En defensa de una paz que agoniza.
Me preguntaron si deseaba escribir algo sobre la paz y acepté con entusiasmo, sin profundizar en la responsabilidad que conlleva exponer sobre un tema complejo y sobre todo, delicado. Me puse a pensar y comencé a buscar y archivar. Estos son algunos datos y conclusiones que he entresacado de lo que hoy en día nuestro mundo hace y está haciendo acerca de la paz.
1. Situación actual.
En la actualidad habrá unas ochenta guerras de las que, de vez en cuando, aparece una nimia referencia en algún periódico, pero el desastre humanitario no parece afectar a la opinión pública occidental. Y esto es porque, entre los intereses de las grandes potencias, millones de almas mueren en conflictos olvidados – o que se esfuerzan en hacernos olvidar – y que nadie quiere resucitar.
Desde principios del siglo pasado hasta el presente 2007 ha habido más de 300 conflictos con más de 25 millones de muertos. Más de dos millones de niños han muerto en guerras en los últimos 10 años. Y medio millón de menores son utilizados como soldados por muchos países.
Las guerras modernas cada vez causan más muertes de civiles. Las consecuencias ya no las sufren dos ejércitos enfrentados, sino la población civil. Mientras en la primera Guerra Mundial la relación fue de ocho soldados muertos por cada civil, en las guerras actuales la proporción es de diez civiles por cada soldado.
Las guerras traen consigo consecuencias inolvidables. Sobre todo el daño que se hace a la población. Las mujeres son violadas, los hombres asesinados y los niños obligados a combatir en el ejército. Durante años, la educación desaparece. El envilecimiento entre las etnias se incrementa. El número de refugiados se multiplica. La legitimidad de los gobiernos se pone en duda. Las guerras provocan secuelas que destrozan a los países y les impiden volver a levantar cabeza durante años.
Estas guerras olvidadas necesitan de los países del norte (países ricos e industrializados) que son quienes venden las armas que llegan a África, Asia y el resto del planeta. Entre otros: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Inglaterra e Israel a la cabeza, tienen en el negocio armamentístico uno de los principales impulsores de sus economías.
En la actualidad la economía está enormemente deformada. Casi un tercio de la actividad económica depende directa o indirectamente del complejo militar. Después del petróleo, la segunda industria más importante es la armamentística.
Los países del G-8 son responsables de más del 90% de las nuevas armas que se venden al mundo empobrecido. La industria armamentística necesita guerras para seguir incrementando sus beneficios. No importa la finalidad de las armas vendidas, los países ricos obtienen beneficios fáciles mientras los muertos no salpiquen sus gobiernos.
Así pues no nos extrañe que elementos como el Señor Bush (presidente de los Estados Unidos) de quien a fecha de hoy uno no consigue explicarse cómo en su país nadie vislumbra su enorme ambición e interés personal, llegaron al punto de emprender una guerra inútil para el mundo – excepto para sus intereses (petrolíferos) y nacionales (armamentísticos) – como ha resultado ser la guerra de Iraq.
De Iraq todo el mundo quiere irse, pues gracias a su labor ahora es una ratonera de etnias enfrentadas; excepto, claro está, este señor. Quien invadió el país con el pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva y se apoderó de los pozos, y en connivencia con los militares – obviamente – se ha convertido en el multimillonario más encumbrado sobre cadáveres de la actualidad mundial. Sí, todo un señor “muerte” sin duda.
2. Soluciones para la paz.
A pesar de las complejidades del proyecto, la comunidad internacional podría acabar con las guerras que asolan el mundo sólo con solidaridad y compromiso político. Los países ricos deben dejar de vender armas y alimentar el mercado armamentístico. Una redistribución de las inversiones daría un vuelco en el mundo: con un 10% de los gastos militares se podría garantizar el acceso a los servicios básicos de la población mundial.
Esto, por el momento, no es más que “mera hipótesis,” porque ¿quién va a parar el carro del mercado de las armas como no lo hagamos nosotros desde dentro? Mientras no nos decidamos a afrontar las consecuencias con seriedad y presionemos a estos hombres ambiciosos, a estas multinacionales que se lucran a costa de muertes ajenas. ¿Cómo frenar la desmesura de la masacre armamentística?
La clave que resuelva la lucha por la paz sin duda debe empezar por implantarse en el seno de nuestros espíritus y hogares. La lucha por la paz sólo se ganará impartiendo una educación solvente que enseñe sobre todo y ante todo lo que significa “amar” y amar al prójimo, a nuestro entorno, y a nosotros mismos. Y que a la vez, lentamente, destierre y cierre todo espacio a esa violencia que hoy atosiga los intersticios de nuestro mundo de una vez para siempre.
Parece necesaria una sangría humana y un montón de cadáveres para que la cultura de la violencia que impregna a la sociedad mundial se cuestione sus regulaciones. Y parece mentira, que a pesar de haber entrado en pleno siglo veintiuno, y tras haber dejado atrás el terrible lastre de un siglo XX saturado de muerte y devastación, el ser humano dé la triste impresión de no haber aprendido nada de la dura lección de historia recibida.
Lo cierto es que al igual que muchos de vosotros, yo también quiero esa paz. Pero a estas alturas de mi vida -visto lo visto- una enorme duda erosiona mi mente.
Puesto que estamos ya en el futuro la pregunta que me asalta es la siguiente: ¿Es hoy la paz una palabra sin trasfondo? ¿Una expresión que la cultura del marketing y el consumismo ha transformado a su antojo (como suele suceder con cualquier lema que valga la pena) y utiliza como enseña de un sistema en franca decadencia? ¿Será la paz como “La Isla” de la película de Michael Bay, el lugar limpio y aséptico que nos aseguran que existe, cuando de facto resulta inexistente? ¿Y mientras...? ¿Habrá otro lugar al que solo podrán acceder multimillonarios, personalidades, traficantes de armas, y en definitiva, quienes asesinan a los demás y sobreviven a su costa? Si es así apretad los dientes y seguid sin mover un dedo. Veremos con que facilidad nos extirpan los derechos, la integridad, y sobre todo las libertades; hasta convertirnos en marionetas sin nombre numeradas en serie con el fin de enviarnos a sus guerras como carnaza.
Aunque con profundo dolor por la hipocresía y el cinismo de los gobiernos que nos rigen, que por un lado hablan de paz mientras por otro invierten millones en armas, yo seguiré hablando, abogando, y si es preciso gritando, por la paz. Y que nadie intente venderme un arma con el ignominioso recurso de que sirve para defenderla. Todo el mundo sabe – o eso creo – el siguiente proverbio. Lo dijo alguien sin fe pero con una cordura elocuente. Seguro... una bala perdida acababa de herirlo y agonizaba. Dijo así:
“Las armas las carga el diablo y las disparan los necios.”
Atendiendo a dicha premisa y aunque me pese, sólo puedo añadir un grave dictamen y hacerme otra vez la pregunta: Nuestra sociedad actual es rematadamente irresponsable y estúpida. Y... ¿Veremos esa paz algún día?
Hoy, todavía estamos lejos. ¿Y mañana? De nosotros depende lograr que “el mañana” no se convierta en turbio pasado, sino en un brillante presente de paz.
21 de septiembre. Día internacional de la paz.
José Fernández del Vallado. Josef
Madrid, Septiembre 2007.
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