Este cuento no es mas que un capitulo muy tragico de mi vida, envuelto en un velo de fantasia.
Espero que os guste.
Había una vez tres amigos que vivían a orillas de un caudaloso río, donde miríadas de peces dorados como el sol chapoteaban felizmente, mecidos con dulzura por suaves corrientes de agua cristalina. Aquella imponente majestuosidad que la naturaleza había pintado con esmerada delicadeza, era para uso exclusivo de uno de los amigos, ya que era él, antes que los demás, el que había encontrado aquel paradisiaco recodo. También era el único que poseía una barca capaz de navegar río arriba, donde según decía se encontraba el más hermoso, fértil y extraordinario paraje que ojo humano haya visto jamas. En aquel idílico lugar, según les había narrado, los peces saltaban llenos de jubilo y sin miedo, hacia las redes del dichoso pescador. Sin embargo, aquella sublime belleza poseía una cualidad misteriosa, oculta, amenazadora... los afluentes que se unían a los márgenes estaban envueltos por una oscuridad indescriptible, que parecía provenir de la espesa maleza que envolvía el sinuoso cauce.
Un buen día, el afortunado dueño de aquella riqueza natural decidió emprender un viaje hacia tierras lejanas e ignotas con el propósito de comprar una barca más grande y resistente que le permitiera superar zonas del río que hasta entonces habían sido vetadas para él. Antes de partir, y conociendo por propia experiencia la naturaleza egoísta del ser humano, les dijo a sus amigos que se vigilaran mutuamente para que ninguno de ellos se embarcara en pos de su preciado hallazgo.
El tiempo paso, y paso y el pescador no volvió. Hasta que en una cálida noche de verano, cuando la luna brillaba en lo alto de un cielo sembrado de estrellas, una sombra ominosa se deslizó río abajo, llenando las aguas de oscuridad y borrando cualquier rastro de luz que el astro nocturno había posado gentilmente sobre su superficie. Las ninfas huyeron despavoridas, las corrientes comenzaron a dibujar extraños remolinos que iban y venían sin un orden aparente. Los peces salían despedidos hacia la orilla, donde morían agónicamente. Todo era caos, oscuridad y confusión.
Los dos amigos despertaron y observaron atónitos aquella irreal escena. Uno de ellos se acercó a la orilla y empezó a recoger los peces muertos que yacían en el suelo. Sin darse cuenta fue acercándose cada vez más hacia el límite que separa la sólida y segura tierra firme, de las revueltas y alteradas aguas del río. De repente, una terrible ola envistió violentamente al muchacho, llevándose consigo sus moribundas pertenencias y dejándolo medio ahogado e inconsciente. Mientras tanto, el otro amigo, aprovechando aquel momento de confusión, forzó la puerta de la cabaña donde estaba la barca del pescador y entro, apropiándose furtivamente de la pequeña embarcación; La empujo hacia la orilla, se subió a bordo y remo con gran dificultad. Noto un dolor en una de sus manos pero no era por culpa del esfuerzo, sino por un valioso anillo de oro y diamantes que le molestaba al asir los remos. Se lo quitó, lo tiro al agua con absoluto desprecio y continuó su penosa marcha, sorteando hábilmente toda clase de obstáculos hasta desaparecer río arriba buscando aquello que durante tanto tiempo había anhelado. En ese mismo instante el manto negro desapareció, al igual que los turbulentos remolinos en los que se dibujaba la palabra soledad, devolviendo la calma al arroyo. Sin embargo el agua ya no era transparente y cristalina porque la tierra del fondo había sido removida, otorgándole ahora un aspecto ocre y sucio.
Al cabo de un tiempo, el muchacho que había sido rechazado por las agitadas aguas despertó y, todavía aturdido por el golpe, observo el río. Vio que ya no era como antes, alguna cosa había cambiado y ya no sentía la misma atracción hacia él. Sin embargo un pequeño detalle llamó su atención. A través de aquel turbio torrente en el que se había convertido el arroyo, se abría paso un débil resplandor que parecía ir perdiendo fuerza con cada uno de sus apagados destellos. Metió la mano en el agua y saco lo que parecía un anillo de incalculable valor. Le impresiono su belleza y no pudo evitar colocárselo con cuidado en uno de sus dedos. El anillo emitió una potente luz que deslumbro al muchacho y acto seguido volvió a brillar con todo su esplendor. Aquel destello hizo que, aunque no viera el anillo directamente, su esencia siempre estuviera gravada en lo mas profundo de su corazón.
Los días pasaron y cuando ya nadie se acordaba de aquel afortunado pescador que había marchado tiempo atrás a las lejanas tierras del norte, éste volvió. Pero sus manos estaban tan vacías como el cobertizo donde había guardado tan celosamente su embarcación. No traía barco, ni bote, ni balsa y su rostro expresaba el cansancio de una infructuosa búsqueda. Era tan grande su pesar que ni siquiera presto atención a los indicios que mostraban de forma tan diáfana lo que allí había pasado: El cobertizo forzado, el agua sucia, la enigmática ausencia de su compañero… Seguía ensimismado, pensando en el fracaso de su misión y con la mente nublada por la desesperanza. Se arrodillo y bebió de aquel turbio caudal, intentando aplacar su sed, sin darse cuenta que estaba llenando su interior con un pútrido y espeso contenido.
De repente, un estrepitoso chapoteo se abrió paso a traves del cauce del río, y de las oscurecidas aguas emergió exhausto y completamente ajado el infame usurpador del tesoro fluvial. Sus ropas estaban destrozadas y su piel completamente arrugada. Su barca había encallado y la corriente lo había hecho retroceder con inusitada violencia. Se desplomo en la orilla y permaneció allí, mirando con frustración el lugar donde el río cambiaba de dirección, con los pies metidos en el agua, en un vano intento de rememorar aquello que había estado saboreando días atrás.
Solo el tercero de los amigos permanecía al margen de aquella triste escena; feliz, con aquel hermoso anillo en su dedo, más brillante que nunca. Incluso cuando se encontraba inmerso en los quehaceres cotidianos, su calor lo cubría por completo, inundando todo su cuerpo con la más agradable de las sensaciones.
Sin embargo la felicidad es a veces una ilusión efímera y fugaz, un sueño maravilloso que termina al alba, cuando el sol aparece por el horizonte, intentando iluminar nuestra existencia, sin darse cuenta que esta llenándonos el alma de la más absoluta oscuridad, privándonos de lo único que alivia nuestra patética existencia.
Ocurrió de repente. Estaba tan absorto en la contemplación del anillo, que nuestro dichoso campesino había dejado incluso de comer. Había perdido tanto peso que, sin mas, la joya se deslizó por el huesudo dedo hasta caer al suelo. Lo cogió, sorprendido, y se lo coloco de nuevo. Al momento volvió a caer. El anillo no encajaba en aquella escuálida mano pero el muchacho no cejó en su empeño y lo volvió a intentar. Una vez mas resbalo y callo, rodando esta vez lejos de el, impulsado por una fuerza desconocida y misteriosa que lo llevo muy cerca de donde estaba postrado aquel infeliz pescador que días atrás había intentado llegar a las fuentes del exuberante riachuelo.
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