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LEYENDAS DE LA RESISTENCIA INDIGENA DEL TOLIMA GRANDE

En los siglos donde la palabra recorría todo el Tolima por las bocas de los suyos, porque hubo un tiempo en que lo único que tenia el hombre era su palabra, vivió un Cacique poderoso de origen Panche y de una gran magia. En las tribus se le conocía como Acaime el Mohan o el hechicero. Acaime pertenecía a una estirpe guerrera que se enfrento constantemente con los Chibchas, sus enemigos y con los españoles, crueles invasores a los que había que destruir en forma total.
ACAIME
Acaime, el mohan o hechicero, natural de Panchi, se propuso derrotar a los españoles en todas partes. Los indígenas lo llevaban en andas, bajo un palio de estera y vestido con la camisa y faldón de una española, Maria Mercado, asesinada por los indios. Los indígenas acudían a él pa´ pedir concejo y pa´ que intercediera en las aguas cuando los ríos estaban secos. Por eso ese fue uno de los primeros Mohanes que significa: el que cuida de las aguas. Acaime tenía poderes especiales para comunicarse con los espíritus, presidir las prácticas religiosas y desempeñar los oficios de curanderismo.

Por allá una tarde caliente volaba altiva la garza y el sol radiante convertía a las hojas cayentes en brillos de colores que se deslizaban sobre las aguas del río grande, llamado Magdalena en honor a una santa; por ahí por lo que es hoy Purificación, estaba sentado Acaime, debajo de un árbol, sobre una piedra, al lado de un remolino, cuando se le presentó la visión de los espíritus. En ella se veía a un Dios dorado que mataba a los españoles. Este dios prometía que cuando estuvieran juntos los cristianos y sus caballos, sacaría fuego de debajo de la tierra y los quemaría vivos. Según Acaime, el dios de oro mandó a matar a los cristianos por crueles y opresores.

Acaime tomó la decisión de contarles a sus hermanos sobre su visión recorriendo la tierra de Yalcones, Panches, Pijaos y Quimbayas. En su camino se cruzó con grandes caciques que buscaban concejo y le pedían que intercediera por sus pueblos ante los espíritus. Llegando a la zona montañosa, por lo que es hoy el parque de los nevados, encontró la tribu Pijao que estaba en espera pues el cacique esperaba un hijo que en instantes nacería. Como era la costumbre, el cacique le pidió a Acaime que le preguntara a los espíritus de la montaña cual sería el nombre de su hijo. Acaime se internó en la montaña y ella espero que fuera el momento y le pregunto a la montaña el nombre del próximo cacique. La montaña tembló, los vientos aumentaron sus voces y en medio del agua se levanto el espíritu en forma de cascada y le dijo a Acaime: - El niño debe llamarse Calarcá. Acaime dio su pagamento y regreso a la tribu y nombro al niño Calarcá. ¿Cuál sería el destino de aquel niño que nacía en la noche, en medio del fuego y el tigre?

Antes de irse de la tribu, Acaime les dijo a los hombres que el tiempo del dios de oro llegaría pronto, pero tendrían que estar preparados, pues los espíritus le decían que no sería fácil la lucha contra los cristianos. Acaime siguió sui camino no sin antes decirles que él enviaría la noticia para el tiempo del dios de oro.

Y aquel niño fue educado en el arte de la caza y la guerra. Todos los días se levantaba y se dormía en presencia de la noche; aprendió rápidamente, él mismo cazaba su propia comida. Dominó y enfrento sus miedos. Todas las tardes subía a la montaña y allí se detenía, en silencio. Veloz como el viento, rápido como el rayo y mortal como el tigre. Calarcá se convertía en el guerrero legendario que debía ser.

