Soledades

La delgada varilla que humeaba densamente, se consumía en la maceta que contenía un verde filodendro. Los veinte grados Celcius que había en la habitación la hacía estar deliciosamente tibia ya que afuera tan sólo cinco grados marcaba el termómetro.

El aroma de la habitación me traía a ti, te traía a mí con la misma cadencia que el perfume de la habitación penetraba mis sentidos.
El verde de las hojas de los ficus movidas por el aire que entraba en la pieza me hacían navegar en el profundo mar de tus ojos.

La tarde también se consumía, lo mismo que el aroma de los inciensos de vainilla y eucaliptus que humeaban en la habitación, y en mi mano una taza de té de la cual emanaba ese olor que se mezclaba al de los inciensos. El color de la infusión me llevaba al color de tu piel dorada por el poder del sol estival.

Todo me dice que sigues allí aún cuando te desvaneciste con el paso de los años. Tu esencia fue cambiada por la de cien mujeres que han ocupado los mismos lugares que alguna vez fueron tuyos. A pesar de todo tuve que aprender a vivir sin ti.

Las varillas de los inciensos de la habitación seguían consumiéndose lentamente tal como se ha ido apagando en mi tu presencia.

A veces parece que nunca te amé y que nunca nos amamos y, agradezco a tu Dios me haya ayudado a reemplazar tu esencia por otras.

Tal como se consume la esencia del té a medida que lo voy bebiendo, te vas evaporando, así, tal y como nos bebimos, hasta quedar rendidos en las playas de los cobertores. Hoy me siento varado en las arenas de la ausencia y en la playa de la soledad

Y aún así sigues estando en mi, adosada a cada muro de mi existir.
No es fácil, pero he de vivir sin ti.

Curiche
Sept 15, 2007