Nota que dejó el Doctor Arnold Morales Espinosa en su despacho, dirigida a su familia.
Hace un año me di cuenta que los guerrilleros, grupo revolucionario, habían profanado una de las abadías más antiguas y la más sagrada de nuestra región del continente de América del sur.
Hace treinta años atrás, la misma abadía había sido la discusión de campesinos y eruditos. Discernieron de la teoría del tesoro sagrado. Un tesoro que gozaba de leyendas, sacrificios, maldiciones y muertes de coterráneos, quienes solo pudieron gozar del tacto visual con el tesoro.
Todo ello quedó registrado en periódicos y en viejas cintas de videos que se perdieron y deterioraron con el paso de los años.
En aquellos días no me interesaba aquellos rumores, tenía tan solo veinte años y los temas del fin del mundo y de extraterrestres me colmaban el tiempo apasionadamente.
Ahora como cosa de misterio, quiero y encarecidamente, anhelo investigar y apasionarme del tema. Creo que a mis cincuenta y un año de vida, deseo empaparme del tema e ir a aquella abadía.(producto de mis sueños y pesadillas).
POSDATA.: Si al ir a la abadía (consciente del riesgo que esto puede ser.) no regresara, mis pertenencias y mis tesoros pero no mis asuntos; pasarán a mi mujer e hijos y esto dejaría de ser una simple nota de muchacho explorador y pasaría hacer, mi testamento y mi epitafio de hombre muerto...
Espero volver para explicar lo inexplicable...
Atentamente : Arnold Morales Espinosa.
Un año atrás.
Consciente de ser una amenaza fútil y frágil, el doctor Morales se adentró al pueblo.
La abadía estaba a treinta minutos en carro desde ahí y era un verdadero riesgo.
El doctor aterrorizado caminaba impaciente en la compañía de su ayudante y reportero de misterio. Un hombre fracasado. Ya que no contaba con ninguna suerte y su único anhelo era escribir una verdadera historia. Hasta entonces, no había tenido ninguna historia. Este hombre de tez morena, cabello lacio de peinado hacía atrás, de ropas juveniles, camisa blanca, pantalón diablo fuerte y calzado de botas; cuyo nombre era el de Ernesto Escobar, era el gran adlátere, demostrando su fiel actitud y sus ganas de aventura.
Se alojaron en el único hostal del pueblo. Contaban con una semana para esclarecer algunos hechos e intentar descifrar la querella.
Al segundo día de llegada, dieron por hecho que era imposible, llegar a la abadía. un escuadrón de Soldados acordonaban e impedían el paso de cualquiera que quisiera seguir.
Como guía tenían siempre a mano, las investigaciones de treinta años atrás y esto no les decía nada, ya que la situación, la gente, los hechos, el pueblo, ya no eran los mismos.
Entonces comenzaron a preguntar, a buscar pruebas contundentes, a mirar en los alrededores y terminaron sentados, tomando café en el restaurante del hostal. Después por los mismos comentarios se llegó a creer que el único misterio que ahí se encerraba, era que los frailes, eran monjas. Engañando al pueblo. Pero todo ello eran especulaciones que no llegó a nada, por el contrario, sólo la incertidumbre los engalanó.
El doctor miró al joven Escobar, le echaría la culpa a su edad, a su andropausa, a su aburrimiento, a la hartera de no tener nada en concreto, de ser unos pobres mal nacidos, buscando agua en un Sahara. Desde hace muchos años, nunca, ninguna investigación, por descabellada que fuera, la había terminado con la sensación amarga de derrota.
- Escobar, sé cuando estoy derrotado. Y lo estoy.-
Días después, como si nada hubiera pasado. Sentados, en la sala de la oficina del Doctor Morales, analizando la situación del fallido viaje. Escobar sacó a relucir lo que para entonces era una locura. - Creo que debe haber un por qué, de los cuales, nunca llegaremos a saber. ¿Por qué la guerrilla atacó la abadía?. Y otra pregunta. El ejercito lo resguarda misteriosamente, aparte de prestar un servicio de seguridad, también no deja que nadie se acerque ni visite la abadía.-
El doctor inclinó su cabeza hacia un lado, mostrando que el tema, fruto de pasión unos días atrás, ya no le interesaba y su importancia fue relegada al ejercicio de un simple juego de computador.
Escobar siguió objetando, acompañado de su pequeña libreta que le ayudaba a recordar ciertos puntos y leía en voz alta ciertas conjeturas que nada le hacían pensar.
