Fueron llegando uno a uno. Muchos reconocieron las facciones de algunos, pero otros tantos no lograron identificarse entre sí. Los ojos celestes de Manuel se abrieron con desmesura a la vista de un hombrecito de rostro afable y sonriente que con un casco extraño de grandes agujeros vidriados para los ojos, se saludaba afectuosamente con otro personaje extraño vestido a rayas transversales, un tal Piluso.
Más allá, distinguió a su viejo amigo, enfundado en su traje de general, que al igual que él, se mostraba extrañado por la llegada de un heterogéneo grupo de hombres.
- Querido general, ¿cuánto tiempo ya sin verlo?, le comentó mientras se confundía en un abrazo entrañable.
- Amigo Belgrano, han pasado tantos años que mi memoria se pierde en recuerdos de batallas y cordilleras. ¿Sabe Ud. por casualidad qué hacemos aquí y cómo hemos llegado?
Antes de que pudiera responderle, la visión de una mujer de cuidado rodete surgida de la nada, se cruzó para saludar a un hombre de ojos penetrantes y melena desaliñada, escondida tras una boina. En seguida, una voz sin rostro comenzó a brindar una curiosa explicación a todos los presentes, sobre las razones de su aparición y permanencia en esa dimensión.
Buenas tardes, estimados amigos. Todos y cada uno de ustedes han dejado una honda huella en el sentimiento argentino. Sus vidas, improntas, gestas, ejemplos y conductas han de distinta manera, impactado en el subconsciente del argentino promedio del siglo XXI.
Queridos amigos, este sitio al que han sido convocados de manera intempestiva, es ni más, ni menos que el ideal de los argentinos. A continuación procederé a presentarlos y destacar los méritos de cada uno para acceder a este sitial de honor.
Con cadencia y melodía, la voz mencionó los nombres y principales acciones de Manuel Belgrano, José de San Martín, Ernesto Guevara, Eva Duarte, Alberto Olmedo, René Favaloro, Jorge L. Borges, Diego Maradona, Manuel Fangio y Roberto Fontanarrosa.
Fue necesario un gran esfuerzo y paciencia de parte de la voz inmaterial para explicar a los más antiguos, las características de los más nuevos en el tiempo. Evidentemente, los atuendos, peinados, expresiones e incluso las mismas circunstancias de su presencia, resultaban difíciles de comprender para los otrora habitantes del siglo XIX.
Un simple programa de televisión ha disparado una especie de búsqueda de la identidad argentina. En base a una consigna ambigua e indefinida, enunciada como “el gen argentino”, se dispone a poner en pantalla una reñida elección popular que no sabe de tiempos, ejemplos, ni virtudes. ¿Se trata de elegir al argentino más representativo? ¿o acaso al más admirado? ¿o al mejor ejemplo de argentino?
Lo que sí está claro es sobre la base de los guarismos que ya se conocen- por dónde es que late el corazoncito de los argentinos contemporáneos. Se ponen de manifiesto cualidades que nuestros compatriotas y nosotros mismos, parecemos admirar: la honradez y dedicación de Belgrano, el coraje y visión de estadista de San Martín, la determinación y espíritu revolucionario de Guevara, la actitud frontal de Evita, el humor chispeante de Olmedo, la dedicación y ejemplo de Favaloro, el talento de Borges, la magia de Diego, la humildad y grandeza de Fangio y el sentido agudo crítico de Fontanarrosa.
Todo este abanico brillante de virtudes se contrapone al lastre que remontamos y contra el cual luchamos a diario, una actitud ventajera y corrupta que se cierne como un velo sobre nuestro presente, la actitud llamémosle “Isidoro Cañones”. El día que logremos una identidad más cercana a la de Belgrano que a la de Cañones, nuestro futuro comenzará a mostrarse despejado y con manchones de sol traspasando las nubes de confusión.