Llegó al fin el día donde se probaría el coraje del guerrero. Calarcá era ya un hombre y como siempre estaba en la montaña esperando el amanecer, cuando un indígena Pijao, llegó con la noticia que su padre estaba mal herido y lo llamaba. Al estar Calarcá en presencia de su Padre se enteró que este junto con algunos guerreros había hostigado a los españoles en su lucha frenética por fundar una ciudad que conectara a Santa Fe con Popayán. En este enfrentamiento habían caído más de 70 Pijaos en donde se incluía el padre de Calarcá que para ese tiempo y después de ver a su hijo cerró los ojos para irse con los espíritus. Ahora Calarcá se convertía en el Cacique de los Pijaos, en el Cacique Calará.
CACICA GAITANA
Corrían los años en las tierras del Bajo Magdalena, y al sur de lo que es hoy el departamento del Huila, ocurría la resistencia de los indios yalcones, y en especial de la Cacica Gaitana contra las crueldades del conquistador Pedro de Añasco, fundador del pueblo de Timaná en el año 1583, por orden del conquistador Sebastián de Benalcázar. El conquistador Añasco dominó cruelmente la región, y exigió que los caciques rindieran tributo en forma periódica y constante.

Las relaciones entre los conquistadores y los indígenas se rompieron cuando Pedro de Añasco exigió más tributos a los indígenas. El cacique Buiponga, hijo de la cacica Gaitana se negó rotundamente a rendir tributo a los españoles, representados en el conquistador Añasco, quien para castigar su osadía y escarmentar a los demás indígenas de la región, lo mandó quemar vivo en la plaza de la Villa de Timaná, habiendo sido presenciado este acto cruel por su madre viuda “La Cacica Gaitana”.

De las lágrimas por la terrible muerte de su hijo, la Gaitana pasa de la desesperación a la venganza. La cacica se convirtió en la diosa de la venganza entre los españoles. Se alió con el cacique Pigoanza y los indios Yalcones para perseguir sin tregua a los españoles. Con aire soberbio de represalia contra quien le quemó su hijo, se unió a los indios Paeces, Piramas, Guanacas y Yalcones en número de 12.000 amerindios, al mando del cacique Pigoanza. No tenían conocimiento que Don Rodrigo, hijo de uno de los caciques de los Yalcones le informaba a Pedro de Añasco todos los preparativos bélicos de los indígenas.

Con el cacique Aniobongo y los indígenas del sur del Huila, Pigoanza y la cacica Gaitana asaltaron la Villa de Timaná y lucharon con fiera contra los españoles. Sin embargo, el terror indígena a los caballos fue inmenso; se recuerda que los caballos arremetían contra los indígenas a dentelladas. Uno de ellos, el caballo Ocón defendió a su jinete Juan del Río, acometiendo a dentelladas contra los indígenas.

El cacique Pigoanza y los Yalcones derrotaron a los conquistadores españoles en el campamento de Añasco, e hicieron prisionero a quien mandó quemar vivo al hijo de la Gaitana. Cuando lo tuvo en sus manos, la cacica vengadora le saco los ojos al conquistador Pedro de Añasco, le hizo un hueco en la garganta y por allí le introdujo una soga cuya punta sacó por la boca. La cacica Gaitana llevó a Añasco con la soga por los poblados indígenas, entre el sarcasmo de los nativos, quienes le fueron mutilando poco a poco los miembros hasta que expiró en medio de los más atroces dolores. La cacica celebró con todos los indios la victoria. El cráneo de Añasco era disputado por los indígenas para beber en él como único testimonio del triunfo. Unos dicen que sus carnes fueron devoradas por los indígenas en medio de una gran fiesta y borrachera, otros que el cuerpo fue descuartizado y enviado a diferentes comunidades para alentar a más indios en el levantamiento y resistencia en contra de los españoles, pero que jugaron con la cabeza, jugaron con la cabeza

La revancha de los españoles fue muy dura y cruenta. Al mando del capitán Juan del Río, los conquistadores derrotaron a los indígenas e hicieron una cruel matanza. La cacica Gaitana de nuevo se unió con el cacique Pigoanza y con las demás tribus del Bajo Magdalena para sitiar a los españoles de la Villa de Timaná y acabar con los crueles enemigos. Miles de guerreros indígenas se alistaron para la guerra frontal contra los invasores, aun cuando un traidor a los indígenas, el Cacique Inando informó a los españoles las tácticas que seguirían los indígenas en el sitio que harían a la Villa de Timaná.

