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Isabel odiaba ir al río. Normalmente no tenía que hacerlo porque el bosque en el que vivía con su madre les daba todo lo que necesitaban. Se alimentaban a base de los frutos que recogían y de los pequeños animales que cazaban; tenían madera de sobra para leña y para arreglar la cabaña en la que vivían, además de un pozo de agua potable. Pero a veces, durante el verano, el pozo se secaba e Isabel tenía que ir al río a por agua.
Desgraciadamente para ella el río estaba fuera del bosque, junto al pueblo.
La razón por la que odiaba ir al río era que los niños y las niñas del pueblo solían reunirse allí para jugar. Cada vez que la veían se ponían a insultarle, diciéndole que su madre era una bruja y que su padre, al que Isabel no recordaba ya que las había abandonado cuando era todavía un bebé, era el diablo. Además, se burlaban de ella porque tenía el pelo de color rojo, un color nada habitual en la zona, que según la gente era la prueba de que su padre era un ser diabólico. También se mofaban de ella por las ropas viejas y muy pobres que llevaba. A veces incluso le tiraban piedras, mientras le gritaban que acabaría quemada en la hoguera junto a su madre.
Isabel se sentía furiosa y triste cuando le ocurrían estas cosas y llegaba a su cabaña llorando, pero su madre siempre le consolaba diciéndole que no hiciera caso; que todo lo que le decían era mentira.
Todo esto ocurría porque el cura del pueblo odiaba a la madre de Isabel, ya que vivía sola en medio del bosque sin ningún miedo, además de no ir casi nunca al pueblo. Pero sobre todo la odiaba porque no creía en el dios cristiano, sino que adoraba a sus propios dioses, mucho más antiguos, por lo que ella e Isabel no iban nunca a la iglesia y ninguna de las dos estaba bautizada. Además sabía como encontrar y usar plantas de extrañas y poderosas propiedades, por lo que bastantes de los habitantes del pueblo la visitaban en busca de curación o consejo. El párroco temía que les convenciera para abandonar el cristianismo, aunque ella nunca lo había intentado; por eso éste contaba esas historias sobre que era una bruja a la gente del pueblo, que le creían. Pero a pesar de eso la necesitaban, por lo que no dejaban que el cura hiciera algo contra ella; sobre todo la mujer del alcalde, que era una de las personas que más acudían a ella.
Isabel le reprochaba a su madre que ayudara a las personas que luego la despreciaban, diciéndole que no necesitaban su dinero, pero ella no estaba de acuerdo y le contestaba que debía usar los conocimientos que le había enseñado su madre, los cuales enseñaba a la propia Isabel, para hacer el bien y ayudar a los demás.
Poco después de que Isabel hubiera cumplido catorce años, cuando su cuerpo empezaba a desarrollarse, su madre se puso muy enferma y ella tuvo que encargarse sola de cuidarla y de la cabaña, ya que no quería pedir ayuda a nadie del pueblo.
Pero los habitantes de éste tenían sus propios problemas, todavía más graves que los de Isabel. El noble al que pertenecía el pueblo había entrado en guerra con un noble vecino. En un principio, esto a la gente sólo le importaba porque tenían que pagar más impuestos. Pero un día, un grupo de soldados del ejército enemigo invadió la zona. Estos soldados eran muy violentos; mataron al alcalde y a todos los que intentaron impedírselo, obligando a partir de entonces a que todo el mundo les obedeciera. Después de esto se dedicaron a llevarse comida y cualquier cosa que quisieran sin pagar, ponerse borrachos, violar a las mujeres, maltratar a todo el mundo y destruir cosas sólo por diversión. Los habitantes del pueblo eran campesinos, por lo que muy pocos de ellos tenían armas y sabían como utilizarlas. Además, los soldados requisaron todas las que encontraron, provocando que la gente del pueblo no pudiera defenderse de sus abusos. Por ello tuvieron que soportar la situación como podían.
Isabel no sabía nada de todo esto porque hacía mucho que ella y su madre no iban al pueblo, aunque le extrañaba que nadie las hubiera visitado desde hacía tanto tiempo.
