Una nota decía:

Tengo el oficio de guardar por mucho tiempo lo ajeno. Soy un rostro en la retina de un desconocido. Tengo que informarles que soy nada de lo que esperan de mí.
Que soy un papel en llamas y palabras para el viento. Entérense ya de mi arte. No tengo nombre ni patria, ni bandera. Aunque divago en las mismas huestes que mis hermanos, no me parí para ellas. No hago nada feliz, ni hago feliz a nadie, pero sin embargo me río. Hasta que la piel se añeje y deseosa pida a gritos una copa de silencio puro y un ejército de gusanos, para rendirse en una calle cualquiera.
Porqué camino por las calles, y me conocen, y saben quien no soy? Porqué esta incesable búsqueda de rostros por la vida? Porqué ni una bocanada del aire más puro es para mí un respiro?
En esta ciudad tan temible, de carteles luminosos y cámaras espías nadie siente siquiera el sudor.
A nadie le importa qué pasa con el cuerpo, las miradas de ese cuerpo, el espacio y el tiempo. El pucho, el vino y la lata que hace ruido entre todos los silencios.

Esa nota estaba dormida en el andén de la estación de todos los días.