- El otro punto extraño – dijo escobar. – fue que ninguno de los monjes o frailes de la orden. – y tomó una pausa. – ¿cómo se llama la orden?. Bueno, ninguno de los monjes, y ni el credo denunciaron el hecho. Y algo aún mas extraño, fue que los medios de comunicación tan solo dieron la noticia, más nunca mostraron ninguna imagen, de la abadía y sus alrededores. Ahora bien, el misterio de la caja de olivo, estaba en el olvido, pasando hacer un monumento religioso, que a nadie, (si en verdad existiera ) le interesaba. El pueblo, creo, ya no es el mismo y su gente supersticiosa también.–
El Doctor Morales demostrando con innumerables exhalaciones, se levantó de su asiento y en un aire cínico y descortés, le dijo a Escobar.: - Y entonces cuento acabado. No quiero saber nada mas, de eso. -
Dos semanas después de la llegada de aquella expedición fallida, en la cual no pasó nada que fuera misterio, y en donde lo único que se logró demostrar fue la perdida de dinero injustificado.
El doctor y el joven Escobar dialogaban al calor de la tarde, en esos instantes el correo llegó. Cuyo remitente impacientó al doctor y angustió a Escobar. Escobar sin saber que decía la nota, gritó de dicha, y el doctor solo frunció el ceño. Su rostro reflejó la preocupación de lo que podía avecinarse; sondeó la nota con una leve mirada y dijo: - no hay nada importante en ella, es publicidad barata del hostal, en donde nos alojamos. Nos invitan a volver. Como si el servicio fuera bueno...- y una leve sonrisa despejó el rostro de duda del Doctor Morales.
- podría indicarnos algo.- dijo Escobar.
- no te creas. ¿crees que hay alguna especie de mensaje oculto en él? – Preguntó el doctor Morales entrelazándose los dedos.
- tal vez.- acertó Escobar con seguridad. – Porque no pensar en ello como un mensaje. ¿qué nos podía interesar de ese lugar, aparte de la abadía?; además éramos los únicos visitantes aparte del ejercito y de la guerrilla. ¿por qué no pensar en ello?. No cree Doctor que eso es un aviso. Por si interceptan la carta, solo pasaría por publicidad, y ello no es tan peligroso como decir; vengan que aquí les tengo información.-
los comentarios de Escobar dejaron pensativo al Doctor Morales, que dejó de entrelazar los dedos y se acarició suavemente con la mano derecha la barbilla.
- puede ser, no sería ni mala idea, pero hay algo que no me convence.-
- ¿pero qué es? – preguntó Escobar angustiado.
- es solo que ... Bueno la dirección de mi hogar, pues me la pidieron cuando nos fuimos a hospedar, junto con mi nombre. No hay nada raro en ello, pero...-
Entonces, el Doctor con una mirada suspicaz y aberrado a sus comentarios anteriores, dijo: - por qué estoy dudando tanto, anteriormente un comentario como ése, era una justificación necesaria, para contestar a un llamado o reclamar una duda como una respuesta.-
- No, no creo que debamos ir. – Dijo el Doctor Morales, quitándose un grande peso.
- Está bien doctor, creo que usted le ha dado muchas vueltas al asunto, para llegar a ello. Bueno, yo me voy, buscaré con amigos algún dinero prestado. A propósito ¿no tiene para prestarme?. Yo se lo pagaré cuando venda la nota.-
Fueron unos cuantos billetes que deslumbraron a Escobar, y lo animaron . Con un escepticismo desgarrador el doctor Morales, no creía en lo dócil que se veía todo. No, para él, esa nota era la prueba de no volver a ese pueblo, aunque de una o de otra forma, estaba quebrantando su propia ética de investigador, de aventurero, de hombre curioso. Sabía que el dinero que le diera a Escobar, no eran recuperables. Él era un hombre de Dinero, producto de la herencia familiar, pero esto no justificaba la perdida de éste. Dudó. Dudó en darle el dinero, (no saben cuanto) sus entrañas fueron un infierno, y sus pensamientos fueron una queja constante. – quiero que te vayas, pero eso sí, me tienes al tanto.-
- Tranquilo, yo le pago con intereses. – lo Dijo. Con lo que se podía decir una alegría fugaz.
- No. No espero que lo reponga, para que no se escuche como un regalo, quiero patrocinarle el viaje, con la condición de tenerme al tanto. Porque usted sabe mi fascinación hacía el misterio. Aunque por primera vez seré partidario de leer y no comprobar con mis propios ojos los misterios, que tan escasos son en estos tiempos.
La investigación, querido amigo, es suya, completamente. Yo me retiro por falta de confianza. Cuando no se tiene confianza, lo mejor es dejarlo.-
- Espero Doctor, no se vaya arrepentir, y creo que sin su apoyo, yo seré como un ciego, con los sentidos agudizados, pero sin guía.-
- Gracias, además quiero que se lleve todo mi equipo de investigación.-
- Será un honor, Doctor.- Dijo agradeciendo y mostrando una sonrisa descomunal.
Después , Escobar fue el producto del recuerdo.