En la gran batalla de Timaná, noventa españoles se enfrentaron a doce mil indígenas, matando la mitad de ellos. El terror a los caballos, a los perros y a las armas de fuego, consideradas “rayos divinos” fueron decisivos para el triunfo de los españoles sobre los indígenas. La resistencia se replegó a las montañas en donde sabían, los españoles no podrían llegar. Entre tanto los Pijaos, mas al norte, vivían su propia resistencia en el Nuevo Reino de Granada.

En una emboscada enviada por el colono Andrés López de Galarza sorprendieron a los Pijaos en la selva; con sus armas descargaron toda su furia asesinando a un gran número de indígenas entre mujeres y niños, pues los hombres guerreros estaban internos en la montaña. Los colonos encontraron rápidamente la vivienda del Cacique Calarcá a quien esperaban matar en sus aposentos. En lugar de él encontraron a una joven y bella indígena, era la hermana. La identificaron por los accesorios de oro que solo eran utilizados por los caciques y sus familiares.

Las pocas mujeres que lograron huir se internaron en la montaña con sus crías. Los colonos emprendieron la persecución para darle muerte a los escapados. En una zanja, al borde de uno de los cientos de arroyos que bañan la montaña, en medio de unos matorrales se escondieron las madres y sus hijos indefensos. Los colonos con pasos cortos, silenciosos, sigilosos, seguían los rastros. La respiración entrecortada de las mujeres, los leves quejidos de los niños que tenían sus bocas tapadas por las manos de las desesperadas madres. El chamizo que cruje y cada vez mas cerca el aliento del colono. Una pequeña cría comenzó a sollozar, tal vez de miedo o de hambre. Todos se alertaron y le hicieron señas a la madre para que la callase. Esta se saca una mama y se la coloca a la cría en la boca; pero la cría no llora de hambre; los refugiados entraron en pánico ante el posible descubrimiento de su salvaguarda.

La madre después de intentar todo lo que se encontraba a su alcance para callar a la cría, le pone su mano en la boca con la fuerza suficiente para que la cría no emitiera ningún ruido que los delatara. Pero la cría lucha por gritar, por soltarse, por desespero, lucha por que le falta el aire. La madre lo sabe, ella sabe que si suelta la mano de la cara de su cría esta respira, pero también grita y con esto los matarían a todos los que se encontraban con ella en aquel matorral junto al río. La cría lucha con más fuerza. La madre aprieta la mano, y una mirada hacia el cielo deja ver la lagrima que cae de su mejilla, sabiendo que en sus manos esta la decisión de salvar a su hija o matar al resto. La cría lucha la madre también. Por un lado su hija y por el otro su misma vida. La cría lucha, lucha, lucha… la niña se entiesa, es el último aliento, es el último movimiento, comienza a cerrar los ojos. Los pasos en la selva, el ruido, los colonos se acercan. La cría va cerrando sus ojos. La madre llora en silencio. Las otras madres también lo hacen como si estuviera muriendo uno de sus hijos. Aire, la madre sentía que ella moría, sentía que ella misma era ahogada.




Esa noche parecía que la venganza de los espíritus llegaba sin ninguna explicación; sin chamanes, ni mohanes, ni brujos; solo ellos y el destino, solo ellos y la muerte. Los espíritus perdían ante el dios cristiano; en la batalla de los dos mundos la tierra perdió a los suyos. De la nada, sua. Una flecha que traspasa la garganta de los colonos y se escucha, al mismo tiempo, el grito de los Pijaos que volvían a su tribu. Por los aires las lanzas, las flechas las grandes piedras que derribaban y mataban a los asesinos españoles. En pocas horas los colonos fueron diezmados, otro tanto escapa hacia la ciudad y otro poco, quedan heridos para ver, con sus propios ojos, como los Pijaos tomarían venganza con sus propias manos devorando a aquellos colonos.

