Me despiertan, no, no quiero. Son menos de las seis de la mañana y mi cuerpo me comunica que no quiere conectarse a la realidad. ¿La realidad? Pataleo internamente, digo un par de palabras sin sentido y lentamente, como si fuera la ama y señora del tiempo, salgo de mi cama. ¿Cómo? No sé.
Empiezo mi día mecánicamente. Abro mi cajón y las puertas mi closet de par en par intentando encontrar mi uniforme; calcetines, pantis, vestido, blusa, corbata y otras estupideces de la misma categoría. Me las pongo y me miro, me miro minuciosamente, como si fuera la última oportunidad de hacerlo en mi vida, me analizo y me doy cuenta de que es un paso más de mi mecanismo mañanero, porque claro, todos los días lo hago, todos los días veo los mismos defectos o quizá más.
Me dirijo al baño a ponerme una máscara, la máscara de las mujeres; delineador, fijador de pestañas y algo de rubor rosado, para verme un poco viva.
Bajo, me tomo un té con tres sacarinas.
Subo, me cepillo los dientes.
Bajo, y me voy.
Me apuro para llegar al paradero antes que el bus y así no congelarme y perder la poca vida que me dí con mi máscara. Pero el bus no pasa y no tardo en volver a mi mundo de ensueño, a perderme en mis quimeras, ilusiones y fantasías.
Es tarde, muy tarde, al menos lo suficiente como para lograr impedir hacerme vivir otra vez. |