-Yo lo vi.
-No es verdad.
-Sí lo es, yo lo vi.
-¡Mentirosa!
-Yo no miento, tú si mientes, como cuando te comiste la mermelada, y mamá nos había dicho que no la tocáramos.
-¡Mentira!
-¡Verdad!
-Tú también comiste.
-Pero porque empezaste tú. Además eso ahora no importa, te estoy hablando de algo importante.
-Sí, de tus imaginaciones.
-¡¡No son imaginaciones!! Ya verás, te lo enseñaré…
Sarah salió corriendo por la puerta, su hermana Casia la siguió. Su madre les había prohibido ir a la alameda, pero eso ya se les había olvidado, al fin y al cabo estaban de vacaciones, y el sol las invitaba con los brillos dorados y naranjas del atardecer.
Sarah tenía que demostrarle a su hermana que decía la verdad, y solo podía hacerlo en el círculo de piedras del bosquecillo, donde encontró el duende.
-Y era pequeñito y verde, y comió de mi mano.
-Eso no existe, son cuentos. Te estás inventando las cosas.
-¡¡Sí existe!!!
-Sería un bicho del campo.
-¡Pues era así de grande!
Las rocas aparecieron ante ellas sin que se percataran de que habían llegado, como los dedos de la mano de un gigante que acabasen de salir de la tierra.
-¿Lo ves? No hay nadie.
-Espera, es que hay que llamarlo.
-Pues llámalo
Sarah rebuscó en su bolsa de rayas de colores (su preferida) y sacó un filete envuelto en un plástico. Lo desenvolvió y lo sujetó con dos dedos mientras lo balanceaba en el aire con el brazo bien estirado, para no salpicarse de las gotitas de sangre que aún quedaban en la carne fresca.
-¡Hooolaaaaa! Ven, ven, mira lo que teengooo…
- Esto es una tont…
Las palabras se helaron en la boca de Casia cuando vio la cabecita que asomaba tras una de las piedras.
Solo había pestañeado, y ya no estaba allí. Lo buscó con la vista, estaba en el lado opuesto, al parecer a la criatura le había dado tiempo a rodear la enorme columna pétrea. La estaba mirando, y sonreía con una hilera de dientes finos como alfileres:
Tan delgados que eran casi transparentes, tan abundantes que se contaban por cientos, ordenados en pulcras hileras por toda la amplia boca, bañados en una espesa baba.
No era un gesto agradable.
El ser se movió como un borrón hasta la siguiente roca, la más cercana a Sarah. Casia estaba muda, pálida. Algo le decía que aquello no era bueno, Sarah parecía ajena al peligro que presentía, pero una extraña debilidad le impedía hacer nada que no fuera seguir mirando la escena, como si estuviese atrapada ante la pantalla del cine en una peli de miedo.
Desde luego no era un animal corriente, a menos que existiesen monos con piel de sapo y escamas de caimán. Ahora estaba bailoteando alrededor de Sarah, con su sonrisa taimada llena de agujas.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez, llevaba por lo menos un siglo esperando. Y de repente, el día anterior, allí estaba, la dulce, dulce inocencia. Ya no visitaban el círculo, ya no saciaban su apetito. ¡Oh!, pero eso estaba a punto de cambiar, la última vez se le había escapado, se asustó cuando se abalanzó sobre su brazo, salió del círculo y se tuvo que conformar con el bocadillo de carne que dejó caer. Pero había vuelto, ¡y traía a otra!
Estaban allí, quietecitas, ante Él. Se retorció de placer, se frotó con lascivia su piel viscosa, recorriendo su propio cuerpo con sus zarpas, con la vista fija en las niñas de piel blanca y suave…
La niña parecía querer que comiese lo que le traía, el gran rey trasgo no come de la mano, el rey trasgo come manos.
Casia oyó un zumbido y vio un destello, las estelas luminosas las envolvieron como un cálido abrazo. No sabía de dónde salían, pero estaba demasiado cansada como para preguntárselo, sus párpados se caían como si pesasen demasiado para mantener los ojos abiertos, y se dejó caer sobre el mullido césped.
Trasgo se rascó la entrepierna y se relamió.
SABES QUE ESTÁ PROHIBIDO resonó en su cabeza.
Trasgo sabía que estaba prohibido, pero si se daba prisa se saciaría antes de que el Blanquito llegase.
El relincho resonó como un grito de guerra por todo el claro. El enorme caballo blanco estaba en el límite del círculo.
-Blanquito no, no. Tranquilo, sabes que no, que no…
-SABES QUE ESTÁ PROHIBIDO
-Trasgo lo sabes, trasgo lo sabes. Pobre Trasgo, tanto tiempo, tanta hambre…
-NO LO NECESITAS
-¡¡Pero Trasgo lo kieres!! Sí, Trasgo lo kieres, la piel suave, la piel blanca, la piel caliente, ¡Trasgo lo kieres!
El corcel caminó con paso firme al interior del círculo, sus cascos comenzaron a humear sobre la hierba, en su cabeza creció un bulto que se alargó y se ahusó hasta formar un espléndido cuerno de marfil.
-¡No! ¡No! ¡Tu también prohibidos aquí dentro! ¡Fuera! ¡Fuera, Blanquito, fuera!
Los pasos ardientes de Unicornio lo llevaron con dificultad ante Trasgo, como si al caminar tuviese que empujar el aire que había ante él.
Trasgo balbuceó y calló sentado ante la figura del caballo níveo. Unicornio se encabritó batiendo sus poderosas patas delanteras en el aire y dejó caer sus cascos, grandes como yunques, sobre las enjutas piernas de Trasgo. Se escuchó el sonido de los huesos al quebrarse, y ambas extremidades se hundieron en la tierra.
Trasgo berreó mientras Unicornio se alejaba, su piel verde y húmeda se secaba y se volvía parda, su cuerpo se retorcía y se contraía, sus escamas se ensanchaban y crecían, finas y verdes.
Casia y Sarah despertaron, no sabían cómo habían podido quedarse dormidas.
-¿Sabes?- fue lo primero que dijo Casia - Creo que he visto algo
-¿Qué? Casia… ¿Qué estamos haciendo aquí?
-Sarah, creo que he visto las hadas… Eran de luz, y eran cálidas, y… Creo que nos invitaron a dormir.
-¿Si? ¡Creo que yo también me acuerdo! ¿vinimos a ver las hadas?
-No lo sé, pero debemos irnos. Ya casi no queda sol y es muy tarde, y…
-¿Y?
-Y… Sabes… Sabes que está prohibido.
Las hermanas se cogieron de la mano y echaron a correr de vuelta a casa.
Sarah no sabía por qué, pero estaba tan segura como su hermana de que estaba prohibido, y aunque le había demostrado a ésta que en las rocas había... hadas… Sabía que era un lugar prohibido y que ya no volvería.
Porque… ¿No eran hadas lo que fueron a buscar? ¿Y qué más daba? Casia ya sabía que no debía reírse de todos los cuentos.
Además, aquel arbusto tan feo en medio del círculo de piedras le producía un poco de repelús.
Y Trasgo fue Arbusto, y solo las afiladas espinas de aquella planta quedaron como testimonio mudo de las malignas intenciones de aquel ser.
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