Después de un día que se cansa de monótono, porque se ha dado cuenta de su secuencia de infinitud, una mujer encuentra la salida perfecta: llega su casa, cierra la puerta tras de sí, y lenta, casi automáticamente, empieza a quitarse la ropa. Podríamos pensar, adivinar o casi desear la edad de esta mujer, pero para que la escena sea realmente erótica, ésta es una mujer con todas las edades. Al quitarse la ropa podría ser una mujer de 80 años, sin pudor, sin miedos, cansada y con mucha paciencia, una mujer que sabe realmente qué es todo lo que no quiere.

Esta mujer, ya sin ropa, camina hacia el espejo y ve allí sus 60 años, se siente realmente vieja, su cuerpo olvidado y desechado, escondido tras de cientos de arrugas, no le pertenecía y eso la hacía feliz, pero ahora que ha vuelto a verlo no lo acepta y no sabe como otros han podido desearlo, da media vuelta y tres pasos, se sienta en la cama, frente al espejo.

Cuando levanta la mirada, es una mujer de 40 años, una mujer que después de un día soleado, de deporte y trabajo, sueña con estar en un lugar cómodo con alguien que sea capaz de proporcionarle inmenso placer. Es una mujer que ha sabido llevar el mundo a sus manos y que sabe cuándo desear otras manos. Ella es una mujer que al acostarse seductoramente en la cama con el espejo frente a sí, sabe que al abrir sus piernas sus músculos le harán ver sensual y sexualmente atractiva; una mujer para la que el sexo es un deporte; una mujer que sabe cómo incitar una erección, con ropa o sin ella. Es una mujer para la que el sexo es una batalla…

Una mujer que al empezar a recorrer su cuerpo, explora como cuando cumplió veinte años; sabe qué quiere pero por no saber qué no quiere, se deja llevar por todos los caminos del exceso, el deseo y el placer. Es capaz de las más increíbles acrobacias, sabe que puede poner sus pies detrás de la nuca mientras el hombre, al que dice amar, la penetra. Es la mujer que combina las delicias del placer carnal con las de la mesa, las delicias del sexo con las letras, las delicias de todo lo que es instinto con lo que se ha convertido en una necesidad.

Esta mujer, cansada de intentar encontrar la salida, posa sus manos sobre su sexo. Humedecida ya por sus recuerdos, podría tener ahora dieciséis años y el afán de su adolescencia la invita a desear con febril impaciencia. Los dedos de su mano derecha ya saben qué hacer y se introducen en su vagina resbalando suavemente. El placer de lo prohibido está presente. Los movimientos lentos y seguros de sus primeras edades la han mantenido ardorosamente excitada, y la experiencia a sus veinte años le han preparado para conocer el punto exacto donde la masturbación termina pues el orgasmo ya no le deja mover sus dedos con fatal velocidad. Desconcertada o tal vez aliviada, duerme plácidamente sobre el charco que sus húmedos labios han dejado.

Y al soñar, recuerda plenamente sus diez años, los labios de su compañera y el cuerpo desnudo de alguien más. Lo desconocido la excita pero no la moja; sabe que está prohibido quitarse la ropa frente a otro, pero la curiosidad se ha convertido en un placer y por esto yace desnuda e inmóvil junto a dos cuerpos sudorosos como el de ella. ¿Qué cosas le faltarán por conocer?