No me preguntes por qué estoy triste, hazme reír.

Si me encuentras doblado por el peso de la vida, dame un bastón.

Si te ofendiste por mis palabras inapropiadas y no sé pedir perdón, habla conmigo, no te calles.

A veces me cuesta reaccionar ante lo injusto; aguanto y callo, tengo miedo. Te lo voy a contar.

El silencio es oro y la palabra, plata, dice el adagio, pero hay silencios que matan.

A veces miento para que no hieras mi orgullo diciéndome lo correcto. Dime siempre la verdad aunque me duela, pero no la emplees sólo para herirme.

Yo y mis edades componen el calidoscopio de mi ser actual. Ahora soy yo y la edad que tengo como condicionante. Quiéreme ahora.

Aprendí pronto a decir “mío” y tarde a decir “tuyo”. Muéstrame cómo decir “nuestro”.

Si ves que tropiezo y caigo en “lo de siempre”, ayúdame a levantar compasivamente. Tenme paciencia.

No temo tu enojo por no saber defenderme de él sino por no acertar en alegrarte pronto.

A veces un cuadro de mi personalidad me tapa el museo de mi individualidad y decaigo, paséame de nuevo por todas las salas y háblame de mis otros cuadros para quererme de nuevo.

Si lo que tengo me ata y lo que no tengo me subyuga, enséñame a vivir sin necesidades.

Si un “Te amo” no es un “Te quiero” y un “Te necesito” no es un “Te admiro”, ¿por qué mezclo las frases inconscientemente cuando estoy cerca de ti?