Después de una comida copiosa y dormir la siesta pertinente, el peque de la casa se levanta con ganas de explorar el mundo, mira con mucho interés el baile de las mariposas en el cristal, las cuales parecen que bailan para él una danza coreografiada y él, complacido, sonríe como si hubiera sido en su honor. Yo contemplo toda la escena desde una distancia prudencial, quiero que explore su mundo, pero que no tenga cicatrices que lo demuestren como yo.
Después de un espectáculo sin igual se despereza poco a poco, cual oso después de un largo letargo, se baja de la cama, con bastante esfuerzo eso si, y se coloca antes de echarse a la carrera sus preciadas babuchas. Lo sigo sin mucho esfuerzo, cada pequeño paso que da por muy rápido que sea es alcanzado por mis pasos. Para mi sorpresa no ha ido al lugar que esperaba con su amado peluche que deja a buen recaudo en su cuarto de juegos, sino se ha dejado guiar por los aromas que trae el aire, ha ido con paso sinuoso hacia nuestra acogedora cocina, se asoma con recelo dejando ver solo sus ojitos curiosos y una nariz respingona por el marco de la puerta. Olfatea e intentando paladear lo que en ella acontece, me recuerda a mi cuando empecé a distinguir los diferentes olores de la comida hecha por la mano materna, los cuales me han seguido en mi vida.
Un rato más tarde tras ser descubierto por los ojos y el instinto materno, prueba la sopa que poco a poco se estaba cocinando, su cara irradia una explosión de sabor que, al no saber todavía cómo expresar con palabras, es expresada con una sonrisa, la cual agrada a la cocinera, le da un abrazo y un beso en al frente por el arduo cometido que es el ser el responsable de probar la comida.
Lo sigo hasta su cuarto ahora si, se reencuentra con su amigo del alma, su compañero de juegos y su mejor amigo, dejando volar así su imaginación por la que fluyen historias de viajes espaciales, ataques piratas y el salvar a las princesas del reino.
Lo dejo solo en su cuarto, para que sueñe y crezca, pero con mi mirada atenta. “Que bonito es ser padre cuando tienes tiempo de contemplar el maravilloso mundo de un hijo”, pienso.
Vuelvo a la cocina y busco lo mismo que recibió mi pequeño de la cocinera, un beso de los que solo se dan por un arduo trabajo.
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