co-existir
En sus entrañas se lamentaban los ecos de sus palabras,
las más feroces bestias rugían esbozando ideas
y se ocultaban en las cavernas que sus ojos ilustraban.
Su respiración se agitaba y extendía sus manos hasta ahorcarla,
en su cuerpo se posaban las manos de un dios ajeno
y lo recorrían con deseo haciéndola sentir extraña.
Una presencia nocturna aparecía en sus mañanas
en las cicatrices que aún rasguñaban su espalda,
en el inconfundible gris de sus pisadas.
Por las noches su existencia pasaba a visitarla,
compartían un café y entre caricias se desnudaban
sus pieles recitaban poesías y luego, conversaban.
Se metía entre las sábanas y esperaba que llegaran
entonces venían los fantasmas a endulzarla,
y entre una canción y otra la amaban a puñaladas.
Ningún instante merecía que su historia lo recordara.
Así fue que cada día nacía al levantarse,
y recorría calles entre páginas que no le contaban nada.