Tarde, como siempre tarde.
Ella, espera con santa paciencia la llegada del bus que la transportará en una loca travesía desde Temuco, hasta el rodoviario de Loncoche . La no despreciable suma de 85 kilómetros la separan de su otro mundo y amores. Solo la mantiene en pie la imágen del asiento del bus ojalá reclinable, que la espera, donde podrá conseguir el sueño de los justos entre la atmósfera que sabe vendrá cargada y oliente a trabajo, sudor, papas fritas, perfume y baño químico.
El bus se detiene. Hombres y mujeres se agolpan en la puerta forcejeando la entrada para lograr sentarse al lado de la sombra. La mayoría rostros familiares: compañeros de viaje, barrio, partido o juerga. La tripulación recorre los rostros y se cerciora que nadie falte.
Ella se acomoda en el rincón de la ventana en el lado de la sombra, da un último vistazo a su bolsa de supermercado y se prepara a ser recibida por los cálidos brazos de Morfeo. Entre que cierra los ojos y los abre atisba quien sube en la siguiente parada. Observa al clásico ochentero que sube raudo buscando un rostro amigable. Justo como era de suponer se le sienta al lado pues la conoce. Era de esperar pues de hecho han compartido más de alguna juerga o reunión.
Buscando conversación como siempre, buscando quien lo escuche, aquel ochentero militante de sí mismo reclama contra los olores y el calor.
Ella se le escabulle, cierra los ojos demandando con un gesto su espacio y cae en el sopor del sueño.
El bus se detiene en la pequeña comuna de Gorbea. Un enjambre de adolescentes sube ostentando sus bronceados como trofeo de guerra, cruzan sonrisas cómplices que combinan con el ánimo del verano y su juventud, ocupan el pasillo de este aparato que va bastante lleno.
Ella. Su rostro reflejado en el vidrio del bus le recuerda la distancia en edad calendario a la que está de los muchachos. Imposible luchar contra las patas de gallo que convergen con sus caídos párpados y culminan en acentuadas ojeras, signos inequívocos de poco sueño.
Ella. Se entrega sabiendo que se dificultará la gestión del dormir. Decide entonces descansar con cerrados ojos. Una interrupción más devuelve su conciencia hacia el pasillo. Un joven guitarra en mano y zampoña adosada, acompañado de un segundo personaje que no se distingue fácilmente por estar a contraluz, y que suena a charango, inician lo que podría entenderse como canto nuevo… ese que se popularizó en las micros de la capital gracias al hambre de la dictadura.
Ella. Además de ser transportada hacia otro pueblo, sube en la máquina del tiempo: se entretejen los recuerdos de los noventa: el chocopanda a cien en el camino al liceo… a la toma, el mitting, la movilización, la metrada. Las "palomas" en el morral y los clásicos bocetos con puños alzados para el próximo mural de la Brigada… Vuelve al pasillo del bus y al “adiós general” que corean los cantantes
-¡Lánguido el canto nuevo!- le comenta ella despacito al ochentero:- de seguro no seleccionaron en el casting de “ROJO fama contra fama” ...suerte para ellos y para quienes detestamos ese programa, a sus productores, rostros y lo que venden a nuestros cabros para atraparlos en la realidad de la idiotez que todo lo consume.
Los adolescentes bronceados y asombrados, no entendiendo más que el ritmo y la alegría sonríen frente al magro espectáculo. El ambiente se empapa de música y por algunos minutoskilometros el bus es un espacio de catarsis colectiva donde la alegría y la algarabía siente.
Ella, sus pies y el de su casual acompañante se mueven al compás de los sones de otros tiempos, de la histórica lucha que dicen ganamos un 5 de octubre. -¡Democracia de mierda! -vomita en su interior. Finalizado "Sol y Lluvia" los pasajeros aplauden y vitorean al más clásico estilo. Los jóvenes trovadores embriagados con el respaldo de la concurrencia acometen con la Violeta y su Volver a los diecisiete.
Ella, que bien conoce el rito del trovador callejero, pues alguna vez cantó en una micro, revuelve en su bolsa buscando la moneda con la que agradecer el trabajo de los chicos pues pasó el peaje y el bus lleva a la parvada de adolescentes de pie… Los últimos rayos de sol golpean las ventanas y sus ojos se encandilan. El paisaje se tiñe de naranjo, amarillo y luego rojo.
Se la ve feliz contoneando la salida entre los artistas, pasajeros y tripulación. La calle Ignacio Serrano la recibe mientras el casual acompañante sigue aplaudiendo a los trovadores mientras baja del bus. Imagino que el ahorro del pasaje negociado con el auxiliar fue bien invertido, no en vano regateó el precio: un tercio al canto popular, otro al rico para el hijo y el tercero para el cigarrillo suelto, que será consumido por ella y su ochentero acompañante cuando son cerca de las diecinueve y treinta horas de un martes por la tarde.
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