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Un hombre muestra su grandeza por la forma como trata a los pequeños. (Thomas Carlyle)


Una Columna Epistolar

Alicia: Con mucho agrado recibí tu mensaje, en donde me comentas sobre "las grandes cualidades humanas y literarias de Guillermo Cabrera Álvarez". Te confiesas seguidora de su obra desde que llegaste a Cuba y no me extraña que así sea, conociendo tu gusto por la literatura periodística que siempre ejerció tan singular personaje.

El escritor irlandés Bernard Shaw, Premio Nobel, dice sobre la grandeza que "es sólo una de las sensaciones de la pequeñez". Y así lo percibió siempre Guillermo Cabrera Alvarez, así es como se le percibe cuando se le conoce: grande en su pequeñez. Sabiéndose superior nunca trató de humillar a los demás, más bien se mostraba pequeño, humilde, para que los demás -a su lado-, parecieran grandes. ¿De cuántas personas se puede destacar tan grande cualidad?

Me pareció muy oportuno, Alicia, hacerte llegar el artículo que firma la periodista Arleen Rodríguez Derivet (Cubadebate) cuando me hablaste de Guillermo Cabrera Alvarez, precisamente porque refleja esa sencillez del personaje, a quien describe la autora como "ese raro intelectual que regalaba ideas". "Él nos miraba por dentro, al revés de cómo suele mirarse el común de la gente", dice.

Y me sugieres convertir en "una propia columna" el texto que te hice llegar a manera de comentario, porque "invita por sí solo a comentar". Tu idea me parece magnífica y muy justa para el personaje. Te anexo el artículo:

Guillermo Cabrera Álvarez: Ese raro intelectual que regalaba ideas

Arleen Rodríguez Derivet 04 de Julio 2007


Tenía los ojos azules, la piel muy blanca y rapada la cabeza que alguna vez coronaron cabellos rubios. En una esquina de Berlín o París, cualquier perdido lo habría elegido para orientarse. Pero en la calle 23 de La Habana, que desandaba al ritmo de su fatigado corazón o del de su inseparable perro Igor, creo que nunca nadie lo confundió con un extranjero.


“No hombre, no”, habría respondido jocosamente a quien se atreviera a desconocer su auténtica estampa de monte al amanecer y ese extraordinario amor por los arroyos de la Sierra, donde su polvo surcará la eternidad, por decisión propia y de la infinita familia de amigos que fundó después que toda la suya se fue de Cuba.


Tenía cierta predilección por la F: a la gente cercana y querida las llamaba “flacos” o “feos”, incluidas las hembras, a las que su “fea” nos sonaba al piropo más hermoso del mundo. Su amiga Celima, reina y señora del significado de las palabras, podrá explicarlo mejor, pero yo tengo mi propia interpretación de aquel código: él nos miraba por dentro, al revés de cómo suele mirarse el común de la gente, así que nos llamaba también a la inversa de como lucíamos donde otros no ven.


En cuanto a la F, dije cierta predilección, porque en el caso de Fidel, aunque lo escribiera con todas las letras, lo llamaba el Gigante. Pero ahí sí que no podría pensarse en el código del revés y no solo porque el nombrado es exactamente igual por dentro que por fuera, sino porque quien lo bautizó así fue Camilo Cienfuegos, ese ser del que Guillermo heredó tanto -sin tener parentescos de sangre- por la línea de lo cubano y quién sabe si también por el influjo de sus inolvidables charlas con Ramón, el padre del héroe.


Según las rígidas normas del calendario, vivió más de 60 años, pero todo el mundo sabe que Guillermo fue la juventud perpetua. Por eso miles de jóvenes lo leían y lo seguían a todas partes y él vivía inventando aventuras que los involucraban a ellos. “Lo obsesionaba enamorarlos de nuestra historia”, decía su entrañable Katiuska Blanco con los ojos abiertos de lágrimas y fijos en un punto inexacto del lugar donde los numerosos parientes que se dio a sí mismo, pusieron bandera, velas, medallas y pendones con regalos de jueves.


“¿Qué más hizo para ser tan querido?”, me preguntó un joven que solo conoció sus columnas de JR. “Hizo escuela”, dije y le conté de su trabajo fundador desde la editora Abril, las expediciones periodísticas por rutas históricas, los reportajes de investigación, los Corresponsales de Guerra, el Instituto José Martí, el “Costillar de Rocinante”, los libros recuperados, los Hemingway y los Kapunchinski que nos enseñó a leer sin orejeras, las mil y una bromas y los mil y un inventos para librarnos de la rutina y el esquema, la Coletilla que firmaba Guillermo Tell.


