudos y el sonido de una moneda atropellándose contra el suelo.