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Cuando las cosas se ponían mal, uno siempre podía recurrir al pasado, rememorar aquellos momentos donde no había mayores tribulaciones y donde la vida era muchísimo mas fácil, y de ese páramo extraer las ansias de seguir viviendo, de respirar y esforzarse una vez mas. Eran tantos los años que habían pasado que no sabia exactamente que me podía servir para sentirme mejor, mis memorias estaban tan bien guardadas que el ayer se presentaba como una mancha de dudosa procedencia, como si aquellos hechos estuvieran envueltos por una espesa neblina, que casi no me permitiera reconocerlas como mías. Es que tal vez quien sabe si eran mías, sino se las robe a cualquier persona que pasaba por ahí: al que anuncia el diario en la esquina, a la muchachita que cruza la calle con parsimonia. ¿Cómo saberlo? Es verdad, tal vez tu lo sabias, pero, ¿Cómo responderme si no estas?
Estoy caminando por las calles que juntos conocimos para encontrar mi pasado, aquellas calles donde las pequeñas casas eran todas iguales, todas pintadas de blanco y con ventanitas floridas; en la vereda estaban siempre los niños jugando, justo afuera del negocio de aquella señora de gesto amable y sonrisa fácil. ¿Te acuerdas? Lo dudo, porque para recordar estas calles primero debes recordarme a mí, y estoy segura que en tu memoria no queda un rastro de mí. Pero ¿sabes que? Caminando veo que todas las cosas han cambiado: las casas antes todas semejantes, ahora tienen su individualidad, todas luchan por ser la mas alta, la con mejor jardín, la mas arreglada (¿hurra por la diversidad?) como si se vanagloriaran de causar envidia; sigo caminando y veo que ya no hay niños en la calle, solo unos adultos grises maletín en mano que pasan apurados, no ven las flores, no ven la absurda competencia de las casas, tampoco que ahora la juventud no tomaba aire, respiraba luz artificial, juegos de videos y un sinfín de cosas en las que los arboles no pueden tomar el dióxido de carbono y devolver el oxígeno. Y cuando llego a la esquina donde estaba aquel almacén, la vista se me pierde ante muros de concreto: frente a mi un supermercado, de esos sin identidad, que se parece a todos los demás, la sonrisa alegre de la señora Lucía es reemplazada por entonces por expresiones falsas y mecánicas de cajeros cuyos rostros no expresan nada.
Me desconcierto ante todo lo que antes significaban en sí muchas cosas, y ahora son solo parte de una masa inerte, sin forma, sin textura, sin aroma ni sabor, de esas situaciones que uno no guarda en la memoria porque a fin de cuentas no representan nada, y eso decepciona. Sigo recorriendo aquel lugar, esperando una cara conocida, algún objeto que ayude a rememorar, ¿tal vez las flores amarillas en el jardín de la casa 31? Me acerco, con la esperanza de encontrarlas, pues ahí estas tu, estoy yo y todo lo que debió ser; pero no, en su lugar hay cemente, rígido, gris, frió y maldito cemento.
Todo sin duda ha cambiado, y yo no lo podía entender, ¿Por qué tuviste que dejar que todo cambiara? ¿Por qué dejaste que las casas crecieran, que los niños no jugaran en las calles, destruyeran el almacén, cubrieran de cemento las flores amadas? Claro, porque es sencillo dejar destruir lo que no recuerdas, lo que para ti no existe. ¿Ahora dejarías que me destruyeran a mí? De alguna manera lo has hecho, llevando lejos de mi todo lo que yo quería, como estas calles y a ti mismo.
Y no es fácil seguir andando, ya que han pasado diez años desde la última visita, y ya todo parece de otro mundo. Ya no estoy mirando, ya no me inmuta si los autos pasan muy a prisa, si hay dos perros peleándose en la esquina; si todo finalmente no permanecerá, todo variara y será irreconocible.
Mas, de repente, ¡Un milagro! Una casa pequeña, como antes; pintada de blanco, como antes; con ventanitas floridas, como antes, ¡Todo igual a como era antes! Voy caminando con paso decidido hacia ella, esperanzada, ilusionada. La reconozco de inmediato, esa era la casa de nuestros sueños, donde queríamos vivir. ¿Te acuerdas?... ¿Por qué te sigo haciendo esas preguntas si se que no responderás, porque no estas aquí y porque no recuerdas? Pero ahora solo deseo ver esa casa, impasible ante el paso del tiempo, agradecer a los dueños por alejar el último vestigio de mi pasado de los cambios que todo experimentó. Y toco la puerta mientras la observo con detalle, pintada de azul con la madera gastada por el paso del tiempo, hasta que detrás ella emerge un personaje. Me mira fijamente y hay algo en su mirada que me parece familiar, vagamente se asimila a alguien del pasado. Sus ojos me siguen mirando, esperando una palabra, yo sigo observando aquella familiaridad, hasta que lo reconozco…
¡Eres tú! Aquel que no me responde, aquel que no estaba ahí para mi durante diez años, y ahora estas frente a mi, mas presente y vivo que nunca. Ahora, que importa si todo el mundo esta cambiado, si tu has conservado mi pasado, si detrás de esa puerta estabas tu, y en tu ojos veo las casitas blancas y floridas, los niños jugando, el almacén y la señora Lucía, las flores amarillas. Porque finalmente eras tu lo que me importaba de aquellas calles y aquel pasado.

Texto agregado el 22-09-2007, y leído por 284 visitantes. (0 votos)


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