PERFUME DE GOMINA
Me había acercado a la peluquería de mi infancia, empujado por un cierto viento de melancolía, pero también con la curiosidad de saber si Saverio había sobrevivido a los años de la dictadura.
Parado frente al amplio ventanal observaba el local sin clientes que parecía atascado en el tiempo.
Sin entrar y desde la vereda me imaginaba sentado en una silla de esterilla que, apostaba, era la misma de 50 años atrás.
El lugar era reducido comparado al que conservaba en mi memoria infantil.
Observando a través del vidrio, descubrí los mismos cuadros de aquel entonces, solo que más amarillos. El escudo de Independiente, el equipo campeón del 64 con Santoro, Rolan, Ferreiro, Bernao, Mura, y Savoy, entre otros. El póster del Che y en un pequeño cuadrito un carné del Partido Comunista, con la foto del peluquero.
Cerré los ojos.
Envuelto en el perfume de la gomina Brancato que me arrastraba hacia mi niñez, me pareció ver como se abría la despintada cortina de aluminio. Vestido de impecable delantal blanco aparecía Saverio. Casi sin respirar pensaba rápidamente qué decirle a ese hombre de mi infancia apenas me reconociera. Con un gastado ademán, me invitó a ocupar el antiguo sillón con pie de metal al tiempo que desplegaba una tela blanca. Hipnotizado por el ruido de las finas tijeras cerca de mis orejas, evocaba aquellas tardes de mi infancia cuando Saverio me contaba de la vida del Che, asegurando que pronto llegaría a nuestro país para liberarlo. O cuando nos trenzábamos, furiosos, hablando de fútbol.
Recordaba que alguna vez discutimos y yo me fui puteando por esa misma vereda, llamándolo rojo amargo, cagón y comunista.
Cuando abrí los ojos, Saverio, sin reconocerme, desapareció tras la cortina de metal y el local quedó vacío.
Entonces, triste, me alejé.
Lloviznaba en las calles de Mataderos.
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