Pasó un año, y nunca recibió comunicación, fue cuando decidió buscarlo. Una epístola dejó en su despacho, anunciando su intención...
Al llegar al pueblo una masa intangible de viento y polvo, lo llevó a sentarse sobre una de las mesas de la única cafetería. Una tasa de mejorana, calmó sus nervios. La mejorana era lo mejor para tener una mente calmada y tranquila, sobre todo, después de un afligido viaje.
Por espacio de treinta minutos, él permaneció inmóvil, callado, sondeando visualmente el parque y las puertas del hostal. Planeaba con la misma malicia que cualquier ladrón al acecho, lo que podía ser su próxima jugada; el movimiento sutil de un jugador de ajedrez. Y solo con una duda en mente, ¿había sido la misma rutina qué la de Escobar?. Nunca lo sabría.
Rato después, un hombre que traía consigo el olor del sudor intenso y de la grasa de carro, se le acercó. Y con una irreverente gracia, de suspicacia, le dijo: - Por lo que se le ve, usted no es de por aquí.- y siguió hablando con una confianza pueblerina. – y por lo que veo está perdido aquí, ¿necesita ayuda?. Me llamo franco Antonio Garces. Para lo que necesite.-
El Doctor observó con detenimiento su aspecto. Era un hombre de estatura media, cabello lacio corto, con unos deprimentes rasgos caucásicos y un acento de voz, extraño. Con la desconfianza de un citadino le dijo : - Gracias por su ayuda buen hombre, pero no estoy en posición de aceptarla, y creo que no la necesito. -
Aquel hombre no le inspiraba confianza. La confianza no era algo que le naciera de momento. Todo para él, necesitaba de su tiempo y su espacio. Escobar necesitó de muchos momentos y de mucho tiempo para que el Doctor Morales le brindara, su confianza. Como si alguien lo llevara de la mano, rápidamente llegó al hostal con sus escasas dos maletas de mano. Con un suspiro de cansancio, preguntó por la señora que un año atrás atendía muy cordialmente. Había muerto de un paro cardiaco. Su actual dueño, un hombre alto, moreno de piel, barbudo y con cabellos desordenados, respondió . – yo soy el único dueño y heredero - . el Doctor Morales cortésmente y con una esporádica sonrisa le preguntó: - y la familia. ¿Cómo están? - el hombre con su mirada fuerte y fija, con una actitud grosera y deshonesta. Contestó:- yo soy el único familiar. Por eso soy el único heredero absoluto. – Con esa tenaz respuesta, el doctor dudó demasiado. Sabía que su regreso al pueblo, iba hacer una confusión total, en la cual se permitiría cuestionar todo, razón suficiente para no estar de acuerdo con nadie.
El hombre barbudo extendió la mano para darles las llaves, tenía el numero treinta seis, las llaves sorprendieron al Doctor, porque la última vez había visto llaves más modernas, no grandes y oxidadas como esa; y el numero era la clara prueba que habían más habitaciones. El hombre barbudo lo condujo por las escaleras, llegando a una puerta que se abrió sin hacerle ningún esfuerzo. El doctor observó con detenimiento todo lo que lo rodeaba, y escuchó hasta el sonido hipnotizador del tic, tac, del reloj de piso. Hasta llegar al fondo del pasillo, donde una puerta vieja lo esperaba.
Esta es su pieza, tiene baño.- rápidamente abrió la puerta de éste. Abrió las ventanas cuya vista mostraba el patio interior del hostal. – mire, está todo perfecto.- y con sus ojos metálicos, sin ningún resplandor, apuntó hacia los ojos del doctor y le dijo. – Si necesita otra cosa, no dude en llamar a la recepción.- y alzó el teléfono. – ¡ah!, es que tiene teléfono.- dijo el doctor cínicamente.
Dejó sus maletas a un lado y se dispuso a interactuar con la habitación. Entró al baño, asió fuertemente y de primera, el pequeño jabón que es característico en hoteles y moteles del mundo. – esto me hace acordar, de todos esos hoteles baratos de París.- pensó.- Ah y la cama limpia, con sabanas blancas y con ese olor de detergente a lavanda. – y se tiró en ella, haciéndola berrear por el impacto. - ¡Qué cama!, ya no la hacen como antes. - Después, observando las paredes de color veis, se deleitó mirando por la ventana. A través de ella veía a dos figuras ya conocidas, el barbudo y Garces. Por la forma como estaban parados se notaba claramente, que conversaban.