Y su sección A vuelta de Correos, seguramente el único rincón de su periodismo que alguna vez fue amargo y punzante por culpa de la burocracia y otros dolores, pero desde la cual hizo obras tan memorables como salvar a nuestras playas de una peligrosa ola de prohibición de paso que se coló en el turismo con la crisis de los 90.


Mucho, hizo muchísimo Guillermo Cabrera Álvarez, tanto que si todos los que le conocieron pudieran escribir su epitafio, hasta el cielo se llenaría de epigramas para él. Por eso no habrá lápida. Pero hay periódicos, donde sus parientes por parte del amor al oficio, podemos ejercer el privilegio de volver a nombrarlo.


El mío diría que “Guillermo fue ese raro intelectual que regalaba ideas”. Sé que no lo resume todo, pero dice al menos una parte de lo mejor de él. Las ideas son la propiedad más cara de un intelectual. Casi ninguno las da sin crédito y casi todos las reclaman a cualquier riesgo. Pero Guillermo las daba como si por cada una que regalara le nacieran cientos. Y cuando no las daba, encendía la chispa para que nacieran.


Ayer mismo alguien me pidió prestada una idea por la que hace varios años gané aplausos en una reunión femenina: “la mujer y el hombre de esta época viven en desencuentro porque ellos se pasan la vida buscando a una mujer que ya no existe, y ellas se la pasan buscando a un hombre que todavía no existe”.


La idea en realidad me la había regalado Guillermo, pero se negó cuando quise darle crédito. Según me dijo a él también se la habían regalado. “Dime entonces el nombre de quien te la regaló, para citarlo”, le dije. “No fea – me respondió- fue una mujer cuyo nombre sí que no te puedo regalar”.


Aquel hombre que vivió solo la mayor parte del tiempo, era llamado y visitado sin piedad en sus oficinas de G y 21 por gente que siempre se iba cargada de ideas. Las que regalaba en privado están por todas partes, lo mismo en libros que en periódicos y vallas, firmadas o no por nombres diferentes al suyo. Las otras las repartía colectivamente. Y como era genio, siempre le aparecían muchísimas para sus regalos del jueves.




Guillermo Cabrera Álvarez, Alicia, pertenece a una clase especial de escritores brillante de América Latina, junto con Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Imposible separar su talento literario de su conviccion politica, por la que siempre luchó. Como escritor pudo haber sido bueno o pudo haber sido malo, pero como hombre, mi querida amiga, merece toda nuestra admiración.

En Cancún, en la costa mexicana del Caribe, se despide hasta la próxima tu amigo: Julio Enrique.


Texto agregado el 11-09-2007, y leído por 548 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
14-09-2007 Un bello texto, sin duda el de Arleen Rodríguez. Refleja su profunda admiración por Guillermo Cabrera y me parece muy loable dedicar este tipo de bellezas literarias a quienes líderes y personajes que hacen historia. Sin embargo no estoy de acuerdo con crear puentes imaginarios. La tendencia política de una persona no está asociada a su calidad humana. Son dos cosas totalmente independientes. "Imposible separar su talento literario de su conviccion politica, por la que siempre luchó." Sé que esa frase la escribe el columnista en su identificación personal, pero pienso que esconde o disimula una posisión de fanatismo. Decir que son "inseparables" es como decir que todos los simpatizantes de izquierda escriben bien, y eso es un exabrupto que deja mucho qué desear. Saludos Tachitta
12-09-2007 Y así es, y será, Don Tico, una rara especie, pero tan hermosa ¡Tan hermosa! A veces me pregunto: ¿No será la eternidad otra cosa que vivir en la memoria de Dios? Y allí está Cabrera Álvarez tecleando su "Tecla ocurrente", que concurre, maravillosamente recurrente. Un ateneo, un café, una tertulia de sábado, que dejó abierta entre la Calle G y 22, en el Vedado, para siempre. Don Julio, esta vez y a traición, me ha obligado a llorar de emoción con SU COLUMNA. maravillas
12-09-2007 En la anterior Columna dejé mi reconocimiento sobre tu comentario, que ahora lo recojes y amplias aquí. Una excelente referencia, en la pluma de Arleen Rodríguez, nos brindas sobre esa figura de Guillermo Cabrera Alvarez, especialmente en su dimensión humana, que finalmente es la la marca el quehacer de las personas. Pero me llama poderosamente la atención esa característeca del "intelectual que regalaba ideas", pues eso si que es una especie en vías de extinción. Excelente don Julio. 5*_________ Tico
11-09-2007 si pues, quizas parte de esa lógica de vida...en la sencillez esta lo sublime... luzyalegria
 
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