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Qué bien olía Fred Astaire

Mmm y qué elegante. Qué perfectamente peinado y rasurado, qué rico el olor de sus mejillas, qué suaves. Y sus manos, aladas, y sus brazos, sin peso, cómo volaban. Allí Ginger podía simplemente dejarse mecer por los aires suaves que Fred inventaba. Mira, mira ¿viste? Se apoyó en el aire, la espiguita se apoyó en el aire. Sí, un espárrago, una espiga, flaco, flaco. Lógico, para poder elevarse y ondular con la brisa. Sí, claro, es un poco cursi lo que digo, pero es que él también es un poco cursi. Entonces el galán aún se lo permitía, qué hermoso.
Mmm, ¿lo viste? Hace así, y así, se saca el sombrero, sonríe, claquetea… ¡y además canta! Un caballero. Pero de los que todavía olían un poco a rancio (pero que no era olor a rancio, sino a aristocracia. Lo que pasa es que la gente es muy bruta y no distingue).
Y mira ahora, fíjate, sí, igual que un junco, con suavidad, con continuidad.
No, Gene es de otro tipo. Es un muchacho, alegre, lleno de energía, un oso. Pero Fred es una mariposa. Un caballero afeminado, suave, elegante y perfumado, un cultivador de las formas y las buenas maneras.
Dale a Gene un personaje optimista y un momento de entusiasmo y se sube a las farolas, toma su paraguas como si fuese una guitarra y acaba chapoteando en los charcos igual que un crío que acaba de salir de la escuela. ¿Qué hace Fred? Bueno, a este no lo puedes poner a remojo porque se le pega el traje y desaparece de pantalla. A este hay que colgarle un frac y un sombrero de copa. Y nada de paraguas. Un bastón para que haga virguerías y un suelo impecable para sus suelas.
A mí me ha llevado de la cintura muchas veces y hemos estado girando la noche entera. La luna en lo alto, mi vestido al viento, y para iluminarnos, su sonrisa. Fred, le digo, querría besarte pero temo que tanta pasión te destruiría. Ojalá pudiera empalidecerme como tú, querido, y cayera sobre nosotros un fundido en negro.
Él me mira sin dejar de sonreír y seguimos dando vueltas y vueltas entre las nubes.
Quizás tienes la cabeza un poco enorme, Fred, pero tus mejillas son tan suaves, tu pelo tan perfilado, tu camisa tan blanca… Dime Fred, tú ya naciste peinado, ¿no es así? Saliste de tu madre con las piernas por delante, llevabas chaqueta y corbata, y tus ojos, ya desde entonces, caían hacia los extremos. Toda la fuerza que hicieron al unísono tu madre y la matrona valió la pena, Fred, porque ese día llegaste al mundo y traías contigo tu sonrisa y tu peinado. Bendito seas.
Cuando me muera, Fred, quiero que salgas a recibirme. No te olvides, querido, de hacerlo. Si no entraré triste también al otro mundo y en ese me tengo prometido sonreír a todas horas.


Texto agregado el 19-09-2007, y leído por 140 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-10-2007 Muy original, buen punto de vista, me gusta esta forma de exponer. Saludos. nomecreona
30-09-2007 francamente impresionado por la prosa que desarrollas.. mis felicitaciones besos desde argentina!! murguero
19-09-2007 Extraordinario homenaje. Prosa exquisita.Un placer la lectura de este texto. Felicitaciones. 5* arqui
 
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