Frente a tu vista de viejo
yace un jardín flotante,
frente a tu mano agotada
el lienzo anónimo presagia
la inmortalidad del arte.
Eres Claude Monet
el impresionista,
amante de las cosas simples,
este es tu pequeño lago
hecho de policromías
y estas, son tus flores.
Nenúfares etéreos
de sueño complaciente
que se deslizan intemporales
por la exquisita vertiente
de la textura de tus trazos.
Cómo hacer para dormir
en tu recreación
de nenúfares blancos
Cómo reposar el cuerpo
en la levedad de los lirios
blandura de humedades.
Cómo agradecer a tus ojos
su fatiga y al pincel
que empuñas la voluntad
del hombre y del artista
que hizo de su vida un cuadro.
Viejo Claude Monet,
tú eres el jardín
y el puente;
el lago y la flor.
*
Monet vivió por y para el arte, siendo un anciano casi ciego no dejó de pintar. La crítica le apabulló en sus últimos años, se le reprochaba haber perdido la lucidez en el trazo, toda la serie de pinturas de nenúfares fue desprestigiada y devaluada pues para los críticos no eran nenúfares sino manchones blancos y bermellones, donde los tallos no eran tallos sino gruesas rayas sin profundidad, donde la caída de luz no era reposada sino un brochazo de orientación defectuosa. Nadie fue capaz de valorar la obra de un hombre aquejado por las enfermedades de la vista pero acicateado, estimulado por su instinto artístico.
Monet completamente decepcionado –no de sus últimos cuadros sino de la incisiva y réproba crítica- retiró su obra de las galerías y se juró no volver a exponer. Así le llegó la muerte, siempre pintando.
Fue mucho después que una experta en obras de arte rescató los cuadros del viejo Monet, del Monet casi ciego. El recibimiento fue brutal, las más importantes galerías de arte se peleaban a dentelladas los cuadros de nenúfares, así fue que Monet se convirtió en el padre del impresionismo.
Tuvieron que pasar años para que el mundo del arte estuviera listo para entender y acoger a Monet, para comprender que su arte poseía un valor superior: por encima de la estética, se coronaba la voluntad del hombre que nunca renunció a la creación, que si bien estaba limitado por sus ojos enfermos, poseía un mundo interno pletórico y abundante, listo para desplegar todo su poder hasta los confines de la belleza. Ese fue Monet, un artista en toda la extensión de la palabra, más valioso por su carácter, que por su apego a las formas.
Los prejuicios confinaron la pintura de Monet, pero jamás su espíritu.
La conclusión es: vivamos como Monet, tirémonos del columpio sin red de seguridad, actuemos en congruencia con nuestros propios deseos, confiados de haber hecho lo correcto para nosotros mismos.
Y si un día el mundo estuviera listo para recibirnos simplemente sería un golpe de suerte.
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