“Hombre y poeta
son dos seres distintos, antagónicos,
que en un mismo cuerpo habitan:
luchan, pelean, se destruyen...”
El Autor
El fin de semana el hombre realizó algunos oficios:
arregló su casa, fue por el mercado, preparó el almuerzo, lavó unas prendas, revisó cuentas y facturas, hizo algunas llamadas, compartió con sus hijos, hojeó el periódico, compuso el marco de un cuadro, vio televisión, pensó en la rutina de la vida, en lo complicado del amor, en los compromisos laborales de la siguiente semana, en lo larga que venía siendo la quincena, en la enfermedad de un ser querido, en la eternidad de Dios y, al final de un día agotador, se acostó pensando en alguien amado a quien abrazar...
En tanto, su otro yo, se dedicó a otras singulares tareas:
revisó la biblioteca, releyó a sus poetas mayores, memorizó tres nuevos versos, olfateó unas flores secas, rescató de su memoria ciertos nombres a los que llamó tristeza, escuchó una canción ya de tiempo atrás olvidada, se emocionó ante la lluvia fresca que cayó sin prisa —despreocupada—, chapoteó mentalmente en el agua con los juegos inventados por su niño de ayer, bebió lágrimas de alegría al saberse aún a salvo de la vida y sin más de qué preocuparse —esperanzado— abrió la ventana, contempló la noche y empezó a contar: una a una, las estrellas…
Bogotá, agosto 27 de 2007 / Hora: 5:54 p.m
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