De mentira es lo que ella te da, lo que te susurra al oído, lo que te hace sentir. No cree en nada; muchos menos en el amor; para ella no existe. Es profesional; te da su aliento que parece de verdad y esos besos terapéuticos, vacíos de amor y sentimiento que engañan y hacen sentirse especial a cualquiera que los prueba.

Pero a veces, sin querer; ocho noches al mes; ella te deja ver detrás de su antifaz; un poco más de lo que se esconde bajo su disfraz de marioneta del destino con curvas de mujer. Y descubres que hace mucho tiempo ya, alguien la intentó salvar regalándole promesas. La sacaría de las cuatro paredes grises y desconchadas de aquel bar de luces de neón. Bar de carretera y soledad; mezcla de cerveza y humo; dinero sucio y mujeres fáciles por obligación. Lugar de rechinar de máquinas tragaperras y temor al azar y a la suerte por parte de trece mujeres, todas ellas sin papeles.

Y destapas su verdad. Ese tipo que le iba a dar como mínimo dignidad, la usó. Luego la abandonó. Ella sola sentada sobre una maleta vieja, negra como sus penas, repleta de incertidumbre. Ahí estuvo varios días, en la esquina del fracaso y el olvido; de la frustración y la rabia. Esquina de la calle desencanto, esperando de cinco a ocho; tres horas en las que tenía tiempo de descanso; a un tren con nombre de mujer “Utopía” que, siempre pasa de largo.