Mañana Será Otro Lunes

*Dedicado a Trayenko y Tadeo*

"La música de un grupo de pendejos de moda llenaba con su sonido estéreo el interior del bus. Una luz sobre el asiento iluminaba apenas las páginas del libro y sólo al pasar junto a algún farol de la calle las letras se hacían más visibles, pero un tipo imbécil que durante todo el viaje se dedicó a hacer sonar un celular, cargando el ringtone más a su gusto para recibir llamadas, terminó desconcentrándolo totalmente de la lectura.
Pero, ¿sería realmente la conjunción de todos esos elementos que lo distrajo?

-Honestamente –admitió- no es la escasa luz, ni los anuncios publicitarios que se amontonan a orillas del camino, ni la música estridente, ni el celular del imbécil lo que me impide seguir los pasos del detective Brulé para dar con el asesino del alemán de Atacama, sino su pelo que todavía permanece enredado en mi boca.

Satisfecho de haber establecido el motivo de su desconcierto, marcó la página del libro y lo mantuvo entre las manos, cerró los ojos y allí se le agolparon todas las escenas recientes del día. Este lunes fue un lunes diferente a todos los lunes de su vida. O, por lo menos, si hubo alguno similar lo más probable es que permanezca perdido en algún rincón de su memoria en donde guarda como cachivaches viejos un montón pequeñito de recuerdos felices que podría contar con los dedos de la mano.

Pero este lunes, que comenzó a mediodía con un viaje tan breve, terminó convertido en una travesía de la que sólo Dios, su copiloto, sabe cuándo y dónde tocará tierra firme. Los primeros intentos para establecer la navegación de una barca que parecía dirigirse mar adentro bajo absoluto control, comenzaron con un interrogatorio rutinario de antecedentes dolorosos. Las confesiones mutuas trajeron imágenes que se negaban salir a la luz y los momentos de silencio ponían la nota de incertidumbre a las respuestas.

-¿Tienes hambre?

-Aún no.

-¿Un café, siquiera?

¿Cómo decirle que lo más importante del momento era establecer las reglas de un juego en el que los perdedores no deben llorar?

-Te necesito –fue lo más poético que se le ocurrió decir, mirándola por primera vez a los ojos, frente a frente.

-Pero sin enamorarse –advirtió ella.

¿Y cómo podré hacer para evitarlo? Y luego vino un primer beso, exploratorio, degustando con las lenguas los sabores extraños. Me gustan tus labios, dijo él, y los tuyos respondió ella. Y permanecieron así hasta que el rostro de él se sumió en el pecho de ella y pasaron segundos, minutos, años de su vida en que no sentía ese gozo. No sólo de dolor se llora, pensó, y recordó que la última vez que sintió algo así fue frente a la sepultura de su padre.
-Perdóname, papito –comenzó esa vez diciendo frente a los dolientes- por no haberte llamado nunca papito-. Entonces una mano grande le oprimió el pecho y una humedad en los ojos le dejó hasta ahí el discurso fúnebre. Fue la primera y última vez que tuvo un asomo de llanto en adultez.
-Hoy siento lo mismo –pensaba- sólo que es felicidad y tampoco puedo llorar. Reflexionó que era mejor así. Un par de lagrimones habría puesto la nota dramática al momento y él odiaba las escenitas de telenovelas. Luego se recompuso, asumió de nuevo el rostro de hombre rudo y encendió el enésimo cigarro.

-Tu presencia me permitirá recuperar mi dignidad perdida- comentó.

-Nunca las has perdido –aseguró ella-, sólo ocurre que no has sabido valorarte. Eres grande, eres el mejor…

Aquellas frases lo doblaron y nuevamente cayeron rodando en un abrazo. La barca perdió su ruta y a la deriva se soltaron las amarras de todas las pasiones contenidas. Los deseos escaparon como caballos enloquecidos y sus manos la recorrieron con la prisa del caminante que ha perdido un largo trecho por andar y siente que debe recuperar camino antes de que se vaya el día.
-Detente- rogó ella –y ese ruego sonó como un giro en el timón que orientó a la barca nuevamente por su ruta buena-. Cuando lo hagamos, espero que sea con amor. A orillas del mar, quizás, frente a Cantalao.

Así lo convinieron y los caballos alocados apaciguaron su carrera. Las pasiones se contuvieron con la conformidad de que un día, no muy lejano, tendrían un potrero para ellas solas y podrían dar rienda suelta a sus deseos reprimidos.
-Con amor- repitió él. Y así permanecieron hasta cuando la noche llegó sin anunciarse y debieron separarse.

Habían transcurrido casi doce horas y la despedida se produjo en una calle a medio iluminar, bajo un cielo estrellado, cosa extraña en esta época de invierno, y con los faroles tiritando como en el poema veinte de Neruda. Este día le deparaba todavía más sorpresas, y ahora se trataba de una curiosa coincidencia.

-En esa casa vivió y murió mi abuelo- indicó señalando una vieja construcción frente al paradero de buses.

-Conocí a alguien de allí- agregó ella.

-Cuándo me lo hubiera imaginado –respondió. Luego guardó silencio y pensó que más de alguna vez, ese lejano abuelo que cómo él jamás expresó sus sentimientos, le habría deseado buena suerte, que la fortuna le fuera pródiga y felicidad en el amor.
El bus se introdujo por la avenida principal de la ciudad, cerró el libro y lo guardó. Al descender, notó que las calles le parecían diferentes y que ya no le acompañaban las sombras siniestras de la soledad. Comprobó que aún quedaba resto de aquel día y que mañana… pasado y siempre, tendría que ser lunes."

Temuco, día del natalicio de Salvador Allende, de 2007

Es mejor leer este bello regalo que algo mío.
Trayenko.