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Artemia Colobig, se llamaba la difunta, y por haber sido esta muy amiga de mi abuela, había sido yo obligado a asistir al velorio.
Al día de su muerte lo recuerdo perfectamente como uno de los días más calurosos que me han tocado vivir, sin siquiera una gota de aire en el ambiente.
Debo decir que por aquellas épocas odiaba concurrir a los velorios, cosa que aun hoy sigue ocurriendo, pero este velorio significo mucho en mi vida.
Artemia había sido una excelente persona, aunque entre la gente existía un rumor de que, debido a un par de infidelidades para con su esposo, esta no estaría mas allá de su tumba, y su vida no continuaría después de la muerte.
No fue esto, sin embargo, lo que tanto me sorprendió, sino que lo que mas me llamo la atención fue una niña, la cual permanecía en un rincón como buscándole una razón a la muerte de Artemia.
La niña tenía exactamemente mi misma edad, cosa que luego comprobé y hasta el día anterior había sido la única nieta de Artemia.
Permanecía allí parada con su pelo rubio y sus ojos verdes mirando en dirección a una ventana hasta que me acerque a saludarla, y darle mis condolencias, presentándome como el nieto de la mejor amiga de su abuela. Ella dijo que se llamaba Marisa Lux y me pidió acompañarla a un lugar donde pueda olvidarse de su abuela.

Inmediatamente partimos hacia un bar donde compramos una gaseosa y nos sentamos a conversar, contándome que lo único que le dolía de haber perdido a su abuela era la posibilidad de que esta hubiera dejado de existir por completo.
Yo le dije que no se preocupe por eso pero ella parecía estar muy convencida de lo que decía y hasta llego a inculcarme el miedo a morir.
Luego de un rato ella pidió perdón por tener que retirarse, argumentando que su madre debía de estar buscándola. Yo asentí a su disculpa pero le exprese mi deseo de volver a verla, lo cual ella también deseaba.
Fue así como al día siguiente volvimos a encontrarnos, esta vez en una plaza que estaba a no más de 2 o 3 cuadras de mi casa.
Marisa estaba esperando por mi desde hacia ya un rato pero no le importo mi demora, y luego de saludarnos, empezamos a hablar acerca de nosotros y de nuestra vida.
Tras una tarde de conversación ya sabía yo todo acerca de la vida de Marisa, y fue allí donde me contó que su familia era muy católica y que que cada domingo asistían a misa.
Pero lo que mas me importo de lo que me dijo fue lo que ella opinaba acerca de la muerte. Dijo que bastaba con un pecado que logre herir a Jesús para ser rechazado en las puertas de la vida eterna, y entonces comprendí la razón de su bondad.

Los encuentros se hicieron rápidamente mas frecuentes, hasta que llegaron a ser diarios. Y no piensen que era amor, sino que existía una gran amistad entre ella y yo que nos unía.
Los primeros meses me interese por el trauma que tenía por su teoría de la vida eterna pero de a poco comenzó a molestarme, a tal punto que tome la decisión de no volver a verla y me aleje de ella.
No puedo decir que no la vi más ya que en una ciudad tan pequeña como la mía es muy común cruzarte hasta tres veces a la misma persona en un mismo día, pero al menos no volví a hablar con ella.

Cinco o seis años después me entere, gracias a un amigo, que se había ido a vivir a Buenos Aires un tiempo atrás y que había sido violada la semana anterior.
Tras escuchar esto lo primero que recordé fue su teoría y pude imaginarme lo mal que debía de estar pasándola.
Pregunte a mi amigo si sabía algo más de ella, pero me contesto que solo sabía que había sido violada y que no estaba dispuesta a abortar.
Las primeras semanas fueron difíciles. No podía dejar de ir a la iglesia a rezar por ella y muchas veces estuve dispuesto a ir a visitarla, aunque nunca me anime. Pero pasado un año de lo ocurrido, me di cuenta que ya casi ni sufría por ella, pienso que debió ser porque me la imaginaba muy feliz con su bebé. Y fue así como me olvide de ella.