Cuando llegaron al claro donde se encontraban las casas, se veía la mano del colono. Los techos ardían, los cuerpos de las mujeres en el suelo, muertas; al lado de las mujeres sus hijos, muertos; los animales muertos o robados; el pueblo destruido. Bien lo sabía Calarcá. Un hermano de Calarcá le dijo que su hermana había sido raptada por los españoles, que ellos llegaron a las casa matando a todos los que se encontraran adentro. No les dieron tiempo de nada, simplemente sacaron sus armas y las hicieron sonar. Una guerra que no daba tregua, una guerra por la tierra, por el robo y por lo masacre. Calarcá llamó a sus hombres y en pocas horas se alistaron para cobrar su venganza. En pocas horas saldrían en busca de la hermana del Cacique y por la venganza.

En la noche del 18 de Julio de 1551, en la ciudad de Ibagué, actual Cajamarca,, nadie se esperaba una respuesta tan rápida. Sabían que el golpe no fue el acertado, pues no mataron a ninguno de los guerreros y mucho menos a Calarcá, que era el objetivo principal pues ya había matado mas de un centenar de españoles con tácticas militares eficaces y de una precisión impecable. Por ello era de suponer una respuesta, pero tal vez al día siguiente, en la mañana o al medio día, la hora más utilizada por los indígenas para sus ataques y hostigamientos.

Pero tan pronto como los Pijaos lograron apagar el fuego y ayudar a los heridos, se alistaron para sitiar a la ciudad, rescatar a la hermana del Cacique Calarcá y exterminar a los españoles. Más de 200 indios bajaron la montaña, con rapidez, conociendo los caminos en su memoria, sin titubear. Ellos sabían en donde quedaba cada rama, cada codo del camino, cada precipicio. Ellos habían visto crecer esta tierra, ellos eran parte de la tierra.

En menos de dos horas estaban al borde de la ciudad de Ibagué. Calarcá llamo a los lideres y los ordeno de tal manera que entraran por grupos o cuadrillas organizadas. Había Hombres con flechas en los extremos protegiendo a los que se enfrentaban con sus macanas. Estaban los indios con las lanzas y las piedras, arma predilecta para romper los cráneos de los colonos. Alrededor de las 3 de la mañana ya estaba todo preparado. Los indígenas listos, el pueblo en silencio y unos pocos guardias mezclados entre sus garitas o guardillas. Llegó la hora e inicio el ataque, cuando el rayo se dejo caer, en medio de la ciudad, un vendaval de lluvia azoto las casas de los colonos armadas en bareque y barro. Las fuertes brisas levantaron techos, movieron y removieron los cimientos que, hasta ese instante, habían estado en calma. Toda la noche fue un lienzo en el que los relámpagos dibujaron el acto de aquella magistral incursión. La sangre tiño la tierra con sangre española. Algunos indios rompieron los techos con sus piedras, y mientras tanto los otros esperaban con sus flechas a que salieran los residentes, para que fueran traspasados por las mortales flechas cargadas con veneno. Los colonos repelieron el ataque pero fueron vencidos por los numerosos indígenas, que con sus flechas y lanzas en la mano fueron matando a uno por uno. En poco tiempo el pueblo se redujo a fuego y sangre.

Calarcá llego al cuartel en donde tenían a su hermana y desatando sus manos la rescato no sin antes matar a cada colono que la custodiaba; de inmediato mando a quemar las casas con los colonos adentro. Y Al amanecer la ciudad de Ibagué había desaparecido. Por esta razón la ciudad de Ibagué es traslada en 1551 al sitio que ocupa actualmente.
Así pasaron muchos años en los que los colonos acechaban a los indígenas y estos se defendían tratando de retener ese derecho a la libertad de un tierra que les pertenecía que y de la noche a la mañana ahora unos hombres bárbaros reclamaban como suya.

