Decir que era preciosa, es ser injusto con la realidad. Recuerdo que cuando la vi por primera y última vez; su fotografía en un cartel; volvió a mí la fe. Era de belleza mariana; delicadeza angelical. Alguien que al igual que yo la contemplaba, comentó en voz alta que se rumoreaba que su cuerpo sabía a gloria y que al andar parecía que flotaba. Yo, habría puesto la mano en el fuego apostando que sí…y soñé con comprobarlo...

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Despedía reflejos de luces de neón. No tenía un aroma propio sino que era una aleación de olor a tabaco rubio, de vino blanco francés, de “Chanel”, de pieles pasajeras. En torno a su nombre y a su historia revoloteaban casi un centenar de leyendas que se transmitían gracias a la mala fe de los labios aterciopelados y venenosos de sus compañeras y de los despechados que no habían podido llegar a tenerla.

Se contaba que era de piedra, porque nunca sonreía y muy raramente hablaba. También corría la voz de que el color marfil de su piel se debía a una enfermedad contagiosa e incurable. Incluso llegaron a decir que en otros tiempos fue un hombre.

Sólo una historia esbozaba parte de la verdad. Había querido ser bailarina e hipotecó su vida por su sueño. Se dejo aconsejar e inocente de ella se puso en manos de un mal nacido que la convirtió en bailarina. Sí, una bailarina con renombre internacional que hacía delirar al público masculino cuando actuaba en “L’Amour” un local carísimo y selecto. Donde cambió las medias zapatillas planas de ballet por unos tacones de aguja y, el soñado maillot por un corpiño de lentejuelas.