Teniendo 81 años, una fría mañana de otoño, mi padre perdió la vida tras un paro cardio-respiratorio. No pude evitar en ese momento traer el recuerdo de Marisa a mi memoria y tras tomar un poco de coraje decidí volver a verla.
La mañana siguiente tome un colectivo a Buenos Aires y ya allí comencé a buscarla por todos lados.
Llegue a pensar que nunca la encontraría, luego de preguntar a todo el barrio por ella, obteniendo una misma respuesta, “no se, es imposible saber donde esta”, y me interese mas aun en su vida preguntando por detalles, obteniendo como respuestas que estaba loca que vivía con su hija adolescente a la cual no dejaba salir de su casa, para otra cosa que no fuera ir al colegio, y que la niña solía concurrir a la iglesia a pedir perdón por sus pecados, siempre acompañada de su madre.
Tras enterarme de esto me dieron mas ganas de verla y no descanse hasta no encontrarla al día siguiente. Caminando hacia a mi, de la mano de su hija, la cual era el fiel reflejo de aquella niña la cual había visto muchos años atrás en el velorio.
Al verme, Marisa me reconoció enseguida y corrió a darme un abrazo. Mientras que su hija permanecía como idiotizada detrás de su madre contemplándome de pies a cabeza.
Acto seguido, luego de presentarme a su hija Natalia, Marisa me invito a tomar un café a su casa el cual acepte gustoso.
Ya en el interior y mientras contaba lo de mi padre a Marisa, me sentí totalmente incomodado por la mirada de los ojos verdes de Natalia, que estaba frente a mi.
La charla se prolongo hasta la noche, y después de comer Marisa ordeno a su hija irse a dormir, y quedamos solos ella y yo conversando en el living.
Me contó que hacia todo lo posible para evitar los pecados de su hija, ya que seguía sosteniendo su teoría de la vida eterna. Me dijo luego que ella la había tenido alejada de los hombres por temor a que se involucre con alguno de estos, produciendo así el grave pecado de amar, y que tras mi llegada había notado a Natalia perdidamente enamorada de mi y no podía permitir que esto sucediera. Ella debía morir sin cometer ese pecado, y por esto Marisa haría lo imposible.
Le pedí que no piense en eso y que se olvide de su teoría, pero se notaba claramente que ella estaba decidida a hacer todo lo posible por evitar que su hija se enamore.
Era ya muy tarde y sabiendo de la inseguridad que había en las calles decidí volver al hotel donde me hospedaba, no sin antes saludarla y decirle que al día siguiente pasaría a despedirme, ya que debía volver a mi ciudad.
Al día siguiente las bocinas de los autos me despertaron cerca del mediodía, y decidí empacar mis valijas y volver a mi ciudad.
Por el camino pase por la casa de Marisa a despedirme. Golpeé la puerta muy fuerte pero nadie respondía.
Tras insistir sin conseguir respuesta alguna decidí entrar por mi cuenta, saltando el pequeño tapial que rodeaba la casa.
Fue al entrar que una suave brisa de viento sur sopló por la ventana, imitando los suspiros de aquellas almas que ya no estan junto a nosotros, y dándole a Marisa Lux una paz incomparable. A la misma Marisa Lux cuyo cuerpo reposaba junto al de su querida hija y cuya alma, dicen, continua hasta el día de hoy protegiéndola.

Texto agregado el 22-03-2004, y leído por 271 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-07-2006 Lo leí otra vez para confirmar mi teoría , la religión castra a las personas, impidiéndoles ser felices. pene-lope
18-04-2006 Bien escrito, lástima los acentos pene-lope
18-04-2004 Una historia triste, hermosamente contado. Que desperdicio de vidas las que no se viven por temor driade
 
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