Trotaba cabizbajo, dando patadas a las piedras, a las latas y a las bolsas de basura…
Asfixiado, después de correr seiscientos metros, porque me apetecía asfixiarme de alguna forma.
En el corredor, más que callejón, que forman las fachadas de dos casas y entre unas macetas que parecían especialmente iluminadas la vi.
La luz de la tarde sobre las macetas rojas y las flores amarillas tramaron mi atención, ahora que lo pienso, de una forma extraña, maligna.
Aquella mujer, que podría ser por lo menos mi madre, quizás mi abuela por la edad; me llamaba… con el dedo, acercándolo hacia sí y estirándolo de nuevo; después me ofrecía algo que estaba en su bolso.
Paré un poco la desganada carrera; me agaché jadeante, ella sonrió. Con aquella pinta de abuela de barrio no podía ser nada malo, se me vino a la cabeza.
Entré despacio al estrecho callejón que daba al mar, ella seguía entre las macetas. “Le ocurre algo?” Le pregunté.
“Tengo algo que te va a gustar contestó”…pensé en sexo, porque he visto putas mas viejas… y no me apeteció. En coca, pero no era posible; una mujer mayor, peinada de peluquería, con un abrigo marrón y un bolso gris…definitivamente, no era posible.
Me acerqué, por pena, porque creía que estaba loca y me dije…!!hala¡¡ la buena acción del día, me ganaré un poco de ese cielo del que hablan.
Y me ofreció una historia. Me dijo que sabía que a mi me interesaban; una conversación desbaratada; una canción sin pentagrama. Un poema sin rima ni medida. Me contó solo un cachito de su vida; solo un cachito muy pequeño, queriendo dejar ver al mismo tiempo que tenía muchos mas… Después, me pidió 20 euros; se los di.
No sé aún si me han timado. Pero ella sacó de su bolso un papel descolorido; muchas veces doblado y desdoblado y me lo puso en la mano.
Sé que ahí está escrita la historia que me contó.
Sé que ahí está escrita, en diminuta caligrafía un trocito de su vida.
Otro día, cuando me atreva a desdoblarlo, os lo cuento…
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