Abrió una de las dos maletas, revolcando lo que era su ajuar, un reflejo plateado lo deslumbró, llamando su atención. Su revolver treinta ocho largo especial. Era un acompañante de lujo, un arma de colección que el doctor llevaba a cualquier excursión, nunca la llevaba con su estuche de fino ébano y enchapado en marfil, nunca la había disparado, un arma de lujo que perteneció al tío Argelino, aventurero de cabo a rabo. Quien solo vivió en el África cazando, contrabandeando marfil y codeándose con los ingleses, tomando té y hablando mal de los negros y murió en Colombia, cuando creía que era invencible. Una bala perdida lo mató en el centro de Bogotá y lo más trágico para el tío, había sido un negro, que lo mató accidentalmente. Tal vez por ser descendiente de cazadores, no tenía miedo dispararla, aunque no fuera por una buena causa. (cuando disparar un arma es por una buena causa). Pero le temía a lo apacible que parecía todo. Temía no poder encontrar a ninguno que fuera el enemigo, no saber contra quién se enfrentaba, era muy peligroso, porque en cualquier momento cuando ese alguien atacara, él sería el primero en caer por desprevenido.
Siguiendo con su búsqueda, sacó muy cuidadosamente lo que era una mini cámara de vídeo, aquel artilugio ocupaba en la maleta, lo que ocupaba una crema dental. Aprovechó para filmar clandestinamente a los dos hombres que se despedían extrañamente, el hombre barbudo le daba unas indicaciones muy sugestivas para el ojo de la cámara.
Si eso fuera importante, si estuviera filmando algo que valiera la pena.- Pensó el Doctor Morales – Tendría adelantado algo de este espantoso trabajo. Ellos deberían de saber el paradero de Escobar. Y de la leyenda de la caja de oliva.- esto hacia interesante y preocupante todo este asunto, que al apreciar con la razón, nos indicaba todo lo descabellado que eran las conjeturas.
La noche de aquel mismo día, y con pocas horas de adaptación, la soledad absoluta enloqueció al Doctor Morales, que deseaba sin lugar a dudas de la compañía de su familia y la de su amigo Escobar, su deseo se transformaba en una ansiosa y tediosa manera de pasar el tiempo. Minutos después, un pensamiento locuaz y temeroso, lo hizo cambiar de que hacer, entonces tomó el revolver y temiendo lo peor, se dijo: - No me cogerán desprevenido.- se asomó por la ventana y analizó el patio oscuro y solitario.
Agarró una chamarra que traía consigo y salió a recorrer las escasas rúas del pueblo. Notó en su salida que la gente era cálida, y sus rostros joviales y muy jóvenes. Todos saludaban sin conocerlo y sin temor por ser un extraño. El Doctor Morales sondeó y preguntó por Escobar, llevando consigo la fotografía de éste. También hizo los comentarios apropiados de la leyenda de la caja de olivo y ninguno, al igual del paradero de Escobar, no supieron responder. – Creo – Pensó el Doctor. – Que en este lugar cualquier movimiento extraño se notaria, si fuera una amenaza, se notaria.- Cuando se disponía a regresar al hostal, a eso de las Diez de la noche; un hombre, pueblerino de aspecto, de cabello canoso, viejo de rostro, de estatura baja, moreno de piel, contextura vigorosa y fuerte, usaba para el frío una grande y vieja ruana, con sonrisa y un tono de voz agradable reveló su cálido y cínico acento citadino. Cruzó mirada con el doctor Morales, estiró su mano, a eso, el Doctor le devolvió la cortesía, haciendo lo mismo y con el choque de manos, el Doctor sintió la lozanía de esta, por lo cual conjeturó rápidamente que no podía ser un simple campesino.
- Me llamo Alberto García. – y la expresión al decir su nombre, reveló lo orgulloso que era. –Y soy el profesor de la pequeña Escuela de niños.- su presencia y su acento citadino despertó en el Doctor Morales un repentino respeto y una extraña confianza, dejándolo atónito y solo al subir por las escaleras se preguntó el porqué ese hombre se presentó de repente, con un tenso e incomodo nerviosismo. Era el mismo nerviosismo de admiración al estar tan cerca y no saber que decir. Como si conociera su enorme vocación de investigador, por eso el Profesor García no dudó en ofrecerle su ayuda.
Al entrar al cuarto, el Doctor Morales supervisó exhaustivamente la habitación, desconfiaba del suceso anterior y volvía su ansiado temor. Quería estar tranquilo pero era difícil. Su investigación era la prueba contundente de ser un fiasco, no tenia nada razonable, solo insípidas y mal pensadas conjeturas, producto de su imaginación. Era el primer día de estadía y era por hecho la perdida de la bitácora. Ahora bien, el segundo paso que debía seguir era la abadía ¿qué misterio encerraba ésta?, era la incógnita para seguir en la búsqueda, porque la abadía era la base motriz de todo eso, de la búsqueda y perdida de Escobar, del suceso subversivo y la que resguarda en su interior el más codiciado tesoro religioso(según los comentarios de la gente del pueblo). La caja de olivo. Era la unión de todos los problemas.
... continuaré |