¡Ya no tengo padre y me importa un pito!
¡Con lo que me sirvió tener uno! Cuando se largó mi madre con otro tipo, él me colgó a sus padres. Cuando éstos se hastiaron de mí, me puso de pensionista en un colegio. Así que, un buen día, me las piré. Y hasta hoy no han dado conmigo.
Esta mañana me he enterado, por el periódico. Mañana lo entierran.
¿No sé qué hacer?
Me ha dado un vuelco el corazón. Me acuerdo de todo. No consigo pensar en otra cosa. Sin parar voy leyendo el... la "esquela de difunción" esa, así es , ¿no? Por si me hubiera equivocado, pero qué duda cabe, es él.
"El señor Marcial García Hernández, ha fallecido el día 20 de junio en su domicilio de Madrid, a los 49 años. D.E.P. Su apenada compañera Melania Martín Chufa, su hijo Sebastián, sus padres, hermanos y hermanas y demás familiares, al participar esta noticia a sus amistades, ruegan un pensamiento por él. La despedida del cadáver se celebrará el viernes día 22, a las tres de la tarde, en el tanatorio «El Salvador». Acto seguido se realizará la conducción del féretro al cementerio de la Almudena."
"Su hijo Sebastián", pero ¡si soy yo ése! ¡Me cago en su puta madre! Acaso he pedido yo que me pongan en el periódico, ¡joder! Se murió, pues, se murió y ya está, punto final. ¿A qué viene tanto jaleo conmigo? ¡¡No me fastidien, coño!!
A ver ¿por qué habré abierto el diario abandonado en este banco? Ya no hay remedio, no puedo dejar de saber, ¡eso es lo peor! Cinco años en la calle para intentar olvidar y lo echo todo a perder en cinco minutos ¡qué gilipollas soy!
Bueno, disculpe, estárá Vd pensando : "¿Pero, qué coño le pasa a éste? Claro que enterarse de la muerte del padre no es para ponerse uno contento y sabido es que perderse de vista también son cosas que pasan en las familias, pero lo mínimo es asistir al entierro, ¿no?"
Pues, a mí no me da la maldita gana asistir al entierro. No me va a negar Vd ese derecho. Ya se ve que no lo conocía, o mal, porque de lo contrario, me comprendería. ¡Si era más cabrón!
¿No debería hablar así?
Bien puede ser, pero lo hago, vaya si lo hago.
¡Si era más cabrón!
II
¿Cómo decía la canción ésa "Nacido en alguna parte" : "nadie escoge a sus padres, nadie elige a su familia" ? Pues sí, con la familia te aguantas. Claro, qué remedio, sólo que la mía me rechazó.
Recuerdo que mi madre, a menudo, me decía : "Sebas, yo era demasiado joven cuano te tuve, ¿sabes? No es culpa tuya, pero te tuve demasiado joven ; sólo tenía diecisiete cuando naciste". Yo le daba la manita camino de la escuela y, levantando la cara hacia ella, le preguntaba con voz inquieta : "Ahora, ya tienes la edad para ser mi mamá, ¿a que sí?" "Claro, cariño", respondía ella, pero yo la creía sólo a medias, incluso menos, incluso tan poco que sin parar le iba repitiendo la pregunta.
Y, claro, un buen día, se hartó de esa copla machacada. Se hartó de esperar que volviera el otro a deshora una noche de cada dos. Se hartó también de ir de trabajito en chapuza.
Y a mi madre no le faltaban tíos para rondarla ¡con el buen tipo que tenía! Sin embargo, no se la llevó uno de aquí. Por aquel entonces, ella trabajaba en una gasolinera. Un día, se paró el chófer de un treinta toneladas, llenó el depósito, se fue a mear y comió un bocado. Ella le atendió. Qué es lo que se dijeron, no se sabe. Dejó el delantal en el mostrador, cogió el sueldo del mes en la caja y se subió al camión. Eso dijo su patrón.
Mi padre se puso loco. Sin embargo, andaba prevenido, a menudo yo los oía reñir por la noche desde mi cama, pero él no la creía capaz de eso. Le dio un ataque, de susto. Lo rompió todo en la cocina. Y luego, se cogió una tranca. Yo me quedé escondido en el ropero duante dos días, sólo con un paquete de galletas María y una botella de agua. Tenía seis años.
A mi madre no se la vio más. Los polizontes dijeron que tenía ese derecho. Que ellos podían buscarla pero no detenerla. Pero que, bueno, después de abandonar el domicilio así, ella sin duda no ganaría mi custodia. Vaya, si se largó sin mí, no era para venir a reclamarme después, ¿eh?
Le tengo inquina más por haberme dejado plantado aquí con el Otro que por haberse ido. Yo sólo tenía seis años entonces, ¡joder! Mi padre, no se las arreglaba ya para ser mi padre, así que, reemplazar a mi madre, ¡ni soñarlo! De todos modos, no lo intentó. Al juez le dijo que, con el curro que tenía, no era posible. Y que le daba la lata cuidar de un crío que ni siquiera sabía si era suyo. En ese momento, el juez lo paró y le dijo : Señor García Hernández, ¿quiere Vd que hagamos una prueba ADN? Y la obligación de mantenimiento y educación ¿le suena eso? Total, tuvo que apoquinar por mí y me confiaron a sus padres.
Así que los platos rotos, los pagaron ellos. Porque yo, tras eso, lo hice todo mal. A pesar de lo cariñosos que eran. Demasiado, probablemente. A mí, lo único que me ocurría era lo contrario de lo que hiciera falta. Ni remedio. No podía con ello.