Un día su madre le mandó al río a por agua debido a que el pozo tenía poca. Al salir del bosque, pudo ver al otro lado de la orilla las tiendas de campaña que habían instalado los soldados, además de a muchos de ellos. Cuando vio que estaban armados se asustó, por lo que decidió quedarse escondida en el límite del bosque, observándolos para asegurarse de que no eran peligrosos. Mientras miraba, vio como golpeaban e insultaban a una mujer que había ido a llevarles comida y bebida, ante lo que nadie protestó ni hizo algo para evitarlo. A pesar de que Isabel odiaba a los del pueblo, le pareció muy mal lo que hacían los soldados y, temiendo que la descubrieran, volvió a su casa, donde le contó a su madre lo ocurrido. A ella estas noticias la preocuparon mucho, por lo que ordenó a Isabel que no se acercara al pueblo. Debido a esto no podían ir al río a coger agua, preocupándoles que no hubiera suficiente, aunque afortunadamente llovió durante algunos días, con lo que el pozo se recuperó un poco.
Cuando terminó de llover los soldados empezaron a talar los árboles del límite del bosque. La madre de Isabel le había enseñado a querer y respetar la naturaleza, por eso nunca cortaban madera viva ni mataban animales si no era para comer. A ambas les horrorizaba ver como talaban árboles y mataban animales sin necesidad, dejando sus cuerpos tirados. Temiendo que las encontraran, se quedaron en su cabaña y, afortunadamente, los soldados no llegaron hasta allí.
Un tiempo después, debido a un periodo de sequía, ocurrió lo que tanto habían temido: el pozo se secó, lo que significaba que había que volver a ir al río. La madre de Isabel quería ir ella, pero volvía a estar enferma, por lo que tuvo que mandar a su hija, aunque le dijo que fuera por la noche para evitar ser vista.
Desgraciadamente, cuando estaba llenando unos odres, un soldado salió de una de las tiendas, la vio y le gritó: -¡eh, tú! ¿Qué estás haciendo?- Isabel dejó caer los recipientes por el susto y salió corriendo hacia el bosque, pero él salió detrás de ella, persiguiéndola. Debido al miedo y a la oscuridad de la noche, no vio una rama que había en el suelo, lo que la hizo tropezar, cayéndose. El hombre aprovechó esto para llegar a donde estaba y la levantó, agarrándola de las manos mientras le preguntaba: -¿por qué has salido corriendo? Seguro que estabas haciendo algo malo. Ahora mismo te voy a llevar al campamento.- Dicho esto la sujetó por los brazos, sacándola del bosque prácticamente a rastras. Isabel gritaba, forcejeaba y pataleaba, pero su captor era muy grande y fuerte, por lo que no aflojaba su presa. Al oír sus gritos, otros dos soldados salieron de sus tiendas, dirigiéndose a su compañero. Cuando Isabel les vio, su miedo se convirtió en pánico, el cual le dio fuerzas para soltarse de un brazo y arañar con fuerza el rostro de aquel bruto, que todavía la tenía cogida por una muñeca. Éste gritó de dolor, la agarró de su túnica y de un fuerte tirón la lanzó al suelo. Al llegar donde estaban, los otros dos hombres preguntaron al primero qué había ocurrido, a lo que les respondió furioso: -he encontrado a esta zorra en el río. Al verme ha salido corriendo, así que he ido a por ella y la he alcanzado, pero ¡mirar lo que me ha hecho!- exclamó señalando los profundos arañazos de su cara. Al verlos uno de sus compañeros dijo en tono burlón: -parece que has cazado una fiera,- a lo que el otro replicó: -pues es la fiera más bonita que he visto en mi vida- mientras miraba con evidente deseo a Isabel, cuya túnica, que había sido desgarrada por su atacante, dejaba ver sus pechos mientras se levantaba. Al ver esto, el agresor dijo a los otros dos: -Voy a enseñarle como domamos nosotros a las fieras como ella. ¡Sujetadla!- Éstos le obedecieron, tumbándola en el suelo mientras él se bajaba los calzones. Acto seguido, se echó encima de ella, terminando de destrozar su túnica entre las risas de los demás.
