Yo no tengo la culpa que una rubia se estacione con su camioneta justo frente a mi ventana. Yo no tengo la culpa que se interponga entre mi mirada y el cartel que está pegado a la pared. Tampoco tengo la culpa que la rubia, delgada y atlética, decida sacarse las botas que asoman bajo su ajustado blue jeans y me distraiga con esta acción. No tengo tampoco la culpa que ella se quite la blusa y lo haga en el momento preciso en que trato de imaginar la línea del horizonte detrás de la pared.
Yo no tengo la culpa que su cuerpo blanco y bien formado se contraste con ese fondo de ladrillos pintarrajeados que ya no sé lo que dicen.
Yo no tengo la culpa que ella decida quitarse el ajustado blue jeans y pueda visualizarse un par de bien torneadas piernas.
No tengo la culpa que ella me sonría a la distancia, obstruyendo la visión de ese aburrido paisaje de todos los días.
No tengo la culpa que, de pronto, aparezca un tipo fornido y luego de cachetearla, la introduzca a la fuerza en la camioneta y emprenda veloz retirada.
Yo no tengo la culpa que cada vez que veo ese muro pintarrajeado, me acuerde de la rubia y la vea recortada en ese fondo sin gracia. No tengo la culpa que ella se me aparezca en sueños, ni tampoco la tengo, de querer saber un poco más de ella.
No. Yo no tengo la culpa y la rubia tampoco. La culpa es de ese muro que cada vez que lo miro, me la recuerda a ella…