Entre sombras y recuerdos la soledad crecía, protegida por la unión de dos paredes, impaciente en la penumbra reposaba. Confundida aún por la crudeza de los hechos, perturbada y casi inmóvil, la conciencia divagaba - ¡Yo no soy, ya no estoy! ¡Yo no soy, ya no estoy!
Capitulo 1: HELENA
Las noches, frías siempre en esa tierra, transcurrían sin prisa. Las Hermanas Helenitas esperaban, más que siempre, el arribo de su adorada María Helena, quién cumplía ya los 21 y estaba lista para enfrentarse al mundo y dar “la guerra”.
Como era de costumbre; Helena terminaba sus labores a las cinco, ayudaba al Padre Ambrosio con las cosas de la iglesia, y a las siete treinta emprendía el largo camino hasta el convento.
Afanada y asustada como siempre, apuraba el paso por las oscuras calles solitarias del sector, anhelando con esmero el encuentro con sus “Ángeles del encierro” (como solía llamar a monjitas del convento).
Emocionada por la fecha, no se hizo esperar y pasados veinte de las nueve, fue recibida por sus “madres” al llegar; quienes después de meses de ahorro, finalmente entregaban a su niña el tan preciado objeto, razón de sus desvelos: un elemento que mantuviera vivos sus recuerdos.
Capitulo 2: EL PRIMER ENCUENTRO
Amanecía tan soleado como nunca, las espesas nubes liberando el amplio cielo y el cantar de los pichones retumbando entre las ramas, anunciaban la llegada inesperada. A las seis y diez minutos de la mañana, las Hermanas recibían una visita: De ocho años, mal vestida y confundida; en las puertas del convento atendían a una niña de sonrisa reprimida, sin presente ni pasado, sin familia y sin comida.
No entendía los recuerdos, cruel venganza del presente, ni hacía caso a la memoria. Fue llamada María Helena atendiendo a la pasión de sus mentoras; fue criada en un convento, respetando sus lamentos, adiestrada en el amor y recorriendo los senderos del Señor.
Capitulo 3: EL PASADO
Valoraba aquel regalo por encima de algún precio, percibía la energía, la esperanza de sus madres y el amor depositado en ese objeto.
Comenzó la pesadilla esa noche del festejo; a la hora de dormir, sin anuncio atacaron los recuerdos: los abusos de su padre tras la muerte de su madre, el dolor de una partida anunciada y el ocaso de la vida antes de tiempo.
En sus manos poseía las imágenes del tiempo; vista cruda de los hechos tangibles en lcd, incesantes oleadas del placer indeseado, e inesperadas profecías de lamentos. Y en sus ojos, las miradas de otros tiempos reforzaban con enojo retorcido el sustento del tormento.
Capitulo 4: LOS RECUERDOS
La desdicha recorría los caminos del destino junto a Helena, presionaba los designios y exigía una respuesta. Mientras tanto y en silencio, lamentaba ella la partida de sus madres, ya anunciada en la pantalla del objeto del recuerdo de las nonas del convento.
Le fue atribuido el deceso. Sentenciada a una condena que asumía ajena, confinada al aislamiento y enfrentada al olvido; concebía en aquel encierro la imagen clara de los hechos: los momentos de venganza le cegaron la conciencia, la fiereza resentida encarnaba entonces el cuerpo y entre llanto y desconsuelo clausuraba los recuerdos.
La furia del odio desatada por momentos, el desengaño del alma rencorosa de un corazón sin miedos; destinada a la penumbra y la distancia, atacó sin compasión los intentos de contacto, sometió a la cercanía con enferma crueldad, resarciendo a su manera, el dolor acaecido de un infante.
La verdad capturada en un momento, revelada en una imagen de recuerdos inconcientes suspendidos en el tiempo: Con los dedos arrancó la razón de sus lamentos, en las manos reposaron los testigos del tiempo y en la mente, perduraron los RECUERDOS.
La incansable súplica a la razón dominó y entre muros de concreto como alma en pena deambulaba - ¡Yo no soy, ya no estoy! – sin cansancio replicaba, implorando una condena suficiente… anhelando en demasía encontrarse con la muerte.
|