Exorcismo de Invierno & Sortilegio de primavera
La santera suspiró mirando a su paciente y con gesto caritativo, en un tono grandilocuente y seguro, dijo:
_ No hay motivo para preocuparse. Y, dices que ese ahogo se ha instalado ¿hace varios días?.
_ Sí, le respondió, explicándole los síntomas -y continúo- : me recorre el pecho como una sierpe, impidiendo que entre el aire a fondo.
Doña Merced, que así se llamaba la santera, giró su cabeza hacia la ventana y comprobó la hermosa mañana que se anunciaba. Después se levantó del sillón acolchado, dejando caer algún que otro cojín de terciopelo, y arrancando la hoja del calendario, murmuró:
_ Ya se acabó ese frío que todo lo congela. Veamos, lo que el deshielo nos presenta. Tomó a la paciente con sus manos y acariciando su pelo, se aproximó susurrándole muy bajito, cerca del oído:
_ Hoy, vamos a desatar esos anhelos que sujetas en el pecho. Vas a soltarte la melena, para que vayas llenando tu cabello de reflejos del día y, así aliviar algo esos sentimientos comprimidos.
La paciente abrió sus ojos y sin saber qué responder, así, como para sus adentros – pensaba- : que ella no tenía ya ni sentimientos ni afectos. ¡Que no! que doña Merced se equivocaba y de sus labios brotaba que lo que realmente le pasaba a ella era que tenía miedo, miedo a quedarse sin aire en el pecho.
_ ¿Sin aire, dices?, y sin vida también, - le dijo- socarrona, doña Merced. Si continúas apretando el sentimiento y reprimiendo las palabras.¡ Menos mal! Que lo hemos cogido a tiempo, niña. Y para reafirmarse levantó su vista y dejó deslizar su mirada sobre la nueva hoja del calendario.
_ Mira. Diez días más, en este estado, y hubiéramos tenido que internarte en la santería, para poder sacar esa bola de letras y afectos del alma; además de tener que tratar con sietesangrías a ese corazón estrujado. ¡Pero niña!, -gritó- Si tienes un zumo, mas que un corazón de tanto exprimirlo.
Doña Merced buscó en su libro de hechizos, y ayudada por una lupa del mismo tamaño que su mano, comenzó a murmurar letras como si se tratara de un rezo. Después, levantó la vista rápidamente de la página donde se encontraba, y mirando de frente a la paciente, con actitud recriminatoria, -le dijo-:
_ Ahora, vas a hacer todo lo que yo te diga. ¿De acuerdo? Y poniéndose en píe, dio paso al conjuro para exorcizar y liberar de ese amasijo el corazón y el alma de su paciente.
_ De vuelta a casa coges el camino de los prados -le ordenó- y andas hasta las silvas, esas que cruzan cerca del arroyo de Bocalobos. Una vez allí te paras y dejas que el alma brinque por la pradera, que lleva ya mucho tiempo encerrada. ¡Me oyes!. Cuando aparezca un caballo, con alas, lo llamas y montas en su lomo los deseos que tanto aprietan tu pecho. ¡Si! Esos que tanto te ahogan. Después sueltas la brida, la cincha y las riendas. Suéltalo todo, ¿oyes?, para que cabalgue loco y desbocado, a sus anchas, y pueda atravesar la ruta del tiempo y del espacio. ¿Me escuchas niña? Pero antes, no vayas a olvidarte de sacar una, a una, todas esas palabras que tienes encerradas, y las envuelves trenzadas entre las crines del caballo. Todas, menos una, ya sabes.
_ Cuando hayas liberado tu pecho del deseo y las palabras, dejas avanzar el tiempo, para que viaje el sentimiento a su destino. Si quieres, mientras tanto, puedes dormirte, acunada por el río. Ya verás como, mientras tanto, entre los pétalos de las primeras flores, renacen sentimientos. Después con ellos te haces un ramo. Ya será avanzado junio, cuando el viajero retorne con esa única rosa para ti cortada Te adornas el pelo con ella y sellas tu juramento con un beso de miel lleno y tan largo como ese invierno que acongojó tu pecho. Entonces, solo entonces, de tus labios nacerá esa palabra única, nunca dicha, jamás pronunciada.
_ ¡Hala! Suelta esa melena y corre, que el tiempo apremia, ¡niña!
La santera cerró la puerta y al entornar la ventana quedó con la mirada perdida en la galería de los recuerdos perdidos. Y… es que, a ella, también, un día le brotó un apretujamiento de anhelos en el pecho, pero de eso hacía ya, ¡tanto tiempo! Que había olvidado que la primavera volvía otra vez al nido de golondrinas de su ventana.
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