Cuando te sientes defraudado por un amigo el primer sentimiento que aparece en tu corazón es el de rabia. Una rabia disfrazada, quizás, de odio y de rechazo hacia esa persona. Más tarde - horas, días o años- recapacitas y te das cuenta de que lo que te ha dañado es saber que para esa persona tú no significas lo que tú esperabas.
Y yo me pregunto ¿tengo derecho a esperar de los demás la reciprocidad de mi entrega? Si yo me sincero ¿puedo esperar que el otro sea sincero conmigo? Si yo lo quiero ¿tengo derecho a que me quiera? Si yo lo admiro ¿tengo derecho a ser admirado por esa persona?

No sé, esto de las relaciones me parece algo muy sencillo y sin embargo lo complicamos demasiado. A mi degustaría que si tengo una “amiga” con la que yo me sincero y con la que comparto mi vida desde lo más profundo de mi alma, digo que me gustaría que ella sintiese lo mismo y que lo llevase a la práctica. Porque si esta amiga no reconoce mis logros, no reconoce sus fracasos, si no comparte conmigo sus lamentaciones y sólo se dedica a aparentar que me escucha, que todo alrededor de ella son logros sin reconocer sus fracasos, creo sinceramente que no necesito a esta “amiga”la necesito.

Una persona muy afín a mi dice que cuando alguien se comporta de esta manera es porque la envidia ocupa su alma y no ve más allá. Dice, también, que no merece la pena ocuparse de ella, que lo mejor es dejarla vivir en su “mundo feliz”, que todo el tiempo que se pase pensando en ella es tiempo perdido, un tiempo que bien merecen aquellos con los que la vida sí puede ser recíprocamente compartirla.

Y eso hago, dejo pasar la rabia para poder ver más allá aunque en el fondo de mi corazón quede un poquito de dolor.