Eran las siete con treinta minutos de la mañana y el despertador sonaba por cuarta vez. Yo seguía tirado en la cama luchando contra mi conciencia. ¿Por qué no me voy más tarde a la universidad?
La alarma seguía pateando mis oídos con toda su intensidad hasta un punto en que llegaba a ser desagradable, por lo que tuve que levantarme para ir a apagarlo.
Después de ducharme, vestirme y comer algo, en fin, quitarme las ojeras y la cara de sueño que habían quedado como marcas de la noche anterior, me dispuse a salir de la casa para tomar la micro que me dejaría en la puerta de la universidad.
Abrí la puerta de calle y encontré una bolsa negra, no muy grande, con algo en su interior. La abrí cuidadosamente y encontré un montón de papeles de diario arrugado, pero la bolsa estaba un poco pesada así que comencé a sospechar que algo más había oculto entre las crónicas. Una pestilencia comenzó a salir del interior, al igual que un par de moscas. Los diarios mostraban un color rojizo muy especial, como si fuese sangre. Todo esto me producía escalofríos pero al mismo tiempo ganas de saber que encontraría en el interior. Vertí todo el contenido de la bolsa sobre el suelo y para mi sorpresa, una mano humana se asomó entre los papeles. Se notaba que había sido cortada recientemente por el olor, que ahora se tornaba irrespirable e impregnaba todo a mi alrededor. Agarre los diarios junto con la mano y la volví a colocar dentro de la bolsa. La cerré y la llevé dentro de mi casa, la dejé en el subterráneo dentro de un frasco con ese líquido especial para mantener cosas en descomposición, y me fui a la universidad.
Volví a casa a eso de las cuatro de la tarde y todo se veía tranquilo. Registré la entrada de mi casa pero no encontré nada ni a nadie. Abrí la puerta de entrada, tire mis cosas en cualquier parte y bajé corriendo las escaleras del subterráneo. Agarré el frasco donde había puesto la mano, y me instalé a observarla unos instantes. Ahora era mi mano, me decía para mí mismo. Traté de imaginarme a quién podría corresponder, pero era muy difícil. Lo único que logré distinguir, es que era una mano femenina. Se notaba un cuidado delicado sobre ella. Era casi perfecta, y ahora era mía. Había llegado a mi casa quizás buscándome o por el destino y era mi deber cuidarla.
Así fue como empecé a tomar la costumbre de despedirme todos los días antes de salir de mi casa a cualquier lugar, y a mi regreso saludarla y contarle todas las cosas que me habían pasado.
Un día le conté que había conocido a una hermosa mujer, Nicole, y se puso celosa. Eso lo deduje porque se movió hacia abajo. Después de esa curiosa situación, ella pasó a ser mi consultora personal. Le preguntaba todo y por todo, y ella respondía moviéndose hacia arriba si lo aceptaba o decía que si, o hacia abajo cuando lo rechazaba o decía que no.
Hubo un tiempo en que estuvimos muy peleados porque yo quería convidar a comer a la Nicole y ella siempre me decía que no le gustaba, pero yo no entendía por qué.
No quería pelear con ella, pero al mismo tiempo quería convidar a la Nicole, así que decidí no preguntarle a mi mano, y taparla con un paño para que no viera ni supiera nada.
Invité a la Nicole un miércoles por la noche. Fue una comida muy tranquila y agradable. Bebimos un vino tinto y cenamos Lasagna. Todo salió a la perfección y ella nunca se enteró. Después de llamar a un taxi para la Nicole, acompañarla hasta la puerta y darle un beso de despedida, volví al interior de mi casa. Bajé las escaleras hacia el subterráneo y fui a ver a mi mano amiga. Pero algo raro había pasado. Ahora todo el lugar estaba impregnado de esta pestilencia y el frasco donde estaba la mano ahora estaba en el suelo quebrado en mil pedazos y más adelante, había una nota escrita en un sobre con mi nombre que decía: “¿Por qué me abandonaste?”
Después de eso nunca más supe de la mano, mi mano. La Nicole me ha llamado todos los días pero yo no estoy para ella ni para nadie. Había perdido a mi mano y nadie podía reemplazarla. Me puse de luto bastante tiempo, hasta que un día me olvidé por completo de ella.
El sol acaba de salir y empieza despuntar sus primeros rayos sobre mi cara. Para variar un poco, me desperté atrasado. El despertador sonó cuatro veces, hasta que me levanté, me duché, después me vestí y comí algo. Salí de mi casa, dejé una bolsa negra de basura en la puerta de calle y me fui a otro día más de universidad. |