Isabel lloraba, a la vez que gritaba de pánico y rabia mientras intentaba desesperadamente evitar que aquel hombre le abriera las piernas. Entonces, de lo más profundo de su ser, sintió crecer una ardiente energía que inundó todo su cuerpo, saliendo por las puntas de los dedos de sus manos en forma de unos extraños chorros de llamas azuladas, que envolvieron al soldado que tenía encima, abrasando su cuerpo en segundos, pero sin hacerle ningún daño a ella. Se quitó de encima el carbonizado cadáver y se levantó, viendo a los otros dos correr hacia el campamento gritando aterrorizados cosas sobre brujas y demonios, lo que hizo salir de las tiendas a casi todos sus compañeros. Isabel estaba enloquecida; la extraña energía llenaba todo su ser y, sin saber bien lo que hacía, salió tras sus dos agresores prácticamente desnuda, mientras más rayos de llamas azuladas salían de sus manos, quemando a ambos. Después comenzó a andar por el campamento, que en unos instantes se convirtió en un infierno, con soldados que, confundidos y aterrorizados, corrían en todas direcciones entre tiendas que estallaban en llamas, sólo para caer víctimas de aquel extraño y terrible fuego. Pero con cada ataque, aquella energía iba abandonando el cuerpo de Isabel hasta que lo hizo por completo. Totalmente agotada, Isabel cayó al suelo inconsciente.
Cuando se despertó estaba en una cama, en una casa desconocida que resultó ser la del antiguo alcalde del pueblo. La viuda de éste le contó lo ocurrido: después de que el incendio creado por Isabel se extinguiera, todos habían ido al campamento, encontrándoselo totalmente devastado, además de ver que no se había salvado ni un solo soldado. También hallaron el cuerpo de Isabel, y al darse cuenta de que estaba viva, lo llevaron a la casa donde se encontraba para ver si podían curarla. Sorprendentemente, sólo parecía estar exhausta, confusa y asustada, tardando muy poco en recuperarse. Algunos de los vecinos habían visto parte de lo ocurrido y, desgraciadamente, el párroco estaba entre ellos. Antes de que Isabel se recobrara por completo, éste exigió que alguien fuera a buscar a su madre y ambas fueran quemadas en la hoguera, ya que decía que lo sucedido había demostrado que tenía razón sobre ellas. Los demás estaban de acuerdo con que debían ser brujas, pero estaban muy contentos por haberse librado de los soldados y, a pesar de que tenían miedo a Isabel, le estaban muy agradecidos. Por eso se negaron a obedecer al cura, quien, ante la presión, terminó rectificando, pero a cambio decidió que tendrían que dejar su hogar en el bosque, marchándose para siempre lo más lejos posible del pueblo.
En cuanto Isabel se hubo recuperado, la mandaron con su madre, a la que contó todo lo que había pasado. Ésta estaba muy preocupada por su hija, tanto que estaba a punto de ir al pueblo a buscarla a pesar de su enfermedad y de su miedo a los soldados. Una vez enterada de lo sucedido, le contó que desde hacía mucho tiempo algunas mujeres de su familia nacían con extraños poderes, y que siempre había sabido que su hija era una de ellas porque todas eran pelirrojas. También le contó que en todo el mundo había más personas con poderes como los suyos, y que debía buscar a alguna de ellas para aprender a controlarlos y usarlos.
Gracias a los cuidados de Isabel, su madre tardó poco en ponerse bien. Cuando estuvo lo suficientemente curada, ella y su hija dejaron para siempre el único hogar que habían conocido.
Poco después de que las dos se hubieran marchado, el noble a cuyo ejército pertenecían los soldados a los que Isabel había matado, venció a su enemigo, apoderándose de sus tierras, incluyendo el pueblo, el río y el bosque cercano. Al ver que uno de sus destacamentos había sido destruido por completo, pensó que los responsables habían sido los habitantes del pueblo. Cuando éstos le confesaron lo ocurrido, les acusó de haber colaborado con brujas y ordenó que todos fueran quemados en la hoguera, sin hacer ningún tipo de distinción y empezando por el párroco.

Texto agregado el 22-03-2004, y leído por 169 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-03-2004 Este relato se lo dedico a todas las mujeres víctimas de malos tratos GordoTerronillo
 
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