Uno de los grandes amigos de los Pijaos y en especial del Cacique Calarcá era el cacique de los indios Coyaimas y Natagaimas, el cacique Combeima; quien era muy famoso por manipular su lanza con destreza y proverbia habilidad. Esta lanza se convirtió en el símbolo de los defensores de la ciudad de Ibagué. Muchas batallas rezaron los Coyaimas y Natagaimas con los Pijaos; hasta que un día el Cacique Combeima se enamoró de una bella española. Los españoles, sabiendo del poder que ejercía el cacique Combeima en las tierras le propusieron que si juraba a la religión católica y rebautizaba se podría casar con la hermosa mujer. Y fue así como el Cacique Combeima, producto del amor, se bautizo con el nombre de Baltasar, que por su poder fue llamado don quedando “Don Baltasar”, de esta manera se casó días después con la mujer quien en poco tiempo le dio un hermoso niño.

Calarcá, se sintió ofendido, pues que un hermano indígena, olvidara sus orígenes y se olvidara de los suyos jurando ante un dios de colonos, era una traición que debería ser resarcida. Para escarmentar al indígena que los traicionó, Calarcá organizó un pequeño grupo que se dirigió hacia las tierras de los indios Coyaimas y Natagaimas.

Estando Don Baltasar por el valle en compañía de su mujer paseando y viendo esas hermosas tierras de colores bañadas por los ríos, fue asaltado y golpeado al igual que su mujer por los Pijaos. El pequeño niño fue robado y llevado ante la presencia de Calarcá quien mato al niño de golpe y cortándolo se lo comió.

Al cabo de tres días un golpe en la puerta levantó a Don Baltasar de la cama donde se encontraba convaleciente por las heridas y por la perdida de su esposa, quien había muerto el día del ataque por los fuertes golpes que le propinaron los Pijaos. Al abrir la pequeña puerta de madera encontró un pequeño envoltorio, que levantó del suelo con sorpresa, mirando a los alrededores sin observar a nadie más que a su propia sombra. Envueltos en una piel de tigre se veían unos huesos delicados y cortos y una cabecita de preciosa conformación, roída recientemente por las fieras humanas. Y allí, con estos restos mortales, una tela ensangrentada en señal de desafío, un arco labrado y un collar de cuentas. Este era el inicio del fin de una tribu guerrera y de su cacique.

Don Baltasar juró, por los restos de su hijo tomar venganza y matar al indio Calarcá. Se unió al Virrey Don Juan De Borja, siendo este el más interesado en acabar con los indios belicosos que tanto problema habían causado al Nuevo Reino De Granada. En la ciudad de Ibagué se desplegó una la cruel matanza a los indios belicosos y fue Don Baltasar el protagonista; la población le consideraba “El Gran Salvador”. Con lanza lidero la victoria de muchas batallas en contra de los Pijaos, parecía que esa lanza no era como las demás, era una lanza bendita, que decian se la habían dado los cielos; que los ángeles le entregaron la lanza; que no estaba hecha de palo; para los cristianos esa era la prueba fehaciente que los cielos estaban de su parte. La lanza de Don Baltasar era una lanza bendita.

Oh lanza a quien Baltasar
manejó con gran destreza,
Este pueblo con franqueza
patrona te ha elegido
por ser cosa de espantar
Ver a tantos traspasados.

Lanza no caigas al suelo
por que vuelven los Pijaos.
Y el odio de Baltasar hacía los Pijaos no tenía comparación, desde la muerte de su hijo y esposa, se transformo en un animal con el único propósito de matar a los Pijaos.
“Era tanta la pujanza
Del señor Don Baltasar
Que dicen que llegó a ensartar
Ciento cincuenta en la lanza”.
Así pasaron unos años hasta que llegó el día en que Acaime, el Mohan y hechicero, convocó a la tan esperada reunión del día del dios de oro. Caminantes salieron a la madrugada, guiados por la madre selva, confiados por los espíritus para reunir a la más grande fuerza guerrera.