Finalmente, me extralimité tratando de incendiar mi aula, durante un recreo en que estaba castigado. Por poco me denuncia el Director. Me echaron. Entonces, mis abuelos le dijeron a mi padre : "Oye, eso va por mal camino, es mejor que vuelvas a cargar con él, porque nosotros ya no queremos cuidarlo".
Entonces, como ya dije, me matriculó de pensionista en un colegio de curas a la antigua, tipo reformatorio, no tan militar, pero apenas.
Allí estuve seis años. ¡Cómo te deforma! Al salir, o eres más hipócrita que perro hambriento o loco de atar casi. Yo no esperé ese resultado. Hacíamos mucho deporte y me había hecho fuertote, menos mal, así que, un buen día, me las piré.
III
Sin mayoría de edad, me importaba en sumo grado aguzar el ojo con la bofia. Por suerte, pude darme, en cuanto surgió la ocasión, la apariencia de un gili de mi clase con el que tenía bastante parecido y al que le había birlado la documentación algún tiempo antes. Así fue como logré despistar a todos y correr camino. Las pocas veces en que me topé con uniformes, me controlaron sin que me pasara nada.
Un día de ésos llegué a un okupa especial. Era un viejo vagón de la RENFE, aparcado en una vía férrea abandonada, cerca del puerto, para que los tíos como yo no durmiéramos más en la calle. Rebeldes y pasotas despistados, sobre todo tíos, pero algunas tías también. Enganchados a la litrona, al chocolate y al rock duro y punk. Todo lo que a mí me molaba. Pedíamos limosna con perrazos. PPC (punkis con perros cutres) nos llamábamos riendo. Con ex miembros de Mass Murderers y G.B.H. agrupados se organizaban conciertos dos veces al mes. Ocurría que viniesen entre trescientas y cuatrocientas personas al viejo cobertizo al lado del vagón. De todas partes llegaban, ¡hasta del extranjero! Reían sin ganas los burgueses.
Una mañana, un ejército de polizontes, de antidisturbios y guardias móviles dio el asalto, allanó el okupado con una topadora y puso a todos de patitas a la calle. ¡Ni siquiera tuvimos tiempo para liar los bártulos! ¡Maldita sociedad! Se desparramó la pandilla. La bofia nos acuciaba demasiado.
Desde la primavera a esta parte, duermo en la calle. Y esta mañana, en el banco, ¡encontré el maldito diario ése! ¡Si estuviera a mano el gili que lo dejó! Dirá Vd que nadie ni nada me obligaba a leerlo. Si además no leo nunca eso de los entierros, ¡paso de ello! Todo fue tener mala pata, claro, pero, ¿qué hago yo, ahora?
IV
¿Estará mi madre? ¡Sería lo último, que ella sí y yo no! De toda forma, no la han invitado. Caso de que estuviera, le plantaría cara para preguntarle por qué se largó sin mí. Pero no estará. No tiene motivo para ello. Primero tendría que enterarse. Por casualidad, igual que yo, puede ser, claro. Su cara, la tengo borrosa ya. Ni sé si la reconocería. Finalmente, hablo por hablar porque ella ya me importa un bledo. Antes era cuando la hubiera necesitado. Ahora, más vale que siga olvidándome.
Él no se largó. Pero nunca supo arreglárselas conmigo. De crío, esperas a que tu padre mire lo que haces en la escuela, te enseñe cosas, te aprenda a jugar fútbol, a cazar pájaros, qué sé yo, que juegue al Meccano contigo, te cuente lo que hacía cuando era chaval, te pague caramelos a escondidas de tu madre y te eche una bronca si tratas de birlarle la pasta para hacerlo...
Él, nada. Como si yo no existiera. Como si fuese transparente. Ni siquiera me llamaba por mi nombre. Pongamos que le importara saber dónde estaba yo, qué estaba haciendo, siempre le decía a mi madre : "¿Dónde se ha metido el crío?" o "pero, qué coño está haciendo tu hijo?"
¡Así fue como terminé pasándome el tema por la entrepierna, como todo lo demás!
V
Ahí estoy, escondido detrás de un viejo ciprés de ralas ramas. Con mi cresta, mis pantalones militares de faena y mis borceguíes, es mejor que no me acerque. Está lloviendo y me resbala agua por las mejillas.
Muy poca gente hay en el cementerio. Entre cuarenta y cincuenta personas. Conozco a dos solamente. ¡Lo envejecidos que están! Paca y Fernando. Sus nombres me vuelven a la mente. Los había olvidado. Cuando vivía con ellos, los llamaba Abuelo y Abuela.
Delante del ataúd, dispuesto en dos caballetes, se ve a una mujer enlutada, de buen ver y pelo moreno, que tendrá unos cuarenta. Es la nueva. No creo que mi madre esté aquí. El tipo de la Funeraria lee una hoja : por lo visto, murió de un infarto el viejo. Con cuarenta y nueve. Ya pasan todos en fila india para depositar unos pétalos de rosa sobre el féretro. Es un entierro civil, sin embargo algunos se persignan antes de irse.
Se han ido todos. Sólo quedan los sepultureros que van bajando la caja a la fosa con sus correas. La mujer de negro solloza. A su lado, un niño de nueve o diez años, se niega a moverse. Ella lo coge de la mano y dice :
— Bueno, vámonos ahora, Sebastián, se acabó.
¡Joder, el del periódico no era yo! No era yo... me había reemplazado, el muy cabrón.
©Pierre-Alain GASSE, agosto de 2006.
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