Llueve. Sé que solo son pequeñas gotas de agua, pero desde que era pequeña esta cortina de que cubre mi ventana, que moja todo lo que no esta resguardado y que me entristece, sin motivo aparente, pero reconozco que mis sentimientos y estado de ánimo se encuentran totalmente condicionados por la lluvia.
Llueve. Enciendo todas las lámparas de mi habitación, no son muchas, pero son suficientes. Busco en la luz el ánimo arrebatado por el agua. Y es que no comprendo como algo natural y sano, como la lluvia, consigue pintar tristeza en mi rostro.
Llueve. Me llega un mensaje al móvil: “ N 5 minuts llego. La lluvia m ha retrasado. Abrígate y coge 1 paraguas. Bss”. Es Carlos, Carlitos, Litos. Seguro que acaba de salir del trabajo y se ha encontrado con un gran embotellamiento, típico en la ciudad pero que se ve aumentado por el agua, fácil ecuación a más agua, más se pisa el freno.
Llueve. Me miro en el espejo. Vaqueros, camisa de botones blanca con suéter gris, chaqueta de corte francés y botas de cuero. Un poco de brillo de labios. Y bolso. Me siento en mi cama y apuro los minutos que me quedan antes de que llegue Carlos para leer. Aunque mi mirada se desvía con más frecuencia de la que debería hacia la ventana, como si mirándola fuera a detenerse.
Llueve. Recibo una llamada. Es Carlos, ya esta esperándome debajo, en mi portal. Cierro el libro, me miro en el espejo y no me olvido de meter en el bolso las llaves, el pintalabios y el móvil. Creo que esta todo.
Llueve. Salgo del portal. ¡Dios mío!, he olvidado el paraguas. Carlos me pita desde el coche, parece que tengo prisa. Baja la ventanilla y me pregunta que qué me pasa. Le contesto que me he olvidado el paraguas. Y de repente el sale del coche.
Llueve. No le importa mojarse por un instante, ese instante que es el que tarda en abrir su paraguas. Viene hacia mi y me abraza, para estar mas pegados y no mojarnos. Me sonríe, le sonrío.
Llueve. En ese momento, llego una oportuna ráfaga de viento que hace que el paraguas que Carlos sostenía se fuera con ella. Nos quedamos a merced de la lluvia.
Llueve. Me entra en miedo y el agobio de notarla caer sobre mi, quizás no tema tanto el mojarme como el que me inunde totalmente con su manto fró y gris. Pero no es así, me siento feliz, plena, querida y segura.
Llueve. No siento ya el agua caer sobre mi, solo siento los labios de Carlos besándome enamorados. Siento sus palabras en mi oído: “No te preocupes, es solo agua”. Es solo agua me dice. Solo agua. Agua.
Llueve. Y allí, mojados por el agua, iluminados por una farola y protegida por los brazos de Carlos descubrí que mi miedo infantil ha sido superado por mis pasiones adultas. Descubrí que unas palabras de apoyo, que me tranquilizan y me den seguridad pueden hacer mucho. Pueden ser mágicas.
Llueve. Y ya no me importa.
Llueve. Y ya no estoy triste, ni lo estaré.
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