Más de 7 lunas tardaron aquellos mensajeros que fueron llegando poco a poco, en silencio, con la incertidumbre como máscara a las estribaciones de lo que es hoy Chaparral, en el corazón del Tolima Grande. Las mujeres con las caras abajo esperaban con sigilo y comentaban que las apariciones en los sueños de Acaime, eran en su gran mayoría, predicciones que jamás les habían fallado. Tomó la palabra Acaime que contó paso por paso las predicciones que en sueños los espíritus le habían revelado. “Caerá rayo y fuego. Solo cuando los indios de la tierra se unan llegará el dios dorado y entonces se ira todo el mal”. Tardaron más de una semana. El sol se levantó tan fuerte e imponente que todos creyeron ciegamente que los dioses y los espíritus sagrados estaban de su parte. Meses después en una gran batalla entre indígenas sublevados y españoles que se realizó en Cartago, sería vencido y muerto el Mohan Acaime, símbolo de la resistencia indígena contra la dominación española.

Yalcones, Pijaos, Panches, Paeces y otros indios guerreros se alistaban para enfrentar a los cristianos por mandato del dios de oro que lanzaría fuego de debajo de la tierra, eran más de 15.000 indígenas dispuestos a darlo todo por su tierra. Atrás quedaban las montañas, las piedras se hacían mas pequeñas, los árboles desaparecían y de frente el valle.

Calarcá llamó a sus hombres y aquel ejercito de indios emprendieron la marcha hacía la gran batalla en la Mesa de Chaparral. Era el año de1610, la luz que caía, el rugido del tigre, el vuelo del toche, y en el valle, las lanzas que apuntaban altivas, en medio de las altas hojas, señal de que veían con los españoles con los Coyaimas y Natagaimas, siguiendo a Don Baltasar. Ante ellos solo estaba su destino y en medio del destino y los hombres, Calarcá que miro y los vio venir, bien lo sabía él.

Comenzaba la batalla. Rápidamente los indígenas se ocultaron en un pequeño bosque de árboles en medio del valle y sobre algunos matorrales, mientras que otro tanto rodeaba al ejército de españoles con sus nuevos aliados Coyaimas y Natagaimas. El último grupo se encontraba oculto en el pie de monte que entraría iniciada la batalla. A medida que se acercaban la caravana Indio-Española, más se sentía la quietud que avecina la muerte.

Y fue una flecha que descendió como un relámpago sobre la garganta del capitán Gaspar Rodríguez de Olmos y lo tumbo de su caballo, quien dio la señal para el enfrentamiento sin precedentes que tuvo lugar en el valle.

Con lanzas, macanas, flechas, hondas, dardos, cuchillos y grandes piedras los indígenas atacaron a los cristianos, en un ataque sorpresivo. Pero los españoles ya sabían que serían atacados pues el hijo del cacique Pigoanza, conocido como Don Rodrigo alertó un día antes a los indio - Españoles sobre el ataque en el valle, y estaban preparados con sus armas y caballos pues sabían que los indios les temían.

Los españoles descargaban sus armas de fuego sobre los guerreros valerosos, cayendo una cantidad que sobre pasa los 10.000 nativos muertos en pocos instantes. Las lanzas caían y los cuerpos retumbaban en la tierra; las cabezas tronaban por el impacto de las piedras, rápidamente el monte prendió fuego, tal como lo habían vaticinado los espíritus, pero los españoles no disminuían su ataque. En medio de la escaramuza Don Baltasar vio a Calarcá que levantaba su macana de la destrozada cabeza del capitán Pedro Jaramillo de Andrada, en una carrera en medio de la batalla Baltasar, empuyando su lanza se arrojo hacia el Cacique Calarcá, al mismo tiempo Don Diego Ospina y Maldonado apuntaba su arma contra el cacique.

