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"Hijo mío, no hay nada hermoso en la guerra, en ninguna guerra. Tengo ochenta y cinco años, como ya sabes, y en mi memoria quedó grabada a sangre y fuego la lucha fratricida que nuestra patria vivió. Vi morir a mis adversarios, que no a mis enemigos puesto que eran mis hermanos, vi caer a mis amigos amados; la muerte silbó próxima a mí y escupió su gélido aliento a mi cara helando la sangre en mis venas, pero la burlé momentáneamente. Dios sabe que en ocasión alguna lloré, no sé si por cobardía o loco orgullo de juventud que dieciséis fogosas pero inconscientes primaveras tornaron en invierno temprano aquellos cainitas tiempos. Al morir tu abuela, en la soledad del dormitorio deshabitado un desgarro acuciante fue más doloroso que mi maldita estupidez masculina y mis mejillas, ya hundidas, se humedecieron. A nadie lo confesé. Han pasado desde entonces varios lustros; la ancianidad me ha vuelto juicioso y sabes bien que no soy amigo de sensiblerías. |
Texto agregado el 13-09-2007, y leído por 109 visitantes. (0 votos)
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