Me llamaron Rosario porque nací al lado de un rosal silvestre.
Bajaba mi madre para la fiesta de la virgen de Árboles por la orilla del río Aliste en la sierra de la culebra, provincia de Zamora, cuando se descompuso y me parió. Soy la tía solterona, la confidente de mis sobrinas. Me encanta plantar alverjillas y hacer crecer los jazmines colocándole una botella rota para preservarlos del frío hasta que crezcan. Lo mismo que hago con mis sobrinas al protegerlas con mis consejos. Necesito que me cuenten sus aventuras amorosas, porque es mi manera de recuperar la única historia importante que tiene mi vida.
Yo amé profundamente a Pascual. El era un campesino rústico, bruto para los demás, pero dulcemente suave conmigo. Cuando mis padres lo echaron de casa, porque trabajaba con nosotros, nunca alcanzaron a comprender el extraordinario amor que yo sentía por él. Lo vi irse como devorado por el camino y por la noche, y me desmayé. Mi madre fue la única que me entendió pero no tuvo el valor de defenderme. Me habían encontrado haciendo el amor en unos maizales que nos servían de cortina. Esa noche hubo un eclipse de luna. Recuerdo haberme abrazado a Pascual en el momento en que la luna obscurecía y se ponía roja como mis piernas manchadas de sangre por primera vez. Violentada en mi pudor al ser descubierta, juré nunca más hacer el amor ni conocer otro hombre. Pascual nunca desapareció de mi cabeza a pesar de los años que pasaron. Una imagen torpe pero al mismo tiempo firme, me acompaña como si lo tuviera al lado. He construido un lugar en mi corazón y hasta diría que antes de dormir hago el amor con él bajo las sábanas.
Alguien me dijo que Pascual vive en Videmala. Y algunas lenguas maliciosas me contaron que lo escucharon alguna vez preguntar por mí.
No importa.
El está conmigo todas las noches, porque ese instante que tuvimos en el campo me fue dado para que lo guarde y lo proteja como los jazmines que perfuman mi felicidad.