Baltasar lanzo su lanza, Don diego disparo y el cuerpo del cacique Calarcá, caía de una herida mortal. Los indios Pijaos que quedaban con vida tomaron el cuerpo de su cacique y se internaron en las montañas en la huida por salvar sus vidas. Dicen que momentos antes de que Calarcá desfalleciera, se saco la lanza del pecho y con esta misma le atravesó la garganta a Don Baltasar, acertándole un golpe mortal. Este en Ibagué, ya en la noche, en cama postrado y moribundo, profetizo que cuando la lanza se encontrara en la mitad de la plaza ensangrentada sería por que volvían los Pijaos. La lanza de don Baltasar se guardó durante mucho tiempo en el arco toral de la iglesia de Ibagué como símbolo de la libertad y defensa de la ciudad contra los belicosos Pijaos. Bajo el arco toral se dibujó una viñeta que representa un arco con una lanza empotrada en el muro. Bajo el arco escribieron este verso:
“Esta es la lanza que fue
Del Señor don Baltasar,
Que por ser tan singular,
La adora todo Ibagué”.
Una copla que se hizo popular en Ibagué sobre la heroicidad de Don Baltasar contra los Pijaos, expresa lo siguiente:
“Era tanta la pujanza
Del señor Don Baltasar
Que dicen que llegó a ensartar
Ciento cincuenta en la lanza”.
Entre mas dura se ponía la batalla, mas salvajes eran los españoles. Los cuerpos los iban amontonando, y a los indios heridos los quemaban vivos en lanzas clavadas. Algunos sobrevivientes fueron perseguidos hasta ser alcanzados y mutilados. Las carnes fueron enviadas en carretas a donde los Pijaos para demostrar que los españoles habían ganado la batalla del nuevo mundo. A lo lejos se veía la figura robusta de un hombre desconsolado, era Acaime que no creía lo que sus ojos observaban, parecía que el dios de oro llego con la furia prometida pero esta vez la descargo sobre el pueblo nativo y no sobre los españoles como él lo había dicho. Todo un dios le daba la espalda a un pueblo que lo veneraba, lo esperaba y en él esperanzaba.

Con la derrota definitiva, la Cacica Gaitana desapareció misteriosamente. En su honor para la posteridad, los huilenses mandaron a construir el monumento a la Epopeya de “La Gaitana”, hecho en bronce y acero por el maestro Rodrigo Arenas Betancourt en Neiva, en las márgenes del río Magdalena.

Lastimosamente para los indios nativos, la guerra se perdió. ¿Por qué? ¿Por el aviso de la batalla por medio de Don Rodrigo hijo del Cacique Pigoanza? ¿Por la muerte de Calarcá que desmoralizo todo el ejercito indígena? ¿Por qué el dios cristiano venció al dios de oro indígena? ¿Por qué las armas de los españoles eran superiores a las nativas? Hay muchas preguntas que no tienen una sola o certera respuesta. Como la muerte de Calarcá, algunos dicen que fue por el disparo de Don Diego Ospina, otros afirman que fue a causa de la lanza de Don Baltasar, pero la verdad es que el cuerpo de Calarcá jamás fue encontrado.

Cuenta la tradición indígena que el cuerpo fue llevado a la tierra de las nieves en el nevado del Tolima y allá fue quemado para que los espíritus se lo llevaran. A la mañana siguiente cuando en la nieve quedaban las cenizas de Calarcá se las llevo el viento y a lo lejos se pudo ver como las cenizas se tornaron en forma de un ave grande que la gente llama el cóndor, y que hoy esta en nuestra escudo como símbolo de la supremacía de nuestras montañas de nieve. Y fue así como el cacique fue convertido en cóndor y desde entonces vuela por las montañas de nieve. En el lugar en donde los indígenas quemaron el cuerpo dicen que hay una auca con figuras y adornos de oro. Pero esa verdad le pertenece a la montaña.

Cuento, Mito o Leyenda lo cierto es que en la iglesia de Ibagué aun esta la lanza de Don Baltasar guardada y se puede ver el verso empotrado en el muro, la iglesia de la época le compuso una novena y le levanto una oración. Para Calarcá, quedo la ciudad que hoy lleva su nombre y por donde dicen su alma todavía recorre sus tierras y un día se saco una moneda de 50 centavos con su estampa gravada. Pero lo que es cierto es que ese espíritu guerrero sigue aquí sigue vivo, memoria Pijao que sigue latente en El Valle De Las Lanzas.

Texto agregado el 25-09-2007, y leído por 8358 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-04-2017 muy bueno JULIANGA
 
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