Cuando éramos niños trepábamos aquellos árboles tan grandes e íbamos al circo del pueblo el domingo.
Recuerdo los retos que recibíamos cuando hacíamos lo que no teníamos que deber hacer.
Yo sabía que estabas bien conmigo, nos divertíamos juntos. Quizá esta sensibilidad es la que me hace recordar tantas cosas.
Por ejemplo, cuando me estabas enseñando a patinar y me torcí el tobillo o cuando la abuela tuvo que escurrirnos la ropa y prepararnos una sopa calentita, porque nos mojamos bajo la lluvia, ¡andando en bicicleta!.
¿Te acordás de la invasión de hormigas al rosal?. Me enseñaste cómo deshacerse de esos bichos buscando el hormiguero, le pusiste veneno y el rosal sobrevivió. ¡Cómo me gustaban esas rosas!. Siempre cortabas el pimpollo más lindo y se lo regalabas a la abuela, ¡para compensar las burlas que le hacías cuando ella se enojaba por pavadas!.

Ahora, que estás moribundo, ya casi sin fuerzas, necesito decirte que te quiero.
Ya no somos los dos niños. Vos estás viejo con ganas de descansar eternamente. Y yo, hecha una mujer, que ya no trepa árboles y que aprendió a patinar.

Te vas. Pero siempre estarás a mi lado y al de todos. Lamento que tus bisnietos no tengan la oportunidad de vivir la infancia a tu lado. Pero te prometo algo: voy a jugar, a trepar árboles, a revivir rosales, a ir al circo, a patinar y a tantas cosas más; ya sin vos, ahora con tus bisnietos. Y les haré sentir lo que me hiciste sentir en aquel momento.

Ya te dije: te lo prometo abuelo…