Una vez me aventuré, desconociendo todos aquellos consejos.
Los consejos eran hablados con miedo y frunciendo el ceño, pero con autoridad, cómo alguien que sostiene su rifle inmóvil apuntando a la oscuridad dónde un animal podría comportarse de manera inesperada y violenta.
Pero pasado el tiempo y habiéndose vuelto costumbre, los consejos no eran más que las medias sucias, la vecinita de enfrente o las picaduras de los mosquitos.
Decidí aventurarme hacia lo no permitido.
Para que nadie notara que mi silla, la que yo ocupaba normalmente, estaba vacía y de esa manera producir alarma, hice un truco muy ingenioso que dió gran resultado;
la tiré al río.
Entonces salí caminando en paz hacia lo no transitado, lo no conocido y temido.
Allí había un camino perfectamente marcado.
Lo primero que recordé fueron los caminos de las hormigas, y pensé que tal vez hormigas de gran tamaño caminaban por aquí, llevándose árboles enteros para construir una cueva que fácilmente llegaría en profundidad hacia el centro de la tierra, así generando que la lava brote, se forme un volcán y extinga a las poco precavidas hormigas gigantes.
Eso explicaba su no existencia, y los mitos del volcán.
Me topé con la famosa montaña.
No era tan alta.
En las noches de luna llena todo el pueblo se sumergía en un jolgorio febril de músicas, risas y terminaba con el agotamiento total de la tan protegida reserva de bebidas fermentadas.
También eran esas las noches dónde se concebían la mayoría de nuestros hermanos, creados en medio de un estallido de las mentes y cuerpos esfervecentes, el color desorbitado y a toda voz de las almas confundidas entre sí.
Yo era joven como para participar, a nosotros nos encerraban y nos inventaban alguna historia.
Al otro día nos pedían que no hiciéramos ruidos, que nos comportáramos como adultos.
A esa montaña (y aquí explico por qué expliqué lo anterior) se le dedicaban los primeros cantos, cuando todavía la tierra no se movía y, aparentemente, para que lo hiciera.
Entonces trepé la montaña, movido por mi curiosidad y mi felicidad de estar fuera de lo permitido, explorando y alimentándome del aire nuevo y brilloso.
Cuando llegué a la cima me encontré con el personaje que da nombre a este relato.
Él era el sabedor de las cosas.
Él sabía sobre las cosas, sobre todas. Él no era una cosa, y portanto podía observar a todas las cosas simplemente como cosas que podía observar simplemente y con sencillez y con produndidad y con agudeza.
El sabía más de lo que nosotros podemos saber a través de la internet.
El sabía más de lo la enciclopedia británica podría jamás saber.
El sabía mucho más, pero mucho más.
Desafortunadamente yo no supe que preguntarle, porque yo no sabía todo.
Empecé por preguntarle si todas mis preguntas él las podría responder, y me dijo que sí, que así era.
Entonces le pregunté;
-Dime, oh tu, señor que eres el gran sabedor de las cosas todas, dime; ¿hice mal en escapar de los límites de lo permitido?
-Si, joven, has hecho mal.
-Pero ellos no lo saben, podré volver y todo será como antes, ¿o no?
-Temo que los pescadores encontraron tu silla, y se sorprendieron de no verte en ella, joven. Ellos ya saben de tu desaparición.
-Aconséjame, oh gran sabio que todo lo sabes, sabes de todas las cosas todas, oh mi gran respetado sabio de la montaña, oh señor conocedor; ¿qué debo hacer ahora?
-Ahora tu serás un profeta. Irás a tu pueblo y dirás que has hablado con el sabedor de todas las cosas y tienes un gran conocimiento dentro tuyo.
-¿que conocimiento es ése?
-Aconsejarás a tus hermanos de nunca abandonar la zona permitida.
-Oh, señor, mil gracias, oh mi gran señor.
-Ahora vete, déjame solo para pensarrr...
Bajé corriendo por la montaña.
Como estaba muy empinado la velocidad se fue de mi control y me enterré profundo en la vegetación. Pero eso no mermó mis ansias de volver a mi lugar permitido, con mis hermanos, a predicar la palabra.