LUNA
El tiempo también es un vector (dimensión irreversible).
Hace unos años, cuando recién comenzaba a escapar de mi accidentada adolescencia, encontré la fuente de dolor más profundo que hubiera podido imaginar hasta ese día. En realidad, era inexperto. Sin embargo, me caractericé siempre por una evidente madurez, y claro, una latente emotividad artística que encubría mis sueños infantiles.
Pues bien, me había enamorado por primera vez en mi vida. Me refiero a que había encontrado el amor que me había sido descrito en algunos libros del romanticismo del siglo XIX y en ciertas telenovelas de contenidos vacíos y estereotipados. Por lo tanto, era consciente que para amar debía hacerme presa del más profundo dolor y sufrimiento. Así lo había soñado, y así debía ser...
Pero mi cabeza y mi corazón nunca intimaron. Siempre buscaron motivos y argumentos para enfrentarse violentamente.
Es difícil decir adiós cuando no se ve por los ojos, sino por el corazón.
* * * * *
Estaba en medio del jardín de mis sueños. No lo reconocí, pues nunca había estado ahí, era demasiado idóneo para existir en este mundo material. Tal vez era el paraíso del cual fuimos desterrados en el Génesis, o la obra maestra de mi imaginación; no sé. Sólo sé que era un jardín porque había todo tipo de flores, de todos los tamaños, de todos los colores y de todas las especies; algunas estaban marchitas, otras expresaban vitalidad, otras eran de plástico. No existían paredes ni montañas que delimitaran las posibilidades, sólo flores que surgían en todas partes y que se extendían a la distancia.
Era de noche, la luna iluminaba todo, y hacía que todas esas flores simularan almas circundantes (veía flores en cualquier dirección que girara mi cabeza). Ninguna de ellas tenía contacto conmigo. Me sentía parte de ese jardín, o por lo menos lo creí conscientemente. Cuando miré hacia el frente apareció algo que llamó mi atención. Era una rosa; la más hermosa que jamás había visto. Era roja, muy roja; tanto, que su espectro irradiaba en el aire un tinte vivaz que la hacía sobresalir sobre las demás ánimas vegetales. Sus pétalos eran tan finos que la luz de la luna los atravesaba como rojizas láminas translúcidas que, para aumentar sus virtudes, contrastaban con el color del tallo; verde vivo, verde húmedo, verde esperanza. Parecía jugoso, exquisito. De él salían espinas, pero no como las que tienen las rosas ordinarias. Estas espinas eran mucho más grandes, afiladas y mortíferas; puñales que la hacían dulcemente intocable.
Yo estaba maravillado, o mejor, hipnotizado. Levanté el brazo en un acto inconsciente y lo dirigí hacia la rosa. Abrí mi mano y extendí mis dedos para tomarla del tallo. No sentía nada. Giré mi muñeca con la intención de arrancarla. El tallo, a pesar de su firmeza, se partió fácilmente, como si hubiera sido la astilla más seca del mundo.
Estaba enamorado.
En ese momento, cuando dejó de estar sujeta a la tierra, su belleza pareció aumentar.
No sé por cuánto tiempo robó mi atención; creo que más tiempo del que podría durar cualquier sueño. Por casualidad miré mi puño cerrado y encontré mi propia sangre deslizándose entre mis dedos; todo mi brazo estaba cubierto de sangre, de hecho, escurría por todo mi cuerpo. Hipnotizado por su magia había olvidado sus espinas. Bajé la mirada y vi una laguna de sangre a mi alrededor. Sentí miedo. Miré de nuevo la rosa; ya no era roja. Era negra, y no irradiaba nada, sólo vacío. Sin embargo, su repentina transfiguración la hacía más hermosa... real.
No quería dejarla; quería perpetuarla en los abismos de mi mano; hacerla parte de mí... una sola alma y un solo cuerpo; pero no pude evitar bajar la mirada y ver mis pies cubiertos de sangre. ¿Cuánto tiempo más podría resistir? Sabía que tarde o temprano mi cuerpo desfallecería. Era imposible romper el encanto.
Subí la mirada y apunté al cielo. Estaba completamente despejado, hondo y profundo como la concepción misma del infinito. En el centro de mi campo de visión descansaba la luna, quieta, contemplando mi lenta desintegración. Era redonda y brillante... tan melancólica. Podría jurar que en su silencio clamaba por mi alma, por mi libertad y por cada uno de mis sueños. Entonces, miré la rosa y sentí el frío manto de la muerte sobre mi cabeza. La sangre fluía con desespero y sin control sobre nuestros cuerpos. Fatigado, agonizante y sobre mis rodillas, la puse en el suelo con delicadeza. Miré mi mano por un segundo. Las heridas estaban abiertas y el flujo de sangre era incesante.
La angustia y la ira invadieron mi corazón. Hice lo que creí apropiado; di media vuelta y corrí. Corrí, corrí y corrí. Corrí mucho. Corrí hasta el fin de los días. Corrí hasta la frontera de la vida. Corrí hasta aquel plano en el que todo referente simbólico se plasma en los confines de lo que podría considerarse como real... Aquel día morí; morí y volví a nacer.
Y la rosa, tal vez se ahogó en mis fluidos vitales...
©2005 David Escandón V.
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Me complace contarles a quines leen esta historia que "Luna" fue escogida como argumento de un cortometraje titulado "Dimensión Irreversible", dirijido por Lina Tovar y producido por Johanna Valderrama. La producción retoma elementos del cine de los años 20, pues es en color sepia, mudo, con instrumentación sinfónica de fondo, y con didascalias que a partir de fragmentos del cuento narran la historia. El resultado fue una poética obra cinematográfica, en la que actué yo mismo, David Escandón V., como el protagonista y Paula Bedoya como coprotagonista. Fue un placer para mí haber vivido en carne propia una de las historias de mi mente, y un gusto aún mayor haberla visto proyectada en una pantalla grande.
- Suriplanta
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