Mano a mano.
Cada mañana, cuando el sol aparecía en el horizonte andino. Anibal se preparaba su café luego de haberse bañado en el estero que cruza su casa que está en la mitad de la ladera del cerro. El estero le sirvió desde el día que llegó a ese lugar. Cerro que había comprado hacía unos años, pero eso no era algo que importase, y como Anibal era parte del paisaje, nadie hacía alusión a su estacionamiento en esa parte del Cerro del piano
El diario “El Hermes” en su sección de Económicos traía la nota. “GRAN OPORTUNIDAD dueño vende, ladera poniente de cerro, bosque nativo, plantío de cítricos, 50 palmeras chilenas, micro clima que permite todo tipo de cultivos”. El precio le pareció bueno y como lo que deseaba era salir del puerto, se decidió a comprar en menos de un minuto.
Esa mañana Anibal se había sentado en el Molo con una bolsa con migas de pan, migas para alimentar a las palomas, había desmenuzado un pan francés. A ratos dejaba su mano extendida y abierta con los mendrugos en la palma, hasta allí subían las colombas más audaces para comer de la mano del dador generoso.
Ese día salió temprano de su casa, se despidó de su mujer con un eso en la frente, —no alcanzaba para más— los carnosos labios de ese rostro de ojos azules y cabello rubio habían perdido todo misterio para él y, el amor se había escapado por el océano de los ojos de Nicole, su mujer. ¿Mi mujer? - Se preguntó al mirarla - la desconozco, — se dijo – hace dos meses, la vi saliendo de un motel en el auto de mi jefe. Mi jefe, mi patrón, hijo de puta, hijito de papá, cuico conchesumadre. Nunca fue buen estudiante, pero su padre era dueño de una naviera. Desde la universidad miraba a la Nicole la que se casó conmigo.
Gerald me contrató por mi calidad como ingeniero comercial. Sabía que con ello, tendría mi trabajo y también a Nicole cerca. ¡Cómo pasa el tiempo!
Tardó una semana en resolver a irse de la naviera, era Gerente de Finanzas. Calculó lo ahorrado en los cinco años que llevaba trabajando para Gerald, ¿Cuánto tiempo llevarán tirando? - Se preguntó mientras se quitaba la corbata, seda italiana –pensaba mientras la colocaba en el escaño de color verde, asiento usado un millón de veces y quizá mil veces vomitado por algúnos borrachos que fueron a dormir la mona a la costanera- corbata tenuemente brillante, con el ancho justo y haciendo perfecto balance con su terno gris perla, mandado a confeccionar donde Carmona, sastre de moda en esos días.
¿Dejar en paz a Gerald? —Calculó lo que podía hacer con lo ahorrado— pero, ¿Por qué, no más? Maricón, se aprovechó de que trabajaba por menos de lo que merecía, me convenció en pocos días, la Nicole me incentivó a cambiarme de trabajo. Casi me dobló los honorarios, cinco viajes a Europa en los cinco años, cinco viajes con Nicole, maravillosas vacaciones. Hamburgo, San Petesburgo, París, y casi todas las capitales, todo con cargo a la naviera.
Hacía un año y medio, le habían enviado a Punta Arenas, a realizar una auditoria a la sucursal, según Gerald se estaba perdiendo demasiado dinero, pensaba que había alguna fuga poco santa, estuvo tres meses. Tres meses cagándome de frío, más encima me envió en Julio cuando oscurece a las tres de la tarde y tapado de nieve, cuando regresé, la Nicole había cambiado, cambiado para bien. Se había colocado botox en los labios, doscientos cincuenta gramos de silicona en cada teta, que si ya estaba bien con lo que tenía, el tamaño ideal para mis manos, pero quería más. Lipoescultura, le modelaron la cintura y caderas. Divina se veía, creo que cuando llegué, estuvimos encatrados tres días. Había enviado con sus padres a los dos hijos. ¿Sabrían ellos de la aventura de su madre? Pero eso ya no importa.
Nicole, treinta y cinco años, belleza porteña, cuerpo cuidado a base de Spa y de subir caminando el Cerro Alegre. Lo último que había hecho para mejorar su figura, fue realizarse una completa cirugía, de cuerpo y alma – Decía a sus amigas- había aprovechado un viaje de su marido para hacerlo. Se había casado enamorada, habían egresado juntos, también era ingeniera comercial. Hacía un par de años que había vuelto a trabajar, con lo ganado se había pagado sus arreglos.
Aníbal ha cambiado, —piensa en la intimidad Nicole— está más distante es como si supiese algo que no se atreve a decirme. Le quiero, le sigo amando, pero a veces lo veo apagado, por ello seguí el juego de Gerald y terminamos haciendo el amor, me gusta como me trata, no le amo, pero me gusta, me encanta, me sorprende siempre, un año y medio encornudando al Aníbal, no se lo merece. Hubo un tiempo que pensé tenía amores con su secretaria, Gerald me ha asegurado que nunca, pero, ya lo hice, creo que pronto he de terminar esta tontera y regresaré con mi marido.
En la primera lluvia Anibal se percató porque el nombre de “Cerro del piano”. —Dicen los lugareños que antiguamente la cantidad de palmas eran infinita, las fueron botando una a una para hacerlas miel— El viento en la copa de las palmeras bota los pequeños cocos, al tocar el piso, el suelo es como una caja de resonancia, hace que cada fruto parezca un dedo que cae sobre el teclado de un piano, hay días de tormenta en que Aníbal cree oír “Para Elisa” y su sueño se hace liviano y puede dormir tranquilo. Cada lugareño oye una melodía diferente, pero, a cada uno de ellos la música les arrulla como una canción de cuna.
La misma mañana que dejó de ir a la oficina de la naviera para perderse en el puerto y también en el tiempo. —ya que nadie nunca más volvió a saber de él— Fue a la corredora de propiedades para conocer el cerro que se vendía, tomó su auto y con la ejecutiva de ventas, recorrieron en media hora
Los sesenta kilómetros que separaban el puerto del cerro. Miraron la propiedad, subieron a la ascética morada que se elevaba en medio del cerro. Regresaron a la oficina y en media hora el negocio estaba realizado, pagó en efectivo, contrató a la misma secretaria para que le hiciera los trámites de transferencia ya que no deseaba regresar.
Vendió su auto, con la venta compró lo necesario, ropas holgadas y muebles para su nueva casa. A su mujer le dejó un mensaje en su casilla electrónica “Haz tu vida como te agrade, sé feliz y, contigo pido a los hijos me disculpen, no regresaré a casa, no he sido quien ha desarmado esto, Aníbal”
Cargó lo necesario en un camión y esa misma noche durmió en su nueva propiedad.
Esa mañana, alimentado a las palomas porteñas, al sentir cada picotazo en su palma, pensaba que él, lo mismo que la paloma, fue extrayendo cantidades de dinero desde la contabilidad. Gerarld no era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta, ni siquiera una auditoría externa demostraría robo alguno. Tampoco a los dueños les interesaba una auditoría minuciosa ya que había negocios que era mejor mantenerlos en privado.
A las ocho de la noche del día de la desaparición, Nicole llamó a Gerald para comentarle que su marido le había dejado el mail diciéndole que sabía lo de ellos. El hombre se encogió de hombros, comentando que ese día Aníbal no había llegado a trabajar, que no se preocupara ya que regresaría pronto.
Desde el banco llamaron a la mujer, le comunicaron que su marido había dejado una cuenta desde la cual cada primero de cada mes y por diez años a los hijos se le entregaría una pequeña mesada. Ahí y sólo allí se dio cuenta perfectamente que su marido no regresaría. Llamó a todos los que podía llamar. Nadie sabía nada.
Aníbal tejió su nueva vida como una telaraña, se sentía como araña en su cerro, esa telaraña no permitía que nadie se introdujese a su terreno, la primera puntada en la tela fue usar su segundo nombre “Octavio”. Una destartalada camioneta le acompañaba cada vez que necesitaba salir a vender lo que producía, salidas muy exiguas.
Le gustaba su soledad, le encantaba mirar las nubes primaverales que al pasar, se veían como blancos grumos, grumos albos como las coliflores que cosecharía en agosto, al mirar las coles, meditaba y se decía que, esos grumos eran tan blancos como rojos eran los grumos que se le formaban cuando se hería los brazos al cortar algún limón.
Tres años se demoró Gerald en percatarse la manera en que Aníbal lo había robado. ¡Hijo de la gran puta! Me robó parte de los negocios negros, incluso faltan papeles de esos negocios, debe habérselos llevado. ¿Dónde estará? Nadie supo de él, ni sus hijos, los dejó asegurados hasta que hayan terminado la universidad. Estaba rica la Nicole. Es sabio el refrán “Quien roba al ladrón tiene cien años de perdón” Aníbal, ambos estamos salvados, te robé la mujer y me robaste el dinero. ¡Si te encuentro te mato!
Anibal, entre sus pertenencias tiene un largo catalejo, las mañanas soleadas barre todo el cerro con su largavista, en primavera busca los panales naturales que han hecho las abejas entre las plantas silvestres, cuando ha calculado que la miel está lista para cosechar, sube el cerro y, sin ninguna protección saca los panales y en una centrifugadora artesanal, separa la miel de la cera.
Son mis amigas –Dice de las abejas- ellas me protegen de intrusos, le comenta a quien le pregunta por el hecho de sacar la miel sin máscara. Una sonrisa confiada y algo turbia sale de sus ojos.
El huevón del Gerald pensaba que le había comprado inocentemente el que llevase tanta acetona hacia el norte, acetona que pasaba por diluyente, acetona y algún otro ácido. Imbécil, siempre me asegurabas que no transportabas droga, cierto, ¡Le vendías insumos a los laboratorios de los narcos!
Las abejitas, maricón, las abejitas me cuidan los papeles que me traje, los panales son mejores que una caja fuerte. Si los encuentras las abejas no te dejarán entrar al cerro.
¡Gerald, estamos a mano!
Curiche
Sep. 12 2007
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