Siempre tenemos a alguien que nos marca el camino a seguir, o tal vez sólo el pasado, pero de tal manera que es imposible no mirar hacia adelante sin escuchar recuerdos ni esas frases maravillosas que ya son parte de uno.
He tenido muchas de esas personas: mi padre, mi madre... y mi abuela.
También hay de las otras, de las que sólo quieren acortar vuelos, llenarnos de miedo y desencanto, pero de esas no quiero hablar ahora, no vale la pena.
Prefiero hacer un humilde homenaje a esas tantas ausencias que se empeñan en acompañarnos, que en la tristeza llegan en forma de recuerdo a darnos un abrazo, una palabra de aliento, una mirada...
Por eso abuela hoy quiero hablar de vos, de tu fortaleza, de tu andar por la vida con la frente alta y con el pecho abierto para mostrar un corazón rojo y cálido, que supo abrigar el mío allá, cuando la infancia era algo palpable, cuando los perfumes eran perfumes y no olores, cuando la manzana era un pastel y no una fruta cara en el mercado, cuando la navidad era jazmines y la vida un constante sonreír pensando en el futuro.
No quiero ni puedo olvidar el mejor de los regalos, ese fue el tuyo: una nube encerrada en un frasco, traída de los aires de España, sólo para mí; ni los diálogos...
“¿Qué querés que te traiga de España Melinita?” “Una nube abuela...” “acá la tenés, es una nube mágica, sólo se ve con el pensamiento”
Se veía, claro que se veía.
Y el sombrerito blanco con lunares celestes para que el pescar ranas no significara una insolación a la hora de la siesta, las tortas que le dieron color a cada cumpleaños gris, el ver la calle a través de la acacia aromo de tu ventana, el dejarme vivir mis fantasías en el entretecho de la casona, crear un cuento cada día, una poesía junto al fuego, un futuro abuela, que no sé si era este presente.
La fiesta de juntar ciruelas o ir a la quinta en busca del monte de eucaliptos, mirar los benteveos, los colibríes, las vacas con su cara tonta, el trigal.
Qué belleza el trigal a tu lado...
Detalles que acaso no tenían demasiado valor antes, que se tomaban como algo natural, merecido, pero que sí lo tienen ahora que he ganado capacidad para ver con qué simplezas me armabas un mundo.
Llorar la muerte es egoísmo, lo sé, pero cómo se hace para vivir sin extrañar a los que nos llenaron de ilusiones, que nos empaparon el alma de sueños porque nunca supieron lo que significaba estar pegados al piso.
Hay quiénes nacen con cadenas, otros con alas de mariposa.
A pesar de todo, hay veces en las que creo que me inventé la infancia, que esos seres no existieron nunca, que la memoria juega conmigo en los ataques de soledad ya que casi nadie recuerda mis vivencias. Quiero pensar que es el olvido, el eterno enemigo de las cosas, lo que provoca tal defasaje.
Pero no importa cuánto de verdad habite en esos pedacitos de historia que se cuelan, en todo caso es hermoso pensar que tuvimos el privilegio de coincidir con ángeles.
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