Corre el año 2601, todo brilla y transcurre rápidamente, aunque ese brillo situado en esta época ya no es alegría ni belleza, ahora es tristeza y apariencia de una vida perfecta. No hay eternidad, no hay luz, y el alma es un supuesto que causa gracia entre los habitantes.

Pero el Gaia en un muy esperanzado esfuerzo creó la máquina del tiempo y ha decidido traer a grandes personajes que alguna vez fueron homenajeados, admirados y por qué no, venerados. Poco a poco empiezan a salir Mandela, Gandhi, Einstein, Tomás de Aquino, Freud, Marx, El Che Guevara y unos cuantos más...ah! y un tal Dios al que nadie recuerda, pero que según Gaia será de gran ayuda.

Eccehomo, un pequeño de ocho años ha estado escondido tras una puerta, pero esta tiene un agujero por el que ha podido ver y escuchar todo lo ocurrido; entonces se asusta y corre, corre, corre hasta que tropieza con un transeunte al que no le puede ver la cara porque sus ojos están inundados de lágrimas, éste le pregunta el motivo de su llanto; pero las explicaciones se hacen innecesarias cuando aquellos seres empiezan a brotar como flores en medio de las calles. Porsupuesto, el pánico por parte de los habitantes no se hace esperar aunque el caos que se ha generado será finalmente el que dé lugar a tan increíble encuentro.

Ha transcurrido aproximádamente una hora y una vez disminuida la algarabía Gaia tranquiliza a la multitud explicándole lo sucedido, así que ahora los invitados tomarán la palabra. Se hacen reflexiones de diferente índole que se adentran en cada uno de los asistentes hasta el punto de llegar al llanto, entonces se produce un silencio: la última intervención la hará Dios, pero la multitud no se muestra interesada y abandona el lugar, ya nadie se acuerda de Él.

Gaia desilusionada les pide a sus húespedes que regresen a sus respectivas épocas, pero ellos le recuerdan que Dios es omnipresente; Él pertenece a la eternidad.

Tal vez el año en que se desarrolló este evento se haya escrito mal, y todo lo ocurrido allí forme parte de nuestros días.