Últimas sombras,
te deshojaste de vestiduras,
aquellas que moldeaste en tu cuerpo por años,
te tendiste en el lecho que sería tu catafalco,
aspiraste el aroma fresco de tu habitación,
aún no te dormiste, algo te desvelaba,
crujieron los muebles, el piso, ladró un perro,
espectros imaginarios poblaron tu mente,
poco a poco caíste en el vórtice de los sueños,
sueños luminosos, conducentes, resueltos,
una palma azul apretó entonces tu pecho y exhalaste un suspiro,
aún pensaste en los besos que no alcanzaste a dar,
en lo poco que entregaste, lo mucho que te dieron,
se apretó tu garganta melancólica, otro sol,
sólo otro sol y una postrera esperanza, pero
la palma no transó y sólo te permitió añorar,
añorar una caricia y un último abrazo,
en ese andén no estaban permitida las despedidas,
una lluvia finísima sobre el césped verde,
invocación de paz, un hálito, una luz,
tu cuerpo se fue apagando sin que tuvieras conciencia,
deudas impagas, amistades nacientes, sonrisas,
la noche en la noche se abalanzó suave y desapercibida,
tus labios se curvaron, intentaste una plegaria,
pero, ¿qué plegaria si nunca fuiste propicio a los rezos?
la lluvia aquella barrió vanidades y compromisos,
cieno apacible, charcos de nueva luz, silencio,
silencio ingresando en tu cuerpo yerto, espasmos,
parto en reversa, un socavón de noche en medio de la noche,
te fuiste apagando de a poco, sin un soplo,
la palma azul se posó en tus ojos y sin darte cuenta
te rendiste al silencio y a la noche y pensaste en tu ropa,
¿quién se viste con las vestimentas de los muertos?
y las sombras te cubrieron, piadosas…
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