Salía Del teatro rumbo a su hogar. Ver al primogénito graduarse lo lleno de orgullo y satisfacción. Para celebrar el acontecimiento dobló su ración diaria. Dio el dinero a los hombres de confianza para que mataran a dos personas y le preparasen lo mismo de muchos años atrás. Mientras comía la carne, y bebía la sangre, le armaba miles de planes a su hijo, cristalizándoseles los ojos. Lo quería bastante, y por ello se preocupo mucho por su ausencia, aunque no dejó esa particular costumbre de todas las noches. Pasaron tres días y el hijo aún no aparecía, era lógico pensar que él, siendo un hombre adinerado, estuviera en peligro de un secuestro, tanto propio, como de sus semejantes, así que dispuso a la mitad de su policía en su búsqueda. Cuando los nervios de este hombre se hallaban destrozados, optaba únicamente por digerir extremidades, no sin antes beber buena cantidad de sangre. Los subalternos ya sabían de antemano que en esos días se debía optar por “carne fresca”, de otra manera no se podía satisfacer. De esta manera, se decidieron por echar mano de la última victima, y como el jefe se encontraba tan apurado, no tuvieron tiempo de arreglar el plato. Primero le sirvieron el liquido acuoso e hirviente. Cuando ya hubo terminado, se apresuraron a llevarle la comida recién sacrificada. Al rato apareció el hombre en la cocina completamente ofuscado y consternado, oprimiendo con fuerza un anillo de grado, procedente de la mano de la cena. Sin darle tiempo a nadie, sacó una pistola de su gabardina, los mató a todos, y luego se suicido. Las palabras finales, pronunciadas por uno de los cocineros, fue mas o menos “Lo sentimos, no sabíamos que el fuera su hijo”.
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