-Niña. ¡Estoy feliz! Me están saliendo canas. Cada día son más numerosas.
-Hija ¡Como te envidio! Y yo con este pelo tan negro y sedoso. Y fíjate que por más que hago morisquetas, no me sale ninguna arruga ¡Yo no se que va ser de mi!
-No te deprimas, muñeca, que más encima vas a adelgazar y todas las miradas de esos hombres sucios van a estar posadas sobre ti. ¡Que horror! Vamos mejor a comernos una panzada de chocolates de esos que me dejan la cara llena de espinillas y unos deliciosos pasteles de hoja que me hinchan como sapo. ¡Que rico! ¡Voy a parecer una vaca!
-Quien fuese tú. Con esa facilidad que tienes para engordar. Ídola, eso eres.
-Bueno, asunto de herencia creo yo. Mi madre, mi abuela y mi bisabuela eran todas ellas unos verdaderos toneles con patas.
-O sea que la belleza viene de bien atrás, guatona espinilluda.
-¡Ay, piropera que eres! Pero tú no te desanimes reina y sacrifícate un poco también. Vamos, te invito al Mac Donald de la esquina y nos comemos diez hot dog, veinte hamburguesas y todas las papas fritas que encontremos.
-¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué para ser bella hay que ver todas las estrellas del firmamento? ¿Por qué tanta injusticia digo yo?
-Ya, no seas llorona, adefesio mismúndico y partamos de inmediato a un tratamiento